Aquí, precisamente, encontramos una de las claves del presente: la que vincula las privatizaciones con el ataque contra los salarios y las condiciones de vida de la clase trabajadora, la que expresa la potencia de desestructuración social que tiene un capitalismo trasnacional y desregulado, animado por un hambre voraz de superbeneficios.
Por José Luis Carretero Miramar
Por José Luis Carretero Miramar
Lo hemos visto: los trabajadores de seguridad de Eulen en el aeropuerto del Prat deciden interrumpir el tráfico habitual de las personas y las mercancías en un día de ajetreo para los flujos internacionales del capital. Y, de repente, todo se trastoca. La huelga, fantasma insepulto de una clase trabajadora cuya extinción ha sido decretada hace ya tiempo, vuelve a ocupar los titulares de los periódicos y las cadenas televisivas del mainstream. Lo que hace pocos días era una vetusta muestra de inútil falta de adaptación a los nuevos tiempos, pletóricos de manifestaciones de hologramasy pliegos petitorios virtuales y colaborativos, de repente vuelve a conquistar su carga secular de amenaza e intranquilidad para con lo establecido: ¿si el trabajo no existía cómo es posible que se pare nuestra ultra-veloz sociedad por la acción de unos cuantos pelagatos, de los de precariedad impuesta y cursos gratuitos de motivación para con la empresa?
La huelga, la pesadilla dela burguesía que ya fue, reemplaza por sorpresa a los fulgurantes demonios de la nueva clase empresarial transnacional y adicta al networking, el coworking y la programación neurolingüística: los hackers, la desafección o la deriva nómada. El primer George Sorel, Salvador Seguí o el insepulto Ferrer Guardia (autor y financiador de las más incendiaras proclamas de la publicación barcelonesa de principios del siglo XX, “La Huelga General”) amagan con tomarse una especie de desquite veraniego, tras toneladas de propaganda, y de lo que no se llama a sí mismo propaganda, sobre el “fin del trabajo organizado”, “la futilidad sindical” o “la empresa –comunidad”.
Y es que esta huelga, además, llega en mal momento. En el momento imprevisto, aunque más previsible para quienes conozcan de verdad la historia del movimiento obrero: el momento de la llamada “recuperación”, cuando la maquinaria de extracción y reparto capitalista del plusvalor amaga con volver a funcionar a toda máquina. Quién haya leído a ese viejo militante ácrata llamado Francisco Olaya, que publicó dos monumentales obras llamadas “Historia del movimiento obrero del siglo XIX” e “Historia del movimiento obrero de 1900 a 1936” podrá haber entresacado algunas constantes en el decurso de casi siglo y medio de luchas obreras. Una de ellas, sin duda, será la siguiente: mientras en las etapas de crisis capitalista, el conflicto proletario se expresa en términos insurreccionales o barriales y locales, pero no laborales; en los momentos de ascenso del ciclo económico es cuando la actividad sindical se recupera de su letargo y empiezan las cadenas huelguísticas con las que la clase trabajadora trata de obtener su parte en los frutos de la recuperación económica. El ascenso del ciclo produce el aumento de la inflación, poniendo en peligro el mantenimiento de los salarios reales, que sólo pueden ser sostenidos o aumentados (para captar su parte correspondiente en justicia de los nuevos flujos de riqueza presentes) en base a una actividad huelguística y de conflicto potente y creciente.
Es decir, ahora que el capital ha conseguido deprimir los salarios por más de una década, que no aumenten no significa otra cosa que seguir bajándolos en un marco de recuperación y, por tanto, de aumento de la inflación. Que esto, a su vez, es una trampa mortal para la sostenibilidad de la propia recuperación, impidiendo la creación de una demanda agregada solvente y suficiente para la nueva producción, es algo que sabe el empresariado más inteligente (como el presidente de AC Hoteles), pero que, también , permanece oculto como un arcano incomprensible para la mayoría de una clase burguesa sometida, a su vez, a las tensiones irreductibles de una competencia creciente en el marco de un mercado desregulado e internacionalizado.
Así pues, a los trabajadores sólo les queda lo que siempre tuvieron: su capacidad para, como dice la canción de Nacha Guevara, “interrumpir el sábado”.
Que esta interrupción, además, se haya producido, como un mortal relámpago, en una de las principales nervaduras de nuestro aparato productivo, como son la vías de entrada y salida de los turistas, no es más que una consecuencia natural de lo anterior: son los trabajadores situados en posiciones más estratégicas quienes pueden abrir las hostilidades con mayor impacto real. Lejos de expresar una “turistofobia” que, aparte de una proverbial serpiente de verano de los media, no es más que una fútil expresión de incapacidad para plantear las auténticas cuestiones, la lucha de los trabajadores del Prat y de otros aeropuertos, así como la de las Kellys o de otras empresas de hostelería, pone sobre el tapete una vertiente crucial para los próximos años: cómo se va a distribuir, entre las distintas clases sociales, todo posible crecimiento futuro, en el bien entendido de que el mismo será siempre precario y problemático, en marco de la crisis sistémica del capitalismo que no hemos abandonado. Las movilizaciones vecinales y obreras, en este contexto, pueden conseguir resultados más profundos y reales que el gusto por la espectacularidad o el activismo irracional e indiscriminado contra quienes no tienen la culpa de nada.
Que esta huelga, por otra parte, haya sido respondida con una de las más potentes armas de que dispone el gobierno para devolver a su cauce normalizado a la vida económica, como es la militarización del trabajo, por la vía de la intervención de un cuerpo dependiente de las Fuerzas Armadas como es la Guardia Civil, era también previsible con los precedentes marcados por la huelga de los controladores aéreos de hace unos años, así como por la creciente represión judicial y policial de las protestas desplegadas en el ciclo de luchas sociales que empezó el 15-M (y muy especialmente las últimas huelgas generales).
El gobierno renuncia a la propia institucionalidad burguesa, que habla del derecho constitucional y fundamental a la huelga, cuando la normalidad del devenir de las mercancías y consumidores en el mercado desregulado se ve amenazada. Es aquí donde más claramente se puede ver la estricta condición de clase de las políticas públicas del Partido Popular: mientras la administración nunca interviene ante las amenazas empresariales a quienes desean hacer huelga, ante el fraude de ley generalizado en la contratación temporal, ante las desastrosas ( y en ocasiones criminales) condiciones de seguridad en el trabajo en las que se desarrolla la mayor parte del desempeño laboral en casi todos los sectores económicos, o ante la imposición de servicios mínimos abusivos y, a veces, incluso declarados como ilegales en huelgas previas por los tribunales; sí lo hace, y con toda su potencia, cuando una huelga en un sector estratégico muestra tener la suficiente fuerza como para doblegar el largo brazo empresarial y servir como ejemplo para movilizaciones ulteriores de otros sectores.
Y ello, incluso, cuando la principal asociación del personal de la Guardia Civil ha tenido la decencia (al césar lo que es del césar) de manifestar que no tiene mucho sentido ni, probablemente, encaje legal, que se utilice un cuerpo armado para impedir una huelga legalmente convocada. Y, además, ha dicho algo también muy interesante: que el origen de este conflicto puede encontrarse en los procesos de privatización que han entregado actividades de seguridad de todos los ciudadanos que son responsabilidad del Estado, según su propia legalidad, a empresas privadas, participadas por grupos financieros transnacionales y cuya única fidelidad es la obtención del máximo beneficio pecuniario.
Aquí, precisamente, encontramos una de las claves del presente: la que vincula las privatizaciones con el ataque contra los salarios y las condiciones de vida de la clase trabajadora, la que expresa la potencia de desestructuración social que tiene un capitalismo trasnacional y desregulado, animado por un hambre voraz de superbeneficios.
Remunicipalización, pues, como estrategia para revertir las privatizaciones generando nuevas formas de gestión de los bienes comunes, y lucha obrera para forzar el aumento de salarios y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, junto a la emergencia de nuevas formas económicas autogestionarias y de empoderamiento comunitario, son las claves que determinarán la deriva de los próximos tiempos: o los frutos de la recuperación se reparten en un contexto de organización creciente de la clase trabajadora en todos los ámbitos, o los salarios reales seguirán cayendo y de la precariedad como expresión supuestamente patológica y coyuntural pasaremos a lo precario como centro de la totalidad de expresiones de nuestra vida social. Determinar cuál sea la nueva normalidad bien vale una huelga.
José Luis Carretero Miramar
La huelga del Prat: peleando por los frutos de la “recuperación”
Fuente: José Luis Carretero Miramar