Artículo de opinión de Rafael Cid

En tiempos del pasado siglo que mejor es olvidar, la dialéctica de los puños y las pistolas solía abrirse paso militante en las discusiones políticas. Entonces no había medios de comunicación audiovisuales ni redes sociales on line, y todo tenía una trascendencia de campanario. Hoy es completamente distinto, rige la doctrina del shock, que ha quintuplicado la eficacia desestabilizadora de la antigua estrategia de la tensión. De tal manera que la irrupción de lo insólito puede alterar sobremanera las previsiones más firmes, dando rienda suelta al torrente de la emotividad conductista.

En tiempos del pasado siglo que mejor es olvidar, la dialéctica de los puños y las pistolas solía abrirse paso militante en las discusiones políticas. Entonces no había medios de comunicación audiovisuales ni redes sociales on line, y todo tenía una trascendencia de campanario. Hoy es completamente distinto, rige la doctrina del shock, que ha quintuplicado la eficacia desestabilizadora de la antigua estrategia de la tensión. De tal manera que la irrupción de lo insólito puede alterar sobremanera las previsiones más firmes, dando rienda suelta al torrente de la emotividad conductista. Una mano invisible que desplaza y solapa al sentido común.

Hay canallas, fanáticos de la causa y simples trastornados que utilizan la amenaza parabellum para regurgitar su ideología de pesebre o sus alucinaciones. Es un hecho y poco se puede hacer en contrario más que condenarlo y exigir que los responsables den con sus huesos en los tribunales o el siquiátrico. Sobre todo cuando esos mensajeros del miedo perpetran sus fechorías contra los usos y principios de la convivencia democrática. Es el caso de los sobres con balas y armas blancas dirigidos al ministro Marlaska; al líder de Unidas Podemos Pablo Iglesias; la directora general de la Guardia Civil María Gámez; y la titular de Industria y Turismo Reyes Maroto (le faltó tiempo a la afectada para exhibirse frente al Congreso con la foto de la navaja faltriquera <<presuntamente ensangrentada>>). Porque su consecuencia, por activa o por pasiva, es interferir en el curso normal de la campaña electoral madrileña que culminara en las urnas el próximo 4 de mayo.

Un golpe de efecto al que han contribuido indirectamente las autoridades al difundir con muescas y señales esa correspondencia matonista en tiempo real y al galope. Hubiera sido deseable que, para preservar la pureza de los comicios en curso, su difusión urbi et orbi se relegara a después del 4M. Entre otras cosas para que, al amparo de la obligada discreción, las investigaciones sobre sus presuntos autores no se vieran zarandeadas por la bronca y el ruido mediático. Sobre todo conocido el hecho alarmante de que esas misivas, una tras otra hasta llegar a cuatro, pasaron impunemente los controles de acceso en varias instituciones. Con lo que al desasosiego provocado en la población por la revelación de las amenazas cabría unir el temor a la falta de seguridad general que tal negligencia oficial delata.

Poco importa ya preguntarnos por el clásico ¿a quién beneficia todo esto? La respuesta va por barrios ideológicos y no añade más que tumulto. Pero lo que si sabemos a ciencia cierta es a quién perjudica: a la democracia y al derecho a la participación política sin trabas que asiste a toda la ciudadanía. De momento, adiós debates, kaput. Pablo Iglesias, y en correlato Ángel Gabilondo y Mónica García, optó por levantase de la mesa ante la negativa de la representante de Vox a condenar los hechos. Obviando que en ese momento no eran unos meros tertulianos con derecho al pataleo ante la embestida de una oponente sin demasiados escrúpulos. Sino representantes de un cuerpo electoral al que se deben para que, mediante el necesario contraste de pareceres, se forme criterio. El uso patrimonial del desplante como iniciativa política desborda las prerrogativas de una campaña electoral. Ante todo, después de la celebración de un cónclave televisivo donde los intervinientes se tildaron de todo menos de bonitos y nadie dejó al plató.

Habrá que ver hasta qué punto el clímax sobrevenido puede alterar los pronósticos del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que dejaba a ambos bloques en un impasse de empate técnico. Pero lo que está claro es que el núcleo del relato ha dado un vuelco. De nuevo la opinión pública será un simple ventrílocuo de la opinión publicada. Y los temas que podrían captar el interés de la gente se verán superados por la criminalista electoral. Da igual la trascendencia social de los asuntos que hayan surgido mientras avanzaba la campaña. Ya son desechos de tienta. Nadie hablará, por ejemplo, de ese tsunami de destrucción de empleo que tiene apalabrado la gran banca cuando todavía nos lamemos las heridas de los ERTEs y la pandemia, y en especial del despido colectivo de más de 8.000 trabajadores de CaixaBanK. A pesar de que el Estado retiene una importante participación en la opada Bankia, que fue rescatada con dinero público, y que será precisamente la comunidad de Madrid, donde tuvo su sede social dicha entidad financiera, la más afectada por la fusión en cuanto a personal despedido y oficinas cerradas.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid