Artículo publicado en Rojo y Negro nº 389 mayo.

Las evidencias son tozudas, las perturbaciones asociadas al calentamiento global causan niveles récord de trastorno y miseria a personas en una Europa que se calienta sin freno.

En julio de 2022 murió de un golpe de calor causado por las altas temperaturas mientras trabajaba José Antonio González, empleado de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. La temperatura de su cuerpo superaba los 41 grados y murió en el hospital tras sufrir un infarto. A sus 60 años, José Antonio solo tenía un contrato de un mes y quería demostrar que valía para conseguir una renovación de larga duración, a pesar de que estaba preocupado por el calor y de que las altas temperaturas no le permitían «ni hablar». No fue el primero y, por desgracia, tampoco el último. El verano pasado un jardinero de 24 años en Mazarrón, un trabajador del campo de 47 años en Aznalcollar, un nigeriano de 47 años que trabajaba en el Megapark de Mallorca… la lista no para de crecer mientras aumenta el calentamiento climático impulsado por un capitalismo desbocado que opera como si viviera en un planeta infinito.
En 2023 en Europa batimos un récord poco envidiable, se registró un número récord de días con «estrés térmico extremo», una tendencia creciente en el continente, y un «verano prolongado» de junio a septiembre marcado por olas de calor, incendios forestales, sequías e inundaciones. Perturbaciones que causaron niveles récord de trastorno y miseria a millones de personas en el viejo continente, que es el que más rápidamente se está calentando según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el programa europeo Copernicus de observación y monitorización de la Tierra. Aún no se dispone de una estimación precisa de las muertes relacionadas con el calor para 2023, pero se calcula que entre 55.000 y 72.000 personas murieron por las olas de calor en 2003, 2010 y 2022.
En la primera línea de riesgo están quienes trabajan al aire libre. Los colectivos vulnerables están en particular riesgo, por ejemplo, muchos trabajadores migrantes empleados en la construcción y la agricultura, especialmente aquellos inmersos en la economía informal. Alrededor de 860.000 trabajadores mueren cada año en todo el mundo debido a enfermedades derivadas de una excesiva polución. Otros 300.000 fallecen por dolencias provocadas por un excesivo uso de pesticidas, necesarios en determinadas ubicaciones para permitir el cultivo de plantas que de lo contrario sería imposible cultivar. Casi 19.000 trabajadores más mueren cada año en todo el mundo por un golpe de calor o una dolencia provocada por las altas temperaturas. Son datos publicados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el pasado lunes 22 de abril mientras recordaba que «numerosos efectos sobre la salud de los trabajadores se han relacionado con el cambio climático, incluyendo lesiones, cáncer, enfermedades cardiovasculares, afecciones respiratorias y efectos sobre su salud psicosocial» y alertaba de que «sin los controles adecuados, puede aumentar el riesgo de lesiones, enfermedades y muerte de los trabajadores debido al estrés térmico, los fenómenos meteorológicos extremos, la exposición a productos químicos peligrosos, la contaminación atmosférica y las enfermedades infecciosas».
Todavía hay quien piensa que esto del cambio climático es un cuento de los ecologistas o que estos fenómenos se producirán en otros países más «subdesarrollados». Sin embargo, las evidencias son tozudas y en los últimos años estamos comprobando cómo los informes del Comité de Expertos ante el Cambio Climático de la ONU (IPCC) señalan que la península ibérica es una de las áreas más vulnerables y donde estos impactos ya están mostrándose de manera más virulenta. Unos datos que, para una organización sindical como CGT, nos obliga a convertir la seguridad y la salud en el trabajo en uno de los pilares de las políticas públicas de adaptación al cambio climático que tenemos que reivindicar en los tajos, en los convenios y en la legislación.
Por desgracia, a quienes gobiernan les importan poco los de abajo. Y es que como hemos sabido, por una filtración del borrador de la Agenda Estratégica de la Unión Europea para los años 2024 al 2029, no se incluyen como temas prioritarios ni la crisis climática, ni la contaminación, ni la pérdida de biodiversidad. Puede que «los jefes de la UE» por fin quieran ser honestos y no ilusionar con objetivos que saben que no van a cumplir, como hicieron con la agenda 2019-2024 que proponía «construir una Europa climáticamente neutra, verde, justa y social» que, como hemos visto, ni siquiera han intentado cumplir.
Y, más allá de las condiciones laborales, ya estamos sufriendo el aumento de las olas de calor con sus noches tropicales —más de 80 en algunos sitios durante el verano de 2023, hasta un 50% más respecto al periodo 1991-2020—, con lo que eso supone para la salud de las personas. Manejamos datos que, por desgracia, pronto quedarán obsoletos porque cada año se rompen los récords del anterior. En 2022 fallecieron en el Estado español 11.324 personas a causa del calor, un 63% de ellas mujeres y la mayoría con una edad superior a los 80 años. El escaso acondicionamiento de las viviendas, no poder permitirse pagar la factura del aire acondicionado o un deficiente sistema de atención a las personas mayores podrían explicar esta diferencia en la mortalidad. Es un tema de justicia climática porque el nivel de renta y el código postal de nuestra vivienda influye mucho en cómo la emergencia climática afecta a nuestra salud.

A.R. Amayuelas


Fuente: Rojo y Negro