¿Qué hacer?: ni desmoralización ni mitificación
El artículo "La emancipación social hoy" (1) tenía por objetivo exponer unas breves reflexiones, sobre el contexto actual de "la guerra de clases", como primera aportación al inicio de un debate (2) para analizar el por qué los "proletarios", pese a ser más numerosos que los "burgueses", estamos perdiendo (por el momento) esa "guerra". Como prueba de ello avanzaba que el Capital, con la ayuda del Estado, ha conseguido anular una gran parte de las conquistas sociales de la clase trabajadora, y que el capitalismo, a pesar de su terrible y catastrófico balance social, ecológico y humano, ha conseguido también ser "percibido hoy, inclusive por la mayoría de la clase más explotada, como el único sistema económico posible y deseable".
Que la “clase trabajadora” está perdiendo gran parte de las conquistas sociales alcanzadas y que el capitalismo es percibido hoy como el único sistema económico posible y deseable me parecía y me sigue pareciendo irrefutable, y por ello sigo considerando necesario y urgente realizar esa reflexión colectiva sobre las causas que nos han llevado a los trabajadores a tan desastrosa situación.
Que la “clase trabajadora” está perdiendo gran parte de las conquistas sociales alcanzadas y que el capitalismo es percibido hoy como el único sistema económico posible y deseable me parecía y me sigue pareciendo irrefutable, y por ello sigo considerando necesario y urgente realizar esa reflexión colectiva sobre las causas que nos han llevado a los trabajadores a tan desastrosa situación. Como también sigo considerando necesario evitar «estériles enfrentamientos entre los que aspiran o dicen aspirar al mismo objetivo emancipador» y, además, dejar de «creernos en posesión de la verdad, de la verdadera teoría y estrategia revolucionarias». No sólo para no desviarnos del objetivo que buscamos con esta reflexión sino también porque, tras tantas derrotas y desilusiones reformistas y revolucionarias, nadie puede seguir sosteniendo tal pretensión.
Es posible que tuviera sentido pretenderlo antes de que se produjeran todos los fiascos reformistas y revolucionarios, teóricos y estratégicos que han hecho posible la hegemonía mundial del capitalismo; pero hoy, con todos los retrocesos sociales que se están produciendo ante nuestros ojos y con lo que son hoy de conservadoras las reivindicaciones sindicales, inclusive las de los sindicatos más radicales, los más revolucionarios, ¿cómo seguir pretendiéndolo?
Es obvio que no, que nadie puede hoy pretenderlo, y que tanto las propuestas reformistas como las revolucionarias, las marxistas como las anarquistas se han demostrado impotentes para conseguir su objetivo emancipador y ni siquiera capaces de asegurar el bienestar material de la clase trabajadora. Pues, además de que esas conquistas sociales sólo fueron posibles tras duras luchas y costos humanos enormes, ahora constatamos que ellas son extremadamente frágiles, que se pueden perder y se están perdiendo.
Con un tal balance (3) y ante una situación tan desfavorable para el ideal emancipador, ¿cómo seguir pretendiendo que todo lo imaginado hasta aquí para realizarlo era y es suficiente? ¿Cómo no reconocer tal insuficiencia, que algo ha fallado y que es necesario, urgente, reflexionar sobre ello? Pues me parece evidente que, si no se le considera una fatalidad histórica, estamos obligados a pensar que, o bien esos fracasos provienen de las teorías y las estrategias utilizadas por la “clase trabajadora” para conseguir su emancipación o bien son el resultado de su propia incapacidad para desear emanciparse.
Claro es que se puede atribuir al capitalismo una extraordinaria capacidad y voluntad para dotarse de los medios persuasivos e impositivos (represivos) suficientes para imponer (por la persuasión o por la fuerza) su proyecto al mundo del trabajo; pero, aún reconociéndole tal capacidad, este argumento nos sigue remitiendo a la cuestión del por qué una minoría, la “burguesía”, ha podido dominar al “proletariado”, inmensamente superior en número.
La “servidumbre voluntaria”
Lo enfoquemos como lo enfoquemos, esta reflexión, este análisis nos remite inevitablemente a la cuestión, que ya hace muchos siglos planteó el filósofo Étienne de La Boétie, de la “servidumbre voluntaria”. Es verdad que se debe matizar lo de “voluntaria”; pues bien sabemos cómo tal servidumbre se ha inculcado e impuesto a lo largo de la historia, que más que voluntaria ha sido inducida, utilizando para ello todos los medios de la persuasión intelectual pero también los de la coerción física. No obstante, el hecho es que el principal triunfo del capitalismo ha sido obtener de los explotados la aceptación de la explotación capitalista: por ver en ella la posibilidad de realización de su deseo e ideal consumista. Un deseo e ideal de progreso social reducido a la satisfacción de sus necesidades materiales y en consecuencia a quedar atrapados en las mallas de la ideología capitalista.
La Boétie decía: “Decidiros a no servir más y seréis libres”.
¿Cómo dudar de que esa es la solución, que para ser libres hay que desearlo y decidirse a serlo? Marx y Bakunin, con todos los demás internacionalistas, dijeron: “La emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los trabajadores mismos”. Pero, más de un siglo y medio después, se invoque a Marx o se invoque a Bakunin, ¿qué es lo que podemos constatar desde entonces? Efectivamente, que la emancipación sólo puede ser la obra de los que la deseen. Que ella no cae del cielo, ni depende de la conquista mítica del Poder. Que no hay que esperarla de la caridad del capitalismo ni del capricho de los Amos. Que ella no depende ni de la acción de una vanguardia ni de que las “condiciones objetivas” estén reunidas. Que ella llega cuando no se da al Poder lo que habitualmente se le da para serlo. Es decir: cuando se deja de obedecer y se decide uno a decidir por sí mismo.
Sí, esto es lo que sabemos de cierto sobre la posibilidad de la emancipación después de todo lo sucedido en ese algo más de siglo y medio de historia; pero también sabemos que, salvo en raras ocasiones y en sectores minoritarios del “proletariado”, tal deseo y decisión (de no servir más) no se ha manifestado, y que hoy es todavía más flagrante y resignada la renuncia de la “clase trabajadora” al que un día se pretendió era –quizás demasiado pronto- su ideal emancipador.
Claro que se pueden hacer y se hacen llamamientos a la insumisión, a la rebelión, a la toma de conciencia de lo que es la explotación capitalista hoy y de lo que puede ser mañana si los trabajadores no reaccionan y se deciden a defender “sus derechos”. Pero, ¿cuál es el resultado de esos llamamientos? El resultado es nulo o casi nulo; pues ni aumenta la resistencia y la movilización contra las políticas antisociales a la obra, ni la solidaridad con los que más la sufren es suficiente para que éstos no sean objeto de una desposesión cada vez mayor.
No obstante, esos llamamientos siguen siendo necesarios y no seré yo quien incite a no hacerlos; pues es obvio que, como se ha producido en otras ocasiones, la toma de conciencia puede producirse y el deseo de emancipación puede volver a ponerse al orden del día en forma de rechazo a la voracidad explotadora del capitalismo y a su ideología consumista. Y más ahora en que la voracidad depredadora del capitalismo se está poniendo en evidencia de manera tan cínica y peligrosa para la propia supervivencia de la humanidad. Pero también es obvio que ser conscientes de ello, de que puede producirse esa toma de conciencia, no significa que ese cambio radical se va a producir necesariamente; pues también puede no producirse. De ahí que también debamos ser conscientes de lo quimérico y peligroso que puede ser el creer imposible la vuelta de viejas o nuevas barbaries.
¿Qué hacer?
En sus dos contribuciones (4), Agustín Guillamón dice que lo que yo planteo se resume en «una sola y clásica pregunta: ¿Qué hacer?» Aunque luego afirma que «quizás sea más adecuado contestar qué es lo que no hay que hacer», por lo que su contribución es una lista de lo que según él «no hay que» hacer y de lo que «hay que» hacer para no seguir perdiendo la «guerra de clases».
Es evidente que, si fuese suficiente con enunciar nuestros deseos para que automáticamente se transformen en realidades, suscribiría de inmediato esa lista. Pero, desgraciadamente, no sólo no es suficiente sino que al tener que enunciarlos mostramos ya que no son más que deseos… De ahí que, por excelentes y deseables que sean, lo que debería importarnos y preocuparnos es por qué, pese a nuestras invocaciones, no se realizan. Pues es obvio que si nos damos cuenta del por qué no se realizan, pese al ímpetu y convicción que pongamos en su invocación, también sabremos el por qué el proletariado está perdiendo (por el momento) la «guerra de clases» frente al capitalismo.
¿De qué sirve decir «no hay que…» o «hay que…» si nadie nos escucha, si el proletariado hace otra cosa? ¿Cómo no ver lo que está sucediendo, cómo se imponen las políticas antisociales en todas partes y cómo las transnacionales del Capital dominan el mundo?
Se puede, claro, considerar que eso es transitorio, que aunque sea así hoy no lo será siempre, y decir que lo que importa “es extraer las lecciones de las sangrientas derrotas obreras, porque las derrotas son los jalones de la victoria.” Pero, ¿decirlo nos acerca de verdad a la “victoria”?
Es verdad que, de todos esos fracasos, hemos podido sacar una lección, y ésta es que, como lo pensaban ya los internacionalistas de la Primera Internacional, “la emancipación de los trabajadores debe ser la obra de los trabajadores mismos», y que, para que eso sea posible, todos debemos poder decidir. Y en este sentido, claro que al aportarnos la prueba, de que la libertad y la igualdad son inseparables, todas esas “derrotas” han servido de algo; pues de más en más se tiene conciencia de que nuestro futuro depende de nosotros mismos.
Pero, desgraciadamente, saberlo tampoco es suficiente para reavivar y potenciar hoy el deseo emancipador. O, por lo menos, no lo es todavía… ¿Qué hacer pues en tales circunstancias? ¿Esperar que el vendaval capitalista amaine? ¿Seguir polemizando sobre “qué es el proletariado y qué es el Estado”?
Para mí, la respuesta me parece obvia: luchar, seguir luchando contra todo lo que nos explota y oprime, y tanto en el plano nacional como en el internacional. No desanimarnos y seguir haciendo todo lo posible (cada uno con su “conciencia de clase” y sus “convicciones”) por que los demás explotados y oprimidos se movilicen y participen también en esta lucha. Pero, sobre todo, no seguir en el pasado. La lucha es hoy. El capitalismo sigue y seguirá atacando mientras no seamos capaces de hacerle retroceder o de destruirlo. ¿Cómo pues seguir perdiendo tiempo y energías en disputas teóricas inútiles, estériles, a partir de una u otra mitificación del pasado? ¿No decimos que nuestro ideal, nuestro objetivo es la emancipación social? ¿No es obvio nuestro común fracaso?
Ni desmoralización ni mitificación
Para mí lo es, y por ello me parece completamente inútil y estéril pretender lo contrario, nos pongamos en una u otra atalaya de la “lucha de clases”. Además, hoy sabemos que debemos combatir al capitalismo no sólo por sus nefastas consecuencias sociales sino también por el peligro que representa para todos los humanos su voracidad depredadora del planeta. Un peligro que, si no le ponemos fin, será –en un plazo no muy largo- nuestro fin; pues, si bien a las injusticias se podía en algunos casos sobrevivir, a los desastres ecológicos no.
El capitalismo (privado o de Estado) era sinónimo de injusticia social, de riqueza injustamente repartida. Hoy, además de continuar a ser eso, es sinónimo de devastación de la naturaleza, del hábitat natural del hombre. Es decir: que si ayer lo combatíamos por razones éticas, hoy debemos hacerlo por razones de sobrevivencia. Y de eso somos cada vez más conscientes todos, aunque no todos hayamos comenzado a reaccionar en acorde con tal conciencia.
Es verdad que, como ya sucedió antes con la lucha por la emancipación social, nuestra dependencia al consumismo y a los valores del capitalismo está retardado la toma de conciencia del peligro que éste representa para el medio ambiente y para nuestras propias vidas, y, en consecuencia, retarda también nuestra reacción para pasar a la acción. Pero, como lo estamos comprobando todos los días, de más en más somos más los que denunciamos y combatimos esa amenaza, y lo más extraordinario es que esa militancia surge hoy en el seno de todos los grupos políticos y religiosos, de todas las clases y categorías sociales. Además de que también se considera de más en más vital ir más allá de las disquicisiones teóricas y los especifismos para emprender acciones concretas; pues también somos concientes de que esta vez puede ser la última y definitiva, que si no reaccionamos ahora ya no habrá muy probablemente otras ocasiones…
Efectivamente, hoy más que nunca el dilema es socialismo o barbarie. El socialismo entendido como igualdad; pero también como libertad para todos. Pues es obvio que sólo un socialismo libertario, en el que todos podamos decidir ese futuro común, es una verdadera alternativa al capitalismo privado o de Estado que nos están conduciendo al abismo.
Así pues, ¿qué hacer hoy? Ni desmoralización ni mistificación, ser conscientes de lo que padecemos ya y del peligro que nos amenaza, y, en consecuencia, serlo también del por qué hemos llegado y estamos en esta situación. Pues sólo siendo conscientes de ello podremos, si luchamos todos, salir de ella. Tal es mi convicción y en esa dirección trato de orientar mi acción y lucha.
Octavio Alberola
Fuente: Octavio Alberola