El 4 de julio de 1931, en la inauguración de un ateneo libertario, Federica Montseny se refirió al anarquismo con estas palabras : "Es un ideal que dice al hombre : eres libre. Por el solo hecho de ser hombre, nadie tiene derecho a extender su mano sobre ti. Eres tú el señor y el dios de ti mismo…". A luchar por ese ideal dedicó su vida, llegando incluso a ser ministra durante la Guerra Civil, por entender que la unidad de los antifascistas era necesaria para derrotar a las tropas franquistas. "Una mujer de voluntad de roca, que no se tuerce, y de carácter de hierro, que no se rompe". Así se definió a sí misma esta tenaz luchadora, cuya vida reconstruyen ahora dos biografías.


El 4 de julio de 1931, en la inauguración de un ateneo libertario, Federica Montseny se refirió al anarquismo con estas palabras : «Es un ideal que dice al hombre : eres libre. Por el solo hecho de ser hombre, nadie tiene derecho a extender su mano sobre ti. Eres tú el señor y el dios de ti mismo…». A luchar por ese ideal dedicó su vida, llegando incluso a ser ministra durante la Guerra Civil, por entender que la unidad de los antifascistas era necesaria para derrotar a las tropas franquistas. «Una mujer de voluntad de roca, que no se tuerce, y de carácter de hierro, que no se rompe». Así se definió a sí misma esta tenaz luchadora, cuya vida reconstruyen ahora dos biografías.

JOSÉ ANDRÉS ROJO – EL PAÍS

El 12 de febrero de hace cien años nació en Madrid Federica Montseny. Cuando murió en Toulouse, en 1994, muy pocos se acordaban de ella y se fue sin los homenajes que merecía. Fue una mujer que no dejó de luchar por sus ideas y que llegó a ser ministra en los difíciles años de la Guerra Civil. La suya fue una vida llena de dificultades y a contracorriente. Convirtió su voz en la voz de los que nada tenían y de los que luchaban por un mundo diferente, donde el individuo reinara sin las ataduras que imponen leyes y convenciones, sin las marcas de la injusticia, y en paz y armonía con sus semejantes.

Hoy, la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, presentará en Madrid Federica Montseny. Una anarquista en el poder (Espasa), que ha escrito Irene Lozano (Madrid, 1971), periodista de El Mundo que ha sido enviada especial (Argelia, Mauritania, Marruecos, Kosovo, Nicaragua), editorialista y crítica literaria. Mañana serán las ex ministras Carmen Alborch y Ángeles Amador las que presenten Federica Montseny. La indomable (Temas de Hoy), la biografía de Susanna Tavera (Madrid, 1945), doctora en Historia Contemporánea y profesora de la Universidad de Barcelona.

«El anarquismo de Federica Montseny es el que vive en su familia. Tiene que ver, más que con los componentes de acción directa que se asocian al movimiento, con la defensa de la cultura, con la práctica de una forma de entender la vida en la que la labor pedagógica y de transmisión de ideas es fundamental», dice Irene Lozano.

«Sus padres formaban parte de la tradición antiautoritaria y librepensadora del anarquismo», explica Susanna Tavera. «Eran incluso reticentes al sindicalismo, y eso lo hereda su hija. Lo que ella defiende es el anarcoindividualismo. Cree en el individuo, en la capacidad de las ideas para transformarlo. Lo suyo, más que la búsqueda de la utopía sindicalista de la Sociedad Corporativa de los Trabajadores Manuales, es más bien perseguir una sociedad de comunas libertarias. Es en el pueblo donde el individuo puede realizarse».

Las batallas juveniles de Federica Montseny oscilaron entre el ámbito doméstico, donde perseguía en la vida cotidiana un trato igualitario con los hombres y romper con la tradicional postergación de la mujer, y el público, donde se volcó a través de la labor editorial de sus padres a publicitar a través de revistas y libros las ideas libertarias. «El grupo de anarquistas en el que creció constituía una suerte de gran familia, donde había fuertes afinidades entre padres y hermanos y amigos y correligionarios. Puede hablarse incluso de una especie de falansterio, al estilo de Fourier, pues, junto a la labor editorial, tenían también actividades agropecuarias para poder sobrevivir», comenta Tavera.

«Eran gente de principios y muy solidarios», cuenta Lozano del grupo que rodeaba a Federica Montseny. «No es que reivindicaran la infidelidad en las parejas cuando pretendían acabar con el modelo tradicional de familia. Luchaban porque cada cual pudiera elegir al compañero o compañera que quisiera, y poder cambiar si las cosas no habían funcionado». Federica Montseny estuvo siempre unida a su compañero Germinal Esgleas, con el que tuvo tres hijos.

Acabó la dictadura de Primo de Rivera, llegó la República. Todo aquello se vivió como una gran revolución, pero en el ámbito de la joven anarquista se quería ir más lejos. Es la época en la que Federica Montseny se vuelva en cuerpo y alma en su trabajo con la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), el sindicato anarquista. Los mítines, las publicaciones, las iniciativas solidarias siguieron su curso. Todo cambiaría drásticamente con el golpe de los militares y el estallido de la Guerra Civil. Fue entonces cuando llegó lo que Irene Lozano llama la «revolución inesperada». El alzamiento permitió que los grupos anarquistas convirtieran muchas de sus aspiraciones remotas en algo real. Las calles se llenaron de gente, el mundo se transformaba a marchas forzadas. Y hubo también mucha violencia.

«No creo que Federica Montseny supiera claramente al principio de la guerra lo que los anarquistas tenían qué hacer. Los acontecimientos iban demasiado rápido», dice Irene Lozano. «El Estado había sido siempre el gran enemigo, pero entonces había un enemigo mayor aún. En medio de la vorágine, considera finalmente que lo más importante es ganar la guerra, aunque para ello haya que formar parte de un Gobierno».

Susanna Tavera señala la importancia que para Federica Montseny tuvo Teresa Claramunt, una obrera tejedora muy próxima a su familia y que había sido una activa luchadora en las filas sindicales y que murió al llegar la República. «No es que creyera en el sindicalismo, pero actuó en ese medio. Entendió que debía ocupar el lugar que había dejado su amiga y apoyó la insurrección y las conquistas de los anarquistas».

Los acontecimientos se fueron complicando cada vez más. La explosión revolucionaria inicial no fue suficiente para detener el avance del ejército franquista. Una fisura se abrió entonces en las filas anarquistas, donde convivían diferentes tendencias. Había muchos que consideraban prioritario llevar más lejos sus conquistas y profundizar en la revolución. Para otros era más importante ganar la guerra. Entre ellos estaba Federica Montseny, convertida ya entonces en uno de los líderes de la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Y se convirtió en ministra.

Una mujer en el Consejo de Ministros

Federica Montseny fue la primera mujer que llegó a ministra en España. Se ocupó de la recién creada cartera de Sanidad y Asuntos Sociales en el Gobierno que Largo Caballero formó en noviembre de 1936, con el ejército franquista a las puertas de Madrid.

Tanto Irene Lozano como Susanna Tavera coinciden en señalar que tuvo que superar muchas presiones hasta que finalmente decidió incorporarse al Gabinete del líder socialista. No tuvo tiempo para mucho. En mayo, con Negrín como nuevo jefe de Gobierno, los anarquistas no estuvieron incluidos en el nuevo Gabinete.

Uno de los problemas a los que tuvo que enfrentarse fue el de los refugiados, los miles de desplazados que la guerra empujaba de un lado a otro. Otra de sus tareas fue la de desmontar toda la organización de beneficiencia. Ocuparse de los desasistidos no era algo de tuviera que estar en manos de la Iglesia, formaba parte de los desafíos de la República, y debía hacerse con una sensibilidad laica.

Su otra gran batalla fue la de promulgar una ley del aborto a nivel nacional, una conquista que las fuerzas más progresistas habían alcanzado en la Generalitat. El proyecto se quedó «en el portafolio» de Largo Caballero.

Federica Montseny salió de España al final de la campaña de Cataluña, empujada por el avance de las fuerzas franquistas. Como la de tantos y tantos, su llegada a Francia estuvo cargada de dramatismo. El horror de las largas colas, la frontera cerrada, su madre enferma, sus hijos desvalidos. Los primeros años en el exilio fueron una pesadilla. Al dolor de la derrota se sumó la infamia de la ocupación. En 1941, las autoridades franquistas reclamaron a las francesas su extradición. La acusaban de «robos y asesinatos». La detuvieron. La metieron en la cárcel, donde coincidió con Largo Caballero. Los jueces finalmente decidieron que la reclamación no tenía sentido.

Era ya una batalla muy distinta, la de la supervivencia. La CNT se rompió. La vieja luchadora terminó instalándose en Toulouse, donde finalmente murió, lejos de su país, tan sólo acompañada por sus más próximos.