Natalia Arbeláez
La Silla Vacía, 11-4-2017
Desde que se planeó la visita a “La Fila”, la vereda donde está ubicada una de las 19 zonas de concentración de las Farc, me dijeron que nos ofrecerían almuerzo.
¿Almuerzo?, pensé. Con trescientos guerrilleros ahí concentrados, cerca al páramo de Sumapaz, a unos 90 minutos de Melgar, donde es difícil que los alimentos lleguen y habiendo poca plata, sumarle el almuerzo de todos los periodistas que visitan la zona parecía un exceso. Luego entendí.
En la plaza de Icononzo ya hay montado todo un negocio de transporte de camionetas 4 x 4 para subir a los que llegan a visitar la zona, que se ha vuelto un sitio de peregrinaje: los papás que quieren buscar a sus hijos guerrilleros, periodistas, activistas, universitarios, organismos internacionales. Alquilamos una de ellas y arrancamos cuesta arriba.
La carretera es destapada y después de cuatro días de verano, el barro ha cedido. La topografía es quebrada y completamente verde.
Aunque ahora resulta difícil de creer y sus habitantes califican el territorio como “sano”, Icononzo fue escenario de guerra de los liberales y conservadores, de las Farc y de los paramilitares. Uno de sus principales atractivos turísticos, el Puente Natural de Pandi a 115 metros sobre el río Sumapaz, solía ser el destino final de uno y otro bando. A veces los tiraban vivos, a veces muertos, cuentan sus pobladores.
“En Icononzo empezó la guerra y ahora está naciendo la paz”, dice Mauricio Toro, el dueño del Supermercado El Mayorista.
Aunque ahora resulta difícil de creer y sus habitantes califican el territorio como “sano”, Icononzo fue escenario de guerra de los liberales y conservadores, de las Farc y de los paramilitares. Uno de sus principales atractivos turísticos, el Puente Natural de Pandi a 115 metros sobre el río Sumapaz, solía ser el destino final de uno y otro bando. A veces los tiraban vivos, a veces muertos, cuentan sus pobladores.
“En Icononzo empezó la guerra y ahora está naciendo la paz”, dice Mauricio Toro, el dueño del Supermercado El Mayorista.
Toro se pensionó del Ejército tras recibir 14 impactos de bala de las Farc en un combate y perder su brazo. Ahora se prepara para ser el enlace entre los campesinos y el gobierno para que los primeros puedan vender sus productos para alimentar a los guerrilleros.
Los alimentos tienden el puente para la reincorporación de las Farc.
La zona de concentración
Supe que habíamos llegado por la cantidad de carros que estaban estacionados afuera.
Aunque inicialmente una “línea roja” del presidente Santos era que los guerrilleros no tuvieran contacto con las comunidades, la afluencia de gente que los quiere ver hizo que tuvieran que ceder y crear unas “zonas de recepción”, que es un área limítrofe hasta dónde pueden llegar los civiles que visitan la zona veredal pues allí los guerrilleros están sin uniforme y sin armas.
La carpa de la recepción está llena de gente y parecen estar en un taller. Carlos Alberto Grajales, quien hace parte de la dirección de la Comisión de Relacionamiento y Trabajo Político de las Farc, dice que son presidentes de juntas de acción comunal de las veredas, líderes sociales y estudiantes universitarios, entre otros, y están haciendo pedagogía de los acuerdos.
“La gente tiene que saber que los acuerdos también los benefician y, por eso, tienen que exigirlos. Un 90 por ciento de las reivindicaciones que se hicieron en los diálogos de La Habana son para el pueblo y un 10 por ciento son sólo para de la guerrilla”, agrega este hombre, de tez blanca, de unos 40 años y modales suaves.
Es el primer guerrillero con el que hablo en la vida; me cuesta trabajo creer que hacía parte de los frentes que se movían alrededor de Bogotá.
Una de las cosas que él quiere que la gente ‘exija’ es que el Gobierno le compre a los campesinos del municipio los productos para abastecer las zonas veredales en cambio de traerlos de Bogotá.
En Icononzo, como en muchas zonas que tienen variedad de climas, casi todo lo que se siembra se da. Hay ganado, pollos, tomate de árbol, guayaba, plátano, fríjol y tomate, entre otros.
Los campesinos son dueños de sus minifundios y están listos para vender sus productos. Pero como la mayoría de agricultores, no tienen registro en una Cámara de Comercio, empleados afiliados a la seguridad social y demás requisitos para contratar con el Estado. Y el Estado no puede contratar sin factura. Esto ha dificultado el proceso, pero ya están encontrando la solución a través de intermediarios formalizados como el ex militar Toro.
Hay tanta gente en la carpa de recepción que nos ubicamos en un lugar vacío, al lado de la cocina. Nos preguntan si queremos desayunar.
El menú es pan, huevos y arroz, hay abundante café y limonada de panela. Los conductores de los carros que están parqueados abajo desfilan por el lugar y aprovechan el ofrecimiento.
Doce guerrilleros y guerrilleras despachan desayuno mientras adelantan el almuerzo que va a ser sancocho con arroz. Están cocinando para 180 personas, que son en buena parte los visitantes que se encuentran en la zona de recepción. Los guerrilleros tienen sus propias ‘ranchas’ en los campamentos, donde aún duermen porque en la zona propiamente de concentración por ahora solo hay planchas de cemento.
Los víveres que llegan a las zonas veredales son comprados con dineros de los contribuyentes, y me pregunto qué opinará el Gobierno de la generosidad de la guerrilla con dinero ajeno.
Se lo pregunto a Andrea Rodríguez, que sirve de enlace local de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.
Ella me explica que hay un monto límite por guerrillero que fue negociado en su momento y con base en el cual cada campamento hace su pedido de comida al comando nacional de las Farc, que se lo pasa a la Agencia Logística de las Fuerzas Militares. Con base en ese cálculo, cada ocho días llegan unas cinco toneladas de alimentos frescos, y cada quince días siete toneladas de secos.
Ya cada campamento ve cómo administra su comida y si la ceden o la reducen, para compartir con otros, es su problema, opina Andrea. Ya me había contado que parte de la manera de ser de las Farc es no negarle un plato de comida a nadie.
La política en Colombia va siempre de la mano de la comida; los votos a veces se intercambian por un plato de lechona o un tamal y se bajan con cerveza; así muestra el candidato su desprendimiento. Las Farc no son necesariamente la excepción.
Esto lo compruebo cuando visito una de las fincas cafeteras cercanas a la zona veredal.
Las Farc bajo otra lupa
La finca queda a la orilla de la carretera por donde pasan todos los días los miembros del mecanismo tripartito de las Farc, la ONU y el Gobierno, vigilando que se cumpla el cese bilateral y las condiciones pactadas para la zona de concentración.
Los dueños son una pareja de viejos campesinos de Icononzo. Las mujeres están preparando tamales, mientras los hombres tuestan el café recién recogido.
Una de las mujeres más jóvenes me cuenta que visitó la zona veredal días atrás con su esposo y otros familiares por primera vez. Dice que “los habían citado” a una reunión que no se realizó, pero, en todo caso, los guerrilleros los invitaron a quedarse y compartir un rato.
“Nunca habíamos visto un guerrillero”. Quedó sorprendida de ver lo amables que fueron. “Nos atendieron muy bien”, dice. “Nos ofrecieron tinto y limonada, y como teníamos tanta sed porque subimos caminando, dijimos que limonada. Pero también nos dieron café”. Luego como a las 5, les ofrecieron comida: “arroz, carne sudada y papa”.
Después de conocerlos, dice, no le molestaría que la guerrillerada se quedara en la zona tras su reincorporación a la vida civil, desde que “no hagan maldades”. Cree incluso que podría ser bueno para el pueblo.
“Nos van a ayudar a nosotros”, dice. “A ellos no les gusta que haya cochinada. Ellos son personas normales que han cometido pecados y van a poner orden para que no roben ni haya viciosos”.
El dueño de la finca, que se nos une luego y que, como dice, “nació debajo de las matas de café que se ven alrededor”, cuenta que en años pasados la situación era pesado pues en la zona había muchos milicianos que hacían fiestas, tomaban trago y ponían a cuidar a los campesinos para que si veían algo llamaran.
Asegura que el movimiento político de la guerrilla va a nacer con mucha fuerza: “Todo lo que es campesinado, la gente, les cree mucho. Eso los respetan como al papá. Ellos lo que le han sembrado toda la vida al pueblo es que han estado luchando por ellos”, dice. A pesar de eso él es escéptico: “todo el que coge un mando, se olvida del pueblo”.
La humanización
Cambiar la percepción que la gente tiene de ellos es uno de los propósitos centrales de las Farc en esta etapa.
La guerrilla quiere “visibilizar y humanizar al guerrillero como un ser humano del común y corriente que tiene sueños. La guerrillera que es mamá, el joven que tiene aspiraciones”, dice Gregory Morales, el guerrillero encargado de comunicaciones en la zona veredal.
Gregory es bogotano. Era estudiante de la Universidad Nacional cuando a sus 21 años decidió “conscientemente” ingresar a las filas de las Farc. “El Estado no ofrecía la posibilidad de hacer cambios sociales por la vía legal”, dice.
Ahora que podría estar rondando los 40 trabaja en el canal Nueva Colombia Noticias, que se transmite por redes sociales. Dice que para “romper el cerco mediático durante los dos períodos de Uribe” había que ser contestatarios, pero que ahora quieren llegarle a todos los colombianos.
“Nuestro interés ahora no es llegarle a la Unión Patriótica, Marcha Patriótica ni los Jóvenes Rebeldes, sino al 90 por ciento de la población restante”, dice, con optimismo.
A la una de la tarde, cuando nos vamos ya de la zona de recepción, sigue el taller con los líderes sociales. Al día siguiente, me encuentro con el concejal por la Alianza Social Independiente Víctor Manuel Márquez, quien asistió a esa jornada.
Me lo topé, casualmente, en la plaza de mercado, ubicada en un colegio abandonado cuya remodelación se discute hace unos ocho años.
Me comentó que durante la reunión habían conformado una veeduría ciudadana para verificar el cumplimiento de lo acordado tanto por el Gobierno como por la guerrilla y que se trataba de “una iniciativa de la ciudadanía.”
Le pregunté por qué, si era independiente, se había conformado en la zona de recepción de las Farc.
Su respuesta fue que habían hecho una primera reunión en el pueblo, pero sólo diez personas habían asistido y, en todo caso, era importante que la gente tuviera contacto con la guerrilla y se diera cuenta que no son unos “monstruos” pese a que cometieron errores.
“Tenemos que concientizarnos que a veces vienen políticos de corbata que han matado más gente con la corrupción”, dice, convencido, cuando habla de la importancia de exigir el cumplimiento de los acuerdos. A él o desplazaron los paramilitares en 2006 y regresó al pueblo en el 2011.
La guerrilla tiene poder de convocatoria, y su comida y el abandono del Estado son sus grandes aliados. Ya se habla de un plantón en Icononzo a finales de abril contra el Gobierno por el incumplimiento de los acuerdos, por no comprarles la comida directamente a los campesinos pero también hay otras quejas o expectativas
La gente con la que hablé dice que no ha habido cambios con la zona veredal hasta ahora. Y aspiran que lleguen proyectos productivos, al ser una de las zonas priorizadas y que les pavimenten las vías, que es una de las mayores dificultades que tienen los habitantes de Icononzo para sacar sus productos, porque cuando llueve, cosa que sucede a menudo en una zona de páramo, las trochas se ponen imposibles.
Sin embargo, todos parecen sentir que lo mejor está por venir.
El representante legal de Asobaicotol, una de las asociaciones más grandes de bananito en el país, que es el producto estrella de Icononzo, y Mauricio Toro, el oficial del Ejército que perdió su brazo y quien además de su supermercado, ahora le está apostando al turismo en la región, están dispuestos a emplear a aquellos guerrilleros que quieran trabajar.
En Icononzo hay más futuro que pasado.
Esa misma tarde, en la zona de recepción, estaba por llegar otra comitiva. Esta vez eran representantes de diferentes credos (un santero, un judío, varios cristianos) para compartir su visión de paz y celebrar una vigilia con los guerrilleros. Para ellos, seguramente también habría una cena dispuesta.