Artículo publicado en Rojo y Negro nº 381 de septiembre

¿De dónde proviene la esperanza?
¿Qué la motiva? ¿Podemos vivir sin ella?

Aarón T. Beck, en los años ochenta, estudió el tema y llegó a la conclusión de que la “desesperanza” era un estado previo al suicidio. En el año 2023, el suicidio es un grave problema de salud y una de las cinco primeras causas de muerte, la segunda en el grupo de edad entre 18 y 29 años. En el año 1989 Beck (padre de la Psicología Cognitiva) publicó una escala que medía la desesperanza, el objetivo de la misma era “contar con un instrumento útil que permita detectar pesimismo y actitudes negativas hacia el futuro en pacientes con depresión y riesgo de suicidio”. Se ha constatado a través de numerosas entrevistas realizadas a sujetos deprimidos que han sobrevivido a un intento de suicidio, que en el momento de llevarlo a cabo se encontraban desesperados ante la situación que vivían por lo que la idea de muerte les suponía una liberación.
En este contexto autodestructivo, cargado de un alto sufrimiento emocional, podemos definir la desesperanza como “la tendencia a tener expectativas negativas acerca de uno mismo y el futuro”. Desde el punto de vista de Beck “la desesperanza sería más importante que la depresión misma a la hora de explicar ideas suicidas”.
Hasta aquí el análisis teórico de un concepto que se maneja popularmente y también en contextos clínicos, pero ahora me gustaría que penetráramos en un escenario menos confortable que el nuestro, dantesco por más señas, para intentar profundizar en lo que se ha comentado en párrafos anteriores.
Imaginemos, tengo la foto delante, una escena en la que se ve a soldados nazis ejecutando a civiles desarmados al borde de una zanja, una vez que estos reciben los disparos caen a la tierra removida, con un poco de suerte muertos. Nadie les ha etiquetado para que la posteridad les identifique y les llore. Me fijo en otras figuras desvalidas que aparecen en la imagen, semejantes a las que ya han caído, que esperan que llegue su turno a unos metros de la zanja; sí, hacen cola para ser asesinados y no están atados, hacen fila simplemente, quizá temblando de terror. Supongo que saben que van a morir o al menos deberían intuirlo, han sido testigos obligados de otras muertes anteriores… sólo el indefinible azar ha permitido que todavía sigan respirando.
¿Qué piensan en ese instante? me pregunto turbado. Los han detenido hace unas pocas horas, tal vez hace unos días, sin conocer la razón. Es posible que algunos miembros relevantes de su comunidad hayan colaborado en su apresamiento invitándoles a concentrarse en la llamada de las fuerzas nazis que han invadido el pueblo. No entienden por qué están ejecutando de manera cruel y monótona a personas indefensas de cualquier sexo y edad como si se tratara de ovejas en un matadero. Tal vez consideren que son inocentes, que no han hecho nada malo que merezca semejante castigo; si bien, cabe la posibilidad de que sean culpables de unos delitos que ignoran. Ningún tribunal les ha sentenciado. Entonces, ¿qué les ha conducido hasta ese punto sin retorno? ¿Tienen alguna posibilidad de salvación?
En algún lugar recóndito de su cerebro desean, imploran a un dios sordo y mudo, que el escenario del que forman parte desaparezca, se disuelva y puedan salir indemnes, sin más humillaciones ni amenazas; que les indulten en el último momento. ¿Hay algún ser superior en algún lugar que les aparte de ese horror?
Según contaron algunos de los verdugos que participaron en matanzas semejantes, las víctimas aguardaban en silencio su turno fatal; es posible que pensaran que lo que estaba sucediendo no era más que algo incongruente que nada tenía que ver con ellos, que se trataba de un funesto error, que el suceso estaba relacionado con otros, con esos que habían muerto antes, seguramente culpables de un delito que ellos no habían cometido. Su liberación era el resultado lógico que esperaban. Están matando al que está justamente delante, pero ¿llegarán a matarle a él mismo? Siempre han respetado las reglas, han sido obedientes, cumplido con los mandatos de su religión, de sus líderes, de sus padres, de sus maridos, de sus maestros, de la policía, del Estado, nunca se han rebelado, nunca. A cambio esperaban recibir la recompensa de la protección: su obediencia era una salvaguarda, suponía un cierto control sobre el mundo y sus aconteceres.
¿Reflexionaban así o simplemente se resignaban a su destino sabedores de que no podían hacer nada para escapar de él? Preguntas sin respuesta. En cualquier caso, no intentaban huir, no se enfrentaban a sus verdugos, obviamente en minoría, no suplicaban clemencia. ¿La muerte era su liberación como en el caso de las personas muy deprimidas? ¿Habían perdido el control y por ende, toda esperanza?
En 1967, el psicólogo Martin Seligman estudió un fenómeno psicológico al que denominó “indefensión aprendida”. Este fenómeno hace referencia a la actitud interiorizada de un animal (incluyendo a los seres humanos) a comportarse con pasividad bajo la sensación subjetiva de carecer de capacidad para enfrentarse a un evento estresante o amenazador a pesar de que existan opciones que puedan modificar la situación, reduciendo o suprimiendo las consecuencias aversivas presentes. La indefensión aprendida se ha relacionado con la depresión clínica y con la ausencia total de control sobre un escenario. También se ha constatado que ambientes autoritarios con un importante grado de inacción o de delegación de la toma de decisiones en supuestas manos expertas, materiales (humanas) o míticas (dios), pueden conducir, cuando no se cumplen las expectativas que justifican la sumisión, a la desesperanza y a la indefensión aprendida. Es obvio que el sujeto podría revelarse ante la situación y generar nuevas reglas de afrontamiento que le ayudaran a superar la frustración y el sufrimiento psicológico, pero no siempre se produce esta reacción, más bien al contrario, si no se cree en la posibilidad de éxito para qué movilizarse. No tenemos explicaciones científicas que justifiquen la terrible escena descrita, pero, dada su reiteración en la historia de la humanidad, quizá podríamos hipotetizar que es la obediencia a una autoridad coercitiva, sea ésta cual sea, la que nos incapacita para ejercer la rebelión necesaria que modifique el rumbo de los acontecimientos. Autoritarismo, desesperanza, indefensión, pérdida de control, palabras con significado que abren un debate psicosocial muy presente y necesario en nuestro tiempo.

Ángel E. Lejarriaga


Fuente: Rojo y Negro