Artículo publicado en Rojo y Negro nº 390 junio.

Laura dc
Sindicato de Banca (Barcelona)

Soy Laura, tengo 31 años y soy de Barcelona. Pertenezco a ese colectivo (más bien epidemia) de estudiantes de Ciencias Políticas. He estado vinculada a distintas organizaciones sociales y políticas desde joven. He pasado por distintos sectores y he tenido curros muy diferentes, actualmente trabajo en una Fundación. Milito y soy secretaria jurídica del Sindicato de Banca de Barcelona desde hace 3 años.

Mis lugares favoritos son: la biblioteca, el sindicato y el bar, aunque no necesariamente en ese orden.
Me afilié a CGT porque me parecía la herramienta más útil y con más potencial de organización de masas. La solidez de sus tácticas sindicales, la capacidad de movilización y la interrelación con otras luchas sociales me motivaron a elegir este espacio después de una época de desasosiego político. En ese sentido, entiendo CGT como un sindicato de clase que no tiene miedo al conflicto, que busca acumular fuerzas y disputar de manera concreta y práctica la lucha de clases. Un lugar donde trabajar para la autoorganización de la clase trabajadora y caminar hacia su emancipación.
Los jóvenes de clase trabajadora del Estado español han atravesado, como mínimo, una o dos crisis económicas en los últimos años. Es innegable el creciente empobrecimiento y el retroceso en el acceso y garantía de muchos de sus derechos. Un mundo laboral absolutamente precarizado, las dificultades de acceso a la vivienda, entre otros elementos que imposibilitan articular sus proyectos de vida, nos enfrentan a una situación de pauperización que se está extendiendo también al conjunto de la clase trabajadora. Por lo tanto, con autopercepción de clase o carente de ella, los y las jóvenes son los primeros que sufren la precariedad y están atravesados por ella.
A esa brecha generacional, que a menudo se expresa con un: “viviremos peor que nuestros padres”, debemos añadirle la aterradora amenaza de la emergencia climática. Elementos que también se impregnan en el comportamiento político y en los modos de vida de las jóvenes, así como un creciente rechazo hacia formas de organizarse y hacer política que han sido del todo insuficientes y que no han materializado ninguno de los anhelos a los que aspirábamos en el ciclo anterior. Del mismo modo, también observamos una tendencia generalizada y cronificada de desafección, desmovilización y una concepción de la política (en su sentido más amplio) como algo ajeno.
Entendemos que las experiencias de clase y los efectos que tiene el capitalismo en nosotras son diferentes y cada una las procesa y percibe de manera distinta. Está claro que estas experiencias que nos atraviesan no generan automáticamente “sujetos políticos” con una conciencia x, ni se traducen en conflictos o luchas sindicales de manera automática.
La preocupación de aquellas que queremos abrir el sindicato a la juventud de clase trabajadora reside en entender cómo se organizan en torno a esas experiencias de clase y analizar por qué no lo hacen en su mayoría en un sindicato combativo como el nuestro. Siempre desde una perspectiva que no sea infantilizadora y tomando en cuenta que mucha gente joven se organiza y milita en otros espacios.
Ahí reside, pues, nuestra tarea. Por un lado, analizar la situación y el contexto y, por otro, seguir trabajando para organizar, politizar y dar espacio en el sindicato a esos agravios que sufrimos como clase trabajadora evidenciando la dimensión colectiva y estructural de las vivencias individuales y sus potencialidades.
Cuando nos organizamos en los centros de trabajo o en otros terrenos de disputa se hacen muy explícitos los desequilibrios de poder para todas las personas organizadas y, a su vez, identificamos la condición de posibilidad para un cambio. La acción colectiva se traduce de manera muy manifiesta en lucha de clases, así como en la construcción y articulación de poder de clase y, además, se pueden trazar analogías con otras esferas de vida como, por ejemplo, los problemas que podemos enfrentar como inquilinas. De ahí la insistencia de articularnos como sindicato laboral que va más allá del ámbito de las luchas salariales.
De nuevo, insistimos en la necesidad de generar y promover una acción militante basada en el apoyo mutuo y la solidaridad. Una militancia que rehúya el paternalismo clientelar de servicios y favores y que no opere desde las lógicas del sindicalismo oficial de matriz estatal como si de una empresa de asesoría laboral se tratara.

También creemos que es importante dar respuesta a colectivos no representados históricamente en los sindicatos. Analizar por qué no somos capaces de ser un espacio útil y llegar a algunos sectores que tienen unas condiciones laborales miserables, como las trabajadoras internas, y que se están autoorganizando fuera de las estructuras sindicales clásicas. Pese a los retos que tenemos por delante, celebramos las iniciativas que van en la línea de consolidar permanencias para personas en situación irregular administrativa y, del mismo modo, la creación de la nueva Secretaría de Juventud de CGT Cataluña que tiene como objetivo interpelar y acercar el sindicato a la juventud.
Pese al optimismo que a veces proclamamos acerca de la tasa de crecimiento de la afiliación entre jóvenes, vemos que la confianza y las tasas de afiliación son muy bajas y que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) acuden al sindicato por cuestiones puntuales sin que esto se traduzca posteriormente en una militancia activa y sostenida en el tiempo.
Somos conscientes que estamos tratando de revertir y luchar contra una ofensiva antisindical que lleva años disputándose y somos testigos de las estrategias abiertamente antisindicales en los centros de trabajo, las traiciones del sindicalismo de régimen y las prácticas de los sindicatos amarillos y corporativos que alteran y torpedean la acción sindical en los centros de trabajo. La atomización, tecnificación y la temporalidad, entre otros, son factores que alteran directamente las posibilidades de organización de los trabajadores en sus centros de trabajo y dificultan que el sindicato sea un espacio al que se acerquen muchas personas. Valores como el individualismo, el mito de la autosuperación y, en definitiva, la cosmovisión dominante atraviesan los comportamientos de las personas e imposibilitan que se genere una identificación colectiva que facilite organizarse.
El Estado, redoblando sus técnicas de represión política e intimidación contra la militancia, también nos sitúa en un escenario de giro autoritario preocupante para los derechos y libertades políticas del conjunto de la clase trabajadora. No hay fórmulas mágicas. El escenario en el que operamos es hostil, aunque siempre existen brechas y ejemplos de lucha que nos devuelven la esperanza (por citar algunos ejemplos, las huelgas del 112 en Reus, la Fábrica de Smoking, la residencia Joan XIII o el conflicto laboral del Centro de Acogida de Animales de Barcelona —CAACB—), también se ha consolidado el uso de la caja de resistencia para huelgas como una herramienta imprescindible (y de éxito) para enfrentar esas luchas.
Creemos que la configuración de los sujetos de clase se da a través de esas experiencias colectivas y personales y que un espacio de disputa primordial es la esfera productiva, un lugar que sigue siendo esencial y prioritario para la politización de muchas personas. Por eso, consideramos imprescindible y estratégico, disputar esas luchas parciales (como pueden ser las económicas) puesto que implican directamente la realidad material de las personas y nos conectan con sectores menos politizados. El sindicato debería ser capaz de interpelar, politizar y agregar articulándose como herramienta que responda, defienda los intereses y luche contra todas las opresiones que dividen la clase trabajadora, como son el racismo, el machismo, la LGTBIQ+fobia, etc.
Pese a los tiempos que corren de dispersión ideológica, estamos en un momento muy estimulante por lo que respecta a debates organizativos y estratégicos. Las aportaciones que están haciendo militantes y personas organizadas de distintas tradiciones y culturas políticas tienen que retarnos y hacernos reflexionar.
Es importante que nuestro modelo sindical no solo trabaje por la visibilidad, sino también por los cambios sustantivos y busque trascender y entender que lo reactivo, aunque sea muy loable, debe ir más allá. Evaluar nuestras acciones en base a los desequilibrios en los centros de poder, ser críticos con el reformismo, priorizar sectores estratégicos y centralizar esfuerzos para seguir fomentando la coordinación entre sindicatos, sectores productivos y luchas.
Si escuchamos a muchas compañeras, nos explican que siempre nos encontramos en una posición defensiva, apagando fuegos y con poco tiempo para dedicar a la reflexión estratégica: arengar que debemos pasar a la ofensiva tampoco hará que mágicamente dejemos de estar donde estamos, pero tenemos que hallar un equilibrio entre las dicotomías que nos paralizan y seguir insistiendo en que también hay vida más allá de los centros de trabajo, el sindicalismo debe ser una herramienta que permita construir y articular poder de clase como elemento que impugne al capitalismo y que interpele otras luchas puesto que todas ellas están relacionadas inextricablemente.
A nivel interno, me apena ver cómo algunos compañeros parece que están enfrente de una luz intermitente; uno defiende que está encendida y el otro que está apagada. Discusiones estériles y guerras fratricidas que son desastrosas para la organización, especialmente cuando responden a egos o a agendas ocultas personales. Hay que detectar qué elementos pueden desencallar y resarcir los conflictos en esos momentos de desorientación y confrontación.
Queda pendiente la asignatura de abordar de manera más contundente las conductas misóginas y las violencias machistas dentro de nuestro sindicato y, desde luego, la necesidad de hacerlo desde una mirada más colectiva otorgándole la gravedad y prioridad que esta cuestión merece. Las mujeres queremos dejar de ocupar posiciones de subalteridad también en nuestras propias filas. Nosotras trabajamos activamente para abolir cualquier tipo de dominación y constatar que hay compañeras sufriendo por esta cuestión dentro del sindicato es algo profundamente injusto y que entorpece nuestra militancia. Todas, aunque especialmente los compañeros, debemos posicionarnos y trabajar para erradicar estas conductas desde el compromiso de no reproducción de estas violencias y desde la reparación.
Por último, traer de nuevo una reflexión que hacemos varias compañeras. La lucha sindical, per se, no tiene por qué poner en cuestión los fundamentos del sistema capitalista ni su proceso de acumulación, sino que en ocasiones puede llegar a reproducirlos si no dispone de una estrategia que vaya más allá. Desde la trinchera del sindicalismo de clase y combativo debemos tomar buena nota de esto puesto que estas limitaciones y elementos pueden llegar a generarnos cierta desorientación e impotencia política. Es necesario enfrentar nuestras contradicciones y analizar qué obstáculos tenemos enfrente que nos impiden escalar el conflicto y cuál es nuestra estrategia integral de lucha.
También quería aprovechar este espacio para poner en valor el esfuerzo y el compromiso de todas las militantes que se dejan la piel día a día y que son un ejemplo de tenacidad y de lucha que a diario nos enseñan que es posible implementar un modelo de militancia que expulse ciertas lógicas capitalistas, ausentes de visión colectiva y sumamente competitivas, desde el compromiso y la disciplina. Ellas son la expresión viva del apoyo mutuo y de la solidaridad que nos hace caminar hacia un horizonte revolucionario.


Fuente: Rojo y Negro