Antonio Pérez Collado. "El Trinquet" Levante-EMV
El discurrir de la vida suele jugar malas pasadas a profetas y adivinos. En el caso de Fukuyama y su vaticinio sobre "el fin de la historia", la tozuda y rebelde realidad ni siquiera tuvo el detalle de esperar a su óbito para dejarlo en ridículo, puesto que poco después de que los más afamados medios de manipulación de masas, aparentemente serios y objetivos, se hicieran eco del anuncio de la muerte de las ideologías (de todas menos de la del dinero, claro) y el triunfo definitivo del sistema capitalista en todo el orbe, ya estaba el movimiento antiglobalización reivindicando aquello de que otro mundo es posible y necesario.
Antonio Pérez Collado. «El Trinquet» Levante-EMV

El discurrir de la vida suele jugar malas pasadas a profetas y adivinos. En el caso
de Fukuyama y su vaticinio sobre «el fin de la historia», la tozuda y rebelde
realidad ni siquiera tuvo el detalle de esperar a su óbito para dejarlo en ridículo,
puesto que poco después de que los más afamados medios de manipulación de masas,
aparentemente serios y objetivos, se hicieran eco del anuncio de la muerte de las
ideologías (de todas menos de la del dinero, claro) y el triunfo definitivo del
sistema capitalista en todo el orbe, ya estaba el movimiento antiglobalización
reivindicando aquello de que otro mundo es posible y necesario.

Frente al expolio del planeta y la pobreza extrema a que el sistema de libre mercado
nos condena, era evidente que no todos los seres humanos se iban a resignar al papel
que se les asignaba. Pueblos enteros se han seguido levantando por el derecho a
vivir con dignidad, a ser libres, a comer y a tener un techo, a contar con escuelas
y hospitales para sus hijos.

Ningún continente ha sido completamente sometido al pensamiento único. En el llamado
Tercer Mundo o en la rica Europa son miles las voces y los puños que se alzan en
defensa de la dignidad y los derechos pisoteados por las multinacionales, los bancos
y sus gobiernos títeres. Los desheredados de la India, del mundo musulmán, del
África expoliada, los hijos de los inmigrantes en Francia o el Reino Unido, siguen
sin aceptar un modelo de sociedad donde la mayoría es condenada a trabajar en
precario y consumir resignadamente hasta el límite que permitan los menguados
recursos.

Pero es sin duda en la América pobre, en el patio trasero de los poderosos USA,
donde más movimientos de contestación se están produciendo contra el modelo impuesto
desde los centros de poder financiero y político del molesto vecino de «arriba».

Desde los años sesenta del siglo pasado América Latina ha sido un quebradero de
cabeza para los sucesivos gobiernos de EE.UU. Las guerrillas de tinte marxista, bajo
la influencia de la Cuba de Castro y el Che, no han dejado de estar presentes y
activas en el continente : Colombia, Uruguay, Argentina, El Salvador, Nicaragua,
Bolivia, Perú, Guatemala, etc.

El Pentágono y la CIA han gastado verdaderas fortunas en financiar a grupos
paramilitares y en apoyar golpes de estado en cada uno de los países donde los
movimientos guerrilleros, la presión social o las reivindicaciones de los pueblos
indígenas pudieran poner en peligro los intereses de las empresas yanquis.

El desgaste de estos movimientos y el fin del bloque «socialista» hicieron pensar
que lo más conveniente para Sudamérica eran los gobiernos socialdemócratas, puesto
que las dictaduras militares ya no eran de recibo. Se tomó como modelo la transición
española (un cambio donde lo fundamental no cambia) y demócratas como Fraga o
González se fueron para allá a venderles el producto. De paso aprovecharon el viaje
para abrir las puertas a Repsol, Iberdrola, Meliá, SCH, BBV, Endesa, Aguas de
Barcelona, Telefónica y demás empresas dispuestas echar una mano (a los bolsillos y
a los recursos naturales, por supuesto).

Todo iba bien, lo bien que podía ir. Los militares dejaban a regañadientes su sitio
en el palacio presidencial a empresarios ambiciosos, políticos corruptos y caudillos
manipuladores. Pero el pueblo, los trabajadores y los indígenas, seguían empeñados
en querer cambiar las cosas. Ensayaban modelos de organización, hacían proyectos, se
equivocaban y volvían a empezar… Ocupaban tierras, creaban cooperativas,
extendían redes de solidaridad, se levantaban contra la injusticia, hacían su propia
política. De forma distinta en cada sitio, espontánea, original, fresca. En Chiapas,
en Argentina, en Brasil en Lima o en Santiago se vivían nuevas utopías. Se
fusionaban las ideas autogestionarias llegadas de Europa con las tradiciones
indígenas de respeto a la naturaleza y de propiedad colectiva.

Tal amalgama de ideas y realidades supone la más firme esperanza para quienes, desde
el mundo rico y sometido, nos resistimos a creer que ya está todo perdido. Ver a los
zapatistas o a las gentes de la APPO (en Oaxaca) organizarse al margen del Estado, a
los obreros argentinos tomar las fábricas, a los indígenas guaranís, aymaras,
mapuches y demás defender sus tierras y sus costumbres frente a las multinacionales
expoliadoras y contaminantes no puede dejar de levantar nuestra simpatía y
solidaridad.

Para quienes siguen esperando que los cambios vengan desde los gobiernos, la
situación en Latinoamérica también les ofrece un agarradero, toda vez que por aquí
ya no pueden encontrar partido ni líder que resulte presentable desde un punto de
vista mínimamente objetivo. Por eso todos los adoradores de mitos revolucionarios
han puesto sus ojos en los nuevos ídolos de la izquierda.

Allí tienen a Chávez, Morales o Mesa. No importa que estos personajes acaben por
sucumbir a las presiones del FMI o que opten por nadar entre las dos aguas del
populismo y el dulce ejercicio del poder. Antes enloquecieron con Fidel Castro,
Daniel Ortega o Lula, y todavía no aceptan que éstos han traicionado la Revolución.
Los mitómanos de la izquierda europea seguirán buscando nuevos iconos a los que
ofrecer sus oraciones de acomodados proletarios del Norte opulento.

Para los libertarios lo que cuenta no son los líderes ; para nosotros lo importante
es el pueblo y sus experiencias autogestionarias, aunque éstas sean en una aldea
perdida de la selva, en un escondido y mísero barrio metropolitano. Para tomar el
gobierno sólo hace falta tener más votos que los otros ; para cambiar la sociedad y
la vida hacen falta muchas pequeñas victorias, muchos sueños, muchas voces rebeldes.

Va siendo hora ya de mirarnos en el espejo de América Latina para vernos el rostro
de nuestra apatía, de nuestra sumisión, del desencanto general. Pero no sería
suficiente con que nos limitásemos a admirar lo que allí se hace, sino que esas
luchas las compartiéramos, las hiciéramos nuestras y extendiéramos esa ilusión, esa
fuerza, esa magia a nuestro lugar de trabajo, a nuestros barrios, a nuestras
aulas…

Antonio Pérez Collado

CGT-PV


Fuente: Antonio Pérez Collado - CGT-PV