“Cómo vas a hablar acerca del mar con una rana,
si ella no ha salido nunca de la charca”
(Zhuang Zi)
Decía Max Weber en su monumental Economía y sociedad que la tradicional confesionalidad de los poderosos responde a una lógica eminentemente práctica, puesto que el apoyo cerrado de la Iglesia a su status de dominación como algo bueno y necesario para la prosperidad general les permite aunar legalidad con legitimidad. Algo semejante ocurre en el plano ideológico con su contraparte social.
Decía Max Weber en su monumental Economía y sociedad que la tradicional confesionalidad de los poderosos responde a una lógica eminentemente práctica, puesto que el apoyo cerrado de la Iglesia a su status de dominación como algo bueno y necesario para la prosperidad general les permite aunar legalidad con legitimidad. Algo semejante ocurre en el plano ideológico con su contraparte social. Cuando la entidad que debía oficiar como el enemigo natural de esas oligarquías plantea su legitimidad sobre el placebo de ser la “izquierda”, la pretendida oposición se hace cortesana en un tropismo que recuerda lo que refiere Norbert Elias en su obra El proceso civilizatorio. De esta forma, la derecha clásica y la sedicente izquierda compiten y se alternan en la misión de suplantar al pueblo, encadenando sus necesidades y secuestrando sus capacidades. Una cala por las últimas corrupciones divulgadas por los medios de comunicación arroja una imagen fiel de los crímenes políticos que se cometen con el santo y seña de “la izquierda”.
-José Blanco, “el Rasputín” de la era Zapatero, imputado por corrupción en su etapa de ministro de Fomento por el Tribunal Supremo y el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, la oposición al gobierno del PP, poniendo la mano en el fuego por la honradez del ex ministro de Fomento.
-Izquierda Unida denunciando la actitud permisiva del fiscal en el caso de la prisión incondicional de Miguel Blesa en línea con el seudosindicato ultraderechista Manos Limpias, obviando haber sido coparticipe de los cargos que pesan sobre el antiguo presidente de CajaMadrid en la supuesta compra ilegal del City Bank de Florida o su responsabilidad directa en el ascenso del íntimo amigo de Aznar a la cúpula de la entidad, con la ayuda de los representantes de Comisiones Obreras en la alta dirección de la entidad financiera.
-Joaquín Almunia, miembro de la ejecutiva de Ferraz zafándose alegremente de los críticas del FMI a las leoninas contrapartidas exigidas por la Comisión Europea en el primer rescate a Grecia, que originaron la situación de emergencia social que padece hoy su población.
-CCOO y UGT alineándose con la Casa Real en el rechazo parcial a la Ley de Transparencia, reclamando un fuero especial en aspectos como el sueldo de su staff y las donaciones privadas que reciben, mientras el sumario del fraude de los EREs revela que los das centrales pudieron ingresar hasta 7,6 millones de euros en concepto de asesoramiento y cobros asistir a manifestaciones y concentraciones en apoyo de empresas en crisis.
No hay diferencia sustancial entre un poder financiero que provoca una crisis humanitaria con su codicia, erigiéndose luego en el salvador cargando los costes sobre sus víctimas, y una oposición política y sindical que pacta con el PP en el momento en que el gobierno pretende anular el salario mínimo y esquilmar las pensiones e incluso refrenda los informes de los expertos que han diseñado el expolio social.
Todo este friso de fechorías y malhechores varios, a diestra y siniestra, desde el poder y desde la oposición, en el plano político y en el sindical, confluye en una misma óptica. Un pensamiento único institucional que impide aflorar posiciones que rompan las reglas del juego. Entre el atado y bien atado de unos y el gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones, de otros, no hay más que fórmulas simétricas que reproducen el sistema a la gatopardiana manera (cambiar algo para que todo siga igual). Derecha e izquierda terminan hablando la misma lengua, construyendo un idioma simbiótico que es la lengua del poder.
En el debate abierto sobre la sostenibilidad de las pensiones, por poner el ejemplo más reciente, esa comunidad de intereses entre supuestos adversarios es más que elocuente. El ataque al “pan de los jubilados” ha ido por barrios, aunque sin cambiar de acera. Primero fue la sedicente izquierda del PSOE en la etapa Zapatero, agravando los plazos de cotización, cobertura y edad legal de percepción, y más tarde ha sido el gobierno Rajoy quien ha tomado el relevo entrando a saco en la cuantía de las subvenciones. El primer hachazo socialista contó con el consenso de los agentes sociales (CCOO, UGT y CEOE) y la oposición retórica del PP. Y el rejonazo que ultima ahora la derecha en el poder, a su vez, parte de la coartada de un texto aprobado por un equipo de especialistas con el visto bueno de los miembros de CCOO y PSOE allí representados.
Aunque todos juegan al disimulo y a los hechos consumados. Así se explica que el líder de la oposición Alfredo Pérez Rubalcaba proclame que ellos solo suscribirán “la reforma” con el acuerdo de los sindicatos, como si no fuera consenso ex ante el aval de PSOE, UGT y CCOO al informe aprobado por la Comisión de Expertos incluyendo el restrictivo factor de sostenibilidad como base para el Pacto de Toledo. Más brutalmente sincero ha sido su colega en la ejecutiva socialista y jefe de los “hombres de negro”, Almunia, al enfatizar que esta se hará sí o sí.
Una opera bufa, que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda y viceversa, que arranca de aquella famosa transición. De hecho, los Pactos de la Moncloa, consensuados por todos los partidos y sindicatos institucionales, liquidadores de la histórica indexación de los salarios al IPC, son el precedente de lo que hoy con absoluta arbitrariedad se perpetra contra las pensiones. Salarios a la baja, jubilaciones decrecientes y pelotazos emergentes: ¡es la crisis, estúpidos!
Qué vergüenza, qué descaro, qué jeta, los destapes de PSOE y CCOO para justificar sus respectivas imposturas. Valeriano Gómez, artífice de la primera contrarreforma de las pensiones, pide que se utilice el fondo de reserva hasta el 2018 “para ganar tiempo”, y Toxo y los suyos afirman que su hombre en la comisión de expertos estaba ese día en aquel lugar a título personal. No pueden ocultar que comulgan con la tesis oficial que ciñe la cuestión a un problema demográfico. Porque “la jubilación a los 65 años se decidió hace casi 100 años, cuando la esperanza de vida era de 70 años” (Almunia dixit). Puestos a apañar correspondencias entre “majaderías de la misma frasca”, al hombre de la Troika le ha faltado recordar que también hace casi un siglo el servicio militar duraba 3 años y que hasta la llegada de la II República en 1931 las leyes prohibían votar a las mujeres, y en la actualidad nada de eso rige. Lógicamente, entre tantas miserias y carencias, ni a unos ni a otros se les ocurre plantear el problema de la estabilidad del sistema del lado de los ingresos (con inversiones productivas y pleno empleo). Y mucho menos postular que las pensiones se financien vía presupuestos, como hacen muchos países europeos y el propio Estado español con partidas de tanta “trascendencia social” como Defensa (y sus injerencias armadas humanitarias) o la Casa Real (con el duque en-pal-ma-do a cuestas y las primas del Rey en la corte de Gao Ping por montera).
La actual capitulación de la socialdemocracia implica no solo laminar el principio de igualdad de oportunidades sino incluso admitir la discriminación negativa en un contexto de rotundas desigualdades de origen. Es lo que se refleja en la rampante involución en aspectos como la educación superior, la sanidad, los derechos laborales o las pensiones. La izquierda institucional no se derechiza por un hado fatal o una maldad congénita. La izquierda se hace satélite de la derecha, se deja colonizar por la lógica del adversario, porque en su deriva para ser partido de gobierno necesita cortejar a las clases medias, tan mayoritarias electoralmente como asépticas ideológicamente, da lugar a una cultura política redundante con la de la derecha. El resultado es que los poderosos cuentan en la izquierda anfibia con un submarino que surca las aguas bravas que la derecha no se atreve a navegar. Es como la trampa de la deuda; te empeñas hasta los ojos y al final no sabes ni quién eres ni dónde estás. No te perteneces y terminas trabajando para el enemigo.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid