El Partido Popular está en construcción y el PSOE en levitación. El doble lenguaje de “Tratado europeo, de entrada no”, practicado por las bases aznaristas y su Brunete mediática, frente al tímido “vayamos todos juntos y yo el primero por la senda de la constitución”, musitado por su dirección ; el fuego cruzado de la vendetta catalana con el florentino Piqué, escenificando la escena del sofá junto al demonizado Carod Rovira ; el corte de mangas a las conclusiones de la Comisión de Investigación del 11-M, que ha obligado a su secretario general Marino Rajoy a secundar la posición de abstencionismo activo de los halcones de Génova 13 ; todos estos asuntos, juntos y revueltos, marcan un proceso de desgaste, confusión, dualización e inoperancia que sumerge al PP en una catarsis y deja momentáneamente a la derecha consuetudinaria sin referente fiable en el panorama político nacional.
Sin embargo, demostrando una vez que las fuerzas conservadoras en España nunca caminan solas, el galimatías popular se ha visto de improviso clarificado por la toma de posición de la Iglesia al poner a un moderado al frente de la Conferencia Episcopal. La victoria del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, significa un pírrico espaldarazo para las acobardadas posiciones centristas que representa en el Partido Popular Mariano Rajoy, y un rechazo temporal a los cruzadistas que lideran los exorcistas Aznar y Acebes y la plana mayor del “vasquismo constitucional”.
Claro que, como la curia no da punzada sin hilo, la ajustadísima victoria de Blázquez frente al ultramontano Rouco se ha visto compensada y compulsada con el nombramiento del ortodoxo arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, como lugarteniente, lo que visualiza también la profunda división ideológica de la teocracia ibérica, calco de su correlato político-institucional. Así que más que apertura de sotanas se trata de un cambio rigurosamente vigilado, íncubos y súcubos bajo palio, la divina proporción, hasta ver el cariz de la fumata blanca que salga del Quirinal cuando al consumido Papa le llamen desde el precipicio. Proceso que, en su conjunto, no deja de ser un episodio más de la histórica franquicia entre la derecha y la iglesia, que de tarde en tarde suele intercalar en reñida alquimia un Tarancón entre diez Gomás.
En cualquier caso, este escenario favorece una prolongación del estado de gracia en que parece haberse instalado la ejecutiva socialista salida del 14-M, a pesar de su clamorosa pifia en el referéndum europeo del 20-F. Las primeras actuaciones de Rodríguez Zapatero, por afectar a eso que hoy suelen llamarse derechos individuales de tercera generación han puesto de los nervios a la derecha y su caverna. Sin tocar los fundamentos económicos en que asienta su dominio (lo que los marxistas llaman estructura), el goteo de iniciativas de sesgo ideológico, social y cultural (cierta superestructura, en idéntico registro) emanado del gobierno de los idus de marzo está haciendo derrapar a la oposición, cada vez más lejos de ser alternativa de tanto comprometer a las acomodaticias clases medias que fueron su principal baluarte electoral en el inmediato pasado.
Mientras Mariano Rajoy no acierta a pasar la ITV tras el batacazo en las urnas, las inquietas castas del poder judicial, mediático y eclesial están tomando el pulso a sus tonsurados por si llegado el caso deben suplir el desfallecimiento político del Partido Popular, hasta ahora marca de postín de la escudería inmovilista. Con el PP de nuevo en el alero político, en púlpitos, estrados, garitos, audiencias, sacristías y reboticas, su Ku Klux Klan conspira para cocinar otro Motín de Esquilache al siempre actual grito de ¡vivan las caenas !, como demostró la flagrante contradicción del referéndum del 20-F, a medio camino entre el conformista “sí “oficial y el bronco “no” de los sectores confesionales.
Junto a los tímidos avances-maquillajes del zapaterismo, en su lado oscuro cabe reseñar el intuido abandono de la solidaridad con el pueblo saharaui ; el inmovilismo economicista que practica el ministro Solbes ; la persistencia de apaños de justicia preventiva contra los islamistas, convertidos en nuevos chivos expiatorios del “Estado panóptico” ; la larvada amenaza de los cobradores de favores emboscados en el sector financiero y empresarial adictos al poder vigente ; el coitus interruptus que ha supuesto la rectificación de la opción de listas abiertas prevista en el programa socialista ; la preocupante falta de transparencia en el turbio asunto del 11-M y las sospechas de aguamiento del cacareado “informe de los sabios” a favor de potenciar una esfera pública informativa en RTVE. Esto también esta ahí. Son igualmente atributos de este gobierno, su pasivo. Pero, de momento, no anulan ni desmienten lo que se está pergeñando en el campo de las costumbres. Allí se perciben las primeras luces de un débil rearme moral, un campo de apoyo a la sociedad civil que, si prospera y se profundiza en la eticidad, yendo más allá de la sospecha de una simple operación de captación masiva de votos, podría suponer un atril para verdaderas reformas y no una nueva “movida”exclusivamente.. Hablamos de transformar la realidad y no sólo los mecanismos de habitar virtualmente esa realidad. Supondría, en fin, tener la capacidad de superar la “moral visigótica” de la que se ha servido la derecha más cerril para dominar históricamente vidas, haciendas y conciencias. El sagrado principio de autoridad autorizada. Eso si el cuento de marras llegara a ser y no descarrila en la dirección de lo infumablemente correcto que ha supuesto el trágala de ese fraudulento referéndum europeo sin quorum.
Y todo porque un día la gente sencilla se echó a la calle para protestar contra algo que “lo llaman democracia y no lo es”. Una seña de identidad que el PSOE de la segunda oportunidad debería recordar siempre. Porque no hay dicha que cien años dure ni factura que no se pague. Igual que las lanzas se vuelven cañas, se puede ir a Bosnia en misión humanitaria y terminar convertido en el asesino de la baraja.