Artículo de opinión de Rafael Cid
“Somos sujetos sujetados”
(Michel Foucault)
“Somos sujetos sujetados”
(Michel Foucault)
Si en Estados Unidos la crisis inmobiliaria implosionó por la complicidad de bancos y agencias de calificación que validaron con la triple A de excelencia a las tóxicas subprimes (bonos basura en realidad), su réplica en España se perpetró gracias a la anuencia de agentes institucionales (políticos, sindicales y empresariales). Fue la codicia de los representantes de los partidos dominantes, las centrales mayoritarias y la patronal, empotrados en las entidades de ahorro semipúblicas para controlar a su favor el flujo de inversiones, por un lado, y la permisibilidad de los órganos de supervisión (Banco de España, Comisión Nacional del Mercado de Valores y Ministerio de Economía y Hacienda), por otro, los factores que cebaron el crac.
Los casos de Cajamadrid /Bankia y de Caja de Castilla La Mancha, dos butrones de 20.000 y 9.000 millones de euros, respectivamente, para el bolsillo de los españoles, son algunas de las muescas de aquel saqueo antisocial de arriba abajo oficializado bajo palio del Estado. El epítome de la corrupción se refleja en los responsables del duopolio dinástico hegemónico, Rato por el PP y Moltó por el PSOE, al frente de esas dos entidades financieras que, como todas las de su sector, nacieron presuntamente para servir a la colectividad con los ahorros de la gente. Y que hoy son casi cenizas, después de la parasitación realizada por los autotitulados “representantes sociales” (“animadores socio-culturales, Moltó dixit) ungidos en su estructura gracias a la Ley de Órganos Rectores de las Cajas de Ahorros (LORCA) aprobada en 1985 por el felipismo.
Pero el que no lo ve es porque no quiere, vivir es fácil con los ojos cerrados. Decía Jean-Paul Sartre que “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. ¿O es que la experiencia no cuenta? Ahora mismo está en las carteleras una espléndida película que nos vuelve a poner delante la evidencia caníbal de un sistema que no salva ni a sus propias díscolas criaturas. Se llama “La gran apuesta” (Adam McKay 2015), y no es otro filme más sobre la abrasiva crisis financiera de este primer tercio del siglo XXI. Es el paradigma cinematográfico de todo lo visionado en torno a ese arsenal de destrucción masiva. Por las pantallas no ha pasado ningún otro relato de sus características, aunque desde el documental “Inside Job” hasta “El lobo de Walt Street” de Scorsese, por poner solo dos referencias recientes y extremas en cuanto a lenguaje, la factoría Hollywood nos ha dejado cumplidas muestras de su buen hacer.
¿Qué es lo que hace distinta a “La gran apuesta”, lo que la convierte en única hasta ahora? Dos apuntes que van directamente a la diana del problema y cuya inobservancia hará muy posiblemente que la tragedia se vuelva a repetir con nuevos actores sin memoria histórica. El primero, demostrar que solamente en los márgenes del sistema existe pensamiento propiamente dicho, no gregario, para comprender cabalmente lo que ocurre, por qué ocurre y contra quien. En la cinta ese papel lo ostentan tres grupos de brokers-frikis, offsiders a su pesar, que por tener una posición colateral respecto al proceso pueden anticiparse al tsunami emergente y sacar rédito de su transgresor talento. Es en la distancia del tiempo y el espacio una especie de tributo a la recomendación kantiana de “pensar desde uno mismo”.
Establecido ese rasgo de racionalidad como condición para la afirmación del sujeto autónomo, “La gran apuesta” vuelve sobre sobre sus fueros y muestra el efecto bumerán al que inevitablemente estamos abocados si, como en el caso de nuestros perspicaces cazarrecompensas, se apuesta contra el sistema desde el mismo vientre de la bestia. Que es tanto como estar de vuelta sin haber ido. O aquel dicho atribuido al torero Marcial Lalanda “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”. Porque el segundo apunte demuestra como los pingues beneficios que obtienen los apostantes que juegan a asaltar el monumental casino trucado que constituye el sistema se obtienen a costa de la inmensa desdicha de las personas inocentes que fueron víctimas propiciatorias de los desalmados que dominan el tinglado: los trabajadores, los emigrantes, los engañados, los frustrados…las y los de abajo.
“La gran apuesta” es una soberbia e implacable reflexión sobre la siniestra mentira de la economía convencional en el mundo global. Una lúcida y transgresora llamada de atención ante las buenas intenciones de cuantos “quieren asaltar los cielos” compartiendo los valores, rutinas y procedimientos de los seráficos depredadores a quienes pretenden derogar. Aquel quevedesco alguacil alguacilado que en el plano político ha tenido su despegue estelar en la infame peripecia de la “coalición de la izquierda radical” Syriza en Grecia, y cuya próxima etapa deberá cubrir en España el partido Podemos y sus atributos, enmarcados en una edición renovada del “compromiso histórico”. Permanezcamos atentos a la pantalla.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid