Un símbolo para unos de salvación del género humano, para otros de siglos de imposición ideológica, se convierte a fuerza de tibieza política en elemento de discordia después de 30 años constitucionales.
La culpa evidentemente es de los gobernantes que han pasado por Moncloa y que han situado la laicidad como cuestión menor, o no tan menor pero incómoda políticamente para resolverla.
La cuestión de fondo es si debemos respetar las creencias de todos (ni mayoría ni minorías) y convertir el espacio de todas las personas que conviven socialmente en espacios de todos (laicos). Después de siglos viviendo con naturalidad la presidencia de símbolos religiosos en la vida civil, aún hay quienes creen que esto es el estado natural de las cosas. Por ello cuando, tarde, el gobierno dice de prohibir los símbolos religiosos en los espacios de todos y todas, se llevan las manos a la cabeza y amenazan con crear un problema donde no lo hay. Estas personas aún no se han enterado que el ámbito religioso es de índole privada y que se manifiesta colectivamente entre aquellas personas que comparten un mismo credo. Pero que no puede superar este espacio por respeto a las otras creencias.
Evidentemente que un crucifijo, o una estrella, o media luna o una hoz o un martillo o …., tantos otros símbolos de creencias encontradas, presida la vida civil choca de frente en una sociedad que asume que las creencias de cada uno son tan respetables como las de los demás. Posiblemente este esquema de tolerancia es el que quema a más de una persona que cree estar en posesión de la “única verdad” y por lo tanto miran de reojo al resto de los mortales que no la comparten con cierta “compasión”, en el mejor de los casos, o con rencor en el peor.
La vocación totalizadora de las religiones integristas nos lleva a la confrontación entre seres humanos, que por serlo estamos mucho más allá de las ideologías y las creencias. Antes que la fe está la persona, el prójimo que no debe ser quemado en la hoguera simplemente por no compartir el credo. Muchos siglos de intransigencia y de terror deben ser redimidos enviando al mundo de las religiones a las esferas privadas y de culto propios. Las manifestaciones ciudadanas públicas siempre deben ayudar a la unión de aquellos que construimos día adía una sociedad más fraterna y solidaria. Que solo los símbolos que representan aquello que nos une a todas las personas (laicos) siempre estén presentes entre nosotros.
La enseñanza religiosa en las instituciones educativas es una fuente constante de discriminación de aquellos que deciden libremente no recibirla. Por ello CGT vuelve a insistir en que dentro del curriculum ordinario, el común, el laico, no aparezca la enseñanza religiosa como elemento diferenciador. El crucifijo en la pared es poca cosa comparada con la diaria segregación de aquellos niños y niñas que deben de salir de su grupo de iguales, porque no comparten con ellos un credo religioso. Escandaliza la imagen de la estrella de David en la solapa de los vestidos de las niñas y niños judíos en la Alemania nazi, mientras que asumimos como normal que se le indique la puerta de la calle a los niños y niñas que no dan religión a diario en nuestras escuelas. Basta de deseducar a niños y a niñas en la segregación, en la exclusión por sexos, por razas, por religiones o creencias.
Rafael Fenoy Rico. Secretario Jurídica de Federación Enseñanza CGT.
Fuente: Rafael Fenoy