No es habitual encontrar artículos de fondo que desde un punto de vista libertario traten cuestiones como el derecho a la autodeterminación. La intención de éste es abordar sin dogmatismos temas que giran alrededor de los denominados derechos nacionales y provocar con ello el necesario debate tanto dentro del universo libertario como aportar fuera de él consideraciones para enriquecerlo. 

Desde el pasado 11 de septiembre, día de la celebración de la Diada en Catalunya, y la multitudinaria manifestación que se produjo en Barcelona bajo el lema Catalunya, nou estat d´Europa, numerosos han sido los debates y análisis sobre lo que denominaríamos la cuestión catalana.

Desde el pasado 11 de septiembre, día de la celebración de la Diada en Catalunya, y la multitudinaria manifestación que se produjo en Barcelona bajo el lema Catalunya, nou estat d´Europa, numerosos han sido los debates y análisis sobre lo que denominaríamos la cuestión catalana. Dichos debates se han movido, intencionadamente en su mayoría, en resaltar las posiciones de enfrentamiento entre lo catalán y lo español (argumentación simplista del pensamiento único entre lo bueno y lo malo) o en unos discursos meramente economicistas sobre el supuesto expolio fiscal a Catalunya basados en el balance de lo que paga y recibe el Principat dentro del marco territorial del Reino de España (igualmente simplistas y manifiestamente manipuladores ya que solo analizan el estado de ingresos y gastos y no los criterios de distribución ni los niveles de renta de las personas a las cuales van dirigidos dichos “fondos económicos” y a quienes se les “roban”). 

Por otro lado, desde posiciones más críticas y/o de mayor profundidad de examen, se ha hablado de la deliberada y manipuladora oportunidad que con estos temas adquiere una clase política, fuertemente desacreditada, para volver a recuperar importancia mediática jugando con cuestiones que, en muchos casos, traspasan el razonamiento crítico y se enlazan con los sentimientos más profundos de las personas que los viven. Esta utilización de “los sentimientos más profundos” por parte de la clase política (con la utilización de todos los medios que el estado dispone para garantizar lo que podríamos reducir a la expresión ley y orden) ha tenido a lo largo de la historia repercusiones muy perjudiciales para la población en general creando problemas, donde anteriormente había convivencia y respeto, que en ciertos casos han llegado a situaciones de enfrentamientos civiles altamente dolorosos para las poblaciones afectadas. 

Existen, sin embargo, sobre estos temas pocos análisis realizados desde un punto de vista sereno dentro del movimiento libertario o incluso la triste evidencia de que desde dicha tradición político-social no se tiene que entrar a considerarlos de suma importancia en el contexto histórico actual bajo pretextos intencionadamente dogmáticos como que el movimiento libertario nada tiene que ver con las denominadas cuestiones nacionales, con valoraciones que se amparan en las “leyes anarquista antiestados y antiestatales” o con que todo pivota hacia la creación de nuevos estados-nación dentro de la esfera regulada por el actual sistema de dominación capitalista. 

Sinceramente creo que tenemos que analizar estas cuestiones desde una óptica más responsable y abierta dada su importancia y transcendencia, y la que van a seguir teniendo, salvo que tengamos una decisión previamente preconcebida y que solo se ampara en nuestra autoexclusión del debate a fin de seguir manteniendo esa lógica tan perversa de pureza ideológica que caracteriza a algunas personas y organizaciones vinculadas al propio universo libertario. Desde esa posición participativa y crítica tenemos que salir de centrar el debate en los mismos términos configurados desde los despachos del poder mediático y económico porque podemos caer con facilidad en convertirnos, por acción u omisión, en “bloque opositor” al denominado bloque independentista como si ambos fuéramos compartimientos cerrados en si mismos y de una ideología monolítica (otro ejemplo más de las distintas caras que ha conseguido implantar el pensamiento único). 

No me cabe duda que la controversia sobre Catalunya, Euskadi, Galiza, País Valencià o cualquier otro ente territorial o cultural, va a seguir marcando la realidad política durante mucho tiempo (como por otro lado lleva haciendo durante dos siglos aproximadamente en la Península Ibérica) y es por ello de suma importancia que desde el movimiento libertario participemos de una forma constructiva en aportar a dicho debate nuestra manera, o maneras, de entenderlo y, por tanto, desde un punto de vista de participación social (y política) de enriquecerlo. 

En esta línea existen interesantes aportaciones a las cuestiones vinculadas a la idea de estado propio e independencia de los Países Catalanes en el artículo publicado en el Rojo y Negro digital y en un diario digital tarraconense por Jordi Martí Font (http://www.tottarragona.cat/ca/opinio/12384-lestat-propi-i-la-independencia-delspaisos-catalans.html) o el escrito al respecto del anterior por Octavio Alberola (http://www.rojoynegro.info/articulo/ideas/la-independencia-%C2%BF

Aportaremos, por tanto, algunas cuestiones muy ligadas al pensamiento libertario que podemos introducir con facilidad en esta discusión abierta. Una es el principio de la soberanía personal y otra la del federalismo y veremos cómo sobre éstas aparecen otras de vital importancia en dicho debate y asimismo muy entroncadas con la historia del movimiento libertario. 

Gran parte de las tesis sobre la independencia territorial dentro de un estado se apoyan en el derecho internacional de autodeterminación de los pueblos, reconocido hasta por la nada independentista Naciones Unidas. Sobre este derecho, repito derecho, no creo que tengamos nada que objetar ya que lo apoyamos en numerosas ocasiones y de forma generalizada para poblaciones oprimidas como en los casos del pueblo palestino o el saharaui. Asimismo nos identificamos muy particularmente con la forma de construir dicho derecho que han desarrollado, por ejemplo, las comunidades indígenas zapatistas. Ahora bien, una vez aceptada esta regla de juego, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, se puede articular, y sobre todo, posicionar hacia distintos frentes. Generalmente dichos posicionamientos suelen responder a criterios diversos (culturales, ideológicos, económicos, etc.) y todos muy marcados por los distintos intereses políticos que los hacen suyos pero que suelen situar el derecho a la autodeterminación alejado de la base en el que se construye y que no es otra que el de la soberanía popular. Como ejemplo de estos intereses en el juego de posicionar estas cuestiones tenemos el recogido bajo la curiosa formula de “soberanía nacional del pueblo español” en el artículo uno de la Constitución española. Se mire por donde se mire y, desde un punto de vista libertario más aún, el derecho de autodeterminación de los pueblos tiene que fundamentarse en el derecho de todas las personas a decidir sobre su presente y su futuro, o lo que es lo mismo, la soberanía personal. 

Introducido, por tanto, en el debate de la soberanía la idea de que la construcción de lo colectivo parte de la base de las decisiones personales libremente ejercidas y abierto, por otro lado, el blindado melón de la llamada soberanía nacional española en la cual se basa el actual estado llamado reino de España ( artículo dos de la Constitución sobre la constitución y la indisoluble unidad de la Nación española) conseguimos aportar interesantes argumentos que están ligados a la tradición libertaria. 

Por un lado cuestionamos al propio estado, sea el actual del Estado español, con la forma política de Monarquía parlamentaria, como al posible nuevo Estado catalán. En este cuestionamiento de cómo se construyen los estados-nación incluiríamos la necesaria recuperación de la memoria colectiva histórica de quienes fueron los colectivos y personas que con mayor rigor se opusieron a los pactos y negociaciones que en la denominada Transición española posibilitaron pasar de un sistema autoritario y nacional católico al actual de manera vergonzosa para quienes tanto dieron a la lucha antifranquista (y dicho sea de paso para el mundo entero) sin que hubiera ninguna ruptura con el poder ligado al franquismo ni ninguna petición ni ejecución de responsabilidades de ningún tipo, incluidas las penales. 

Por otro lado abriríamos el debate en el cómo se tienen que construir “las reglas de gobierno” de quienes decidimos libre y soberanamente con quién construimos nuestro futuro. Y en este punto, en el de cómo serán las reglas, volvemos a encontrarnos con conceptos en los cuales el movimiento libertario históricamente participó como son los de autogobierno y los del municipalismo. 

Es indudable que introducidos en el debate abierto los principios e ideas de soberanía personal y popular, autogobierno y municipalismo estos por sí mismos no aseguran ningún objetivo si no van acompañados de la consiguiente interiorización y reflexión interna pero es aún más cierto que sin su introducción y defensa a ultranza el debate independentista está y seguirá en manos de quienes, tal y como comenta Octavio Alberola con buenos argumentos en su artículo, actualmente lo monopolizan bajo la generalidad de “independentismos de izquierda o derecha” 

A partir de esta construcción desde la base social, dada su plena soberanía y la conciencia de su poder de construcción colectiva, abordaríamos otras cuestiones ligadas a este gran debate abierto de la independencia y la soberanía para introducir otros conceptos como el federalismo, que también han estado, y están, muy vinculados a la tradición libertaria. Esta línea de actuación nos llevaría a construir desde abajo y rompería la dinámica por la cual desde algunos centros de poder mediático (o desde determinados partidos políticos) se estaría ya hablando de estado federal y prácticamente no se reflexione absolutamente nada sobre soberanía popular y autogobierno. 

Sobre federalismo existe mucha y diversa doctrina de cómo organizarse dentro de una comunidad a través de la federación con otras comunidades o corporaciones. Sea cual sea el sistema de organización lo importante es que parta de la total libertad y respeto sobre dicho pacto federal. Sin embargo, desde un análisis realista de la situación actual, a nadie se nos escapa que por mucho que un estado federal esté sumamente equilibrado entre sus partes federadas dicho estado forma parte de un sistema capitalista, sea de mercado o estatalista, que marcará las condiciones de dicha federación y, por tanto, de las personas que habitan en ella. Es por ello que lo más importante para una gran parte de las personas que somos contrarias a este sistema de dominación no sea tanto la construcción de estados federales como la destrucción total del sistema de organización dominante que “esclaviza” a las personas y “maneja” a los gobiernos de los estados-nación, incluidos los federados. 

Recuperando nuestra historia reciente podríamos recordar cómo las supuestas dos grandes democracias europeas, Francia e Inglaterra, dejaron a su suerte al gobierno elegido democráticamente en la España republicana (y a todos sus habitantes) a los dos meses del golpe de estado de 1936 y con su actitud contribuyeron al triunfo fascista. Podríamos recordar que tras la victoria aliada en la segunda guerra mundial las potencias ganadoras, supuestamente antifascistas, no hicieron ningún esfuerzo para derrocar dicho régimen dejando que el tiempo convirtiera al gobierno ilegítimo de Franco en legalmente reconocido por los dos bloques vencedores y por las Naciones Unidas. Sirvan estos ejemplos para ver con claridad que los factores que inciden sobre los estados actuales, y sus poblaciones, vienen definidos por juegos de intereses de mayor envergadura que la que estos estados son capaces de diseñar (la llamada política geoestratégica) y, todos estos intereses, responden a la combinación de las lógicas de dominación imperialista de las grandes potencias con la de los grupos de presión económicos militares que las sustentan. De ahí que tengamos que tener en cuenta bastantes condicionantes más para poder decir alegremente que solo con cambiar la forma de gobierno de un estado aseguramos mejores condiciones para la población como parece ser que cree, o pretende hacer creer, una parte importante de la llamada izquierda independentista o la federalista. 

Hay otra cuestión importante, relacionada con las que ya hemos mencionado antes del municipalismo o del federalismo, que también tiene que ser reflexionada dentro del tema central del derecho a la autodeterminación. Esta cuestión giraría en torno a cual tiene que ser el motor principal en el que se base la construcción política desde la base (o unidad organizada más pequeña) y nos sirva para federarnos libremente después en unidades mayores. Discrepo del artículo escrito por Jordi Martí en lo que creo entender respecto a que ese motor debe ser el hecho cultural nacional que comprende aspectos como la tierra, la etnia, la lengua y cultura o las tradiciones. Todas estas características tienen que tener el mayor de los respetos y apoyos posibles en cuanto a su interrelación con las personas que las viven pero no tienen por qué formar en su conjunto la única de las posibles razones para que nos relacionemos socialmente los seres humanos ya que los hechos culturales antes definidos están “vivos” como las personas que los sienten y desarrollan y por tanto en esa viveza, o en su necesaria recuperación, son las personas que sienten y desarrollan dichas manifestaciones “culturales” quienes tienen la última palabra en cuanto a la decisión sobre cómo se organizan políticamente. Es más, dentro de esa lógica de “formar parte de la misma nación” es difícil establecer cuál es el espacio territorial en el cual la aplicamos. Por ejemplo compartiendo una raíz cultural idéntica no podemos marcar como el mismo conjunto a personas nacidas en Ciudad Real o en León, conjunto de castellanas, y a éstas con las personas que habitan en Granada o Málaga, o sea, andaluzas, sin cometer graves riesgos de generalizaciones enormes (cómo el que yo cometo en las acepciones castellanas y andaluzas) Lo mismo nos ocurriría bajo el calificativo de Països Catalans o sobre cualquier zona fronteriza entre dos culturas muy diferenciadas entre si. 

Pero hay otra razón de peso para que seamos de mente abierta en cuanto a la construcción política dentro de una comunidad con el referente de los hechos y aspectos culturales y sociológicos de sus habitantes. En el desarrollo de la humanidad, en su riqueza como conjunto creativo, las mezclas e interrelaciones culturales han contribuido tanto, o más, como las que denominaríamos más relacionadas a una sola cultura predominante. Además estas últimas, las de las manifestaciones culturales cerradas, han contribuido en numerosas ocasiones a ser otro elemento de dominación más utilizado por el imperio histórico de turno (Imperio español, por ejemplo) o por los actuales focos de poder capitalista occidental (predominio cultura anglosajona). 

Desde un punto de vista libertario, la recuperación del valor que tiene la mezcla de personas, y de sus hechos culturales, ha de ser un elemento importante a destacar (mestizaje) frente a posturas de inmovilismo cultural nacionalista (pureza) y que, además, entroncan con nuestras aspiraciones internacionalistas. Recuperar “el internacionalismo” como principio básico, no sólo del movimiento libertario, se hace imprescindible en estos tiempos de aldea global. Recuperar el valor semántico del término internacionalista nos ayudaría a entender cómo es necesaria más que nunca la actuación desde lo local pensando en lo global. Desde ese respeto absoluto al ámbito local podemos articular redes más amplias y resistentes y por esa misma razón no podemos despreciar o menospreciar ninguna postura de cultura “nacional” porque como manifestación creativa, y de lucha, sirve para el desarrollo de la humanidad en su conjunto. 

Desde luego a mí no se me ocurriría discutir con ninguna persona que se considere indígena que sus hechos culturales forman parte de su “nación” (aunque me guste más el término “pueblo”) si al final estamos hablando de lo mismo. Y, como decíamos al principio, cuando abrimos el debate en toda su extensión y, con valentía, afrontamos la responsabilidad de nuestra acción política desde lo personal hacia lo colectivo (o como nos gusta utilizar en el universo libertario la construcción desde la base) serán esas bases las que reclamarán su derecho a construir la forma política en la cual mejor se relacionarán para conseguir sus objetivos independientemente a que se llamen comunidades, municipios, asambleas de vecinas o pueblos y se quieran federar como federaciones locales, comarcas o nacionalidades, y así hacia la internacionalización del autogobierno de personas y pueblos. 

José Asensio, Equipo de Comunicación CGT-PV


Fuente: José Asensio