El lenguaje que utilizan los políticos siempre está cargado de intencionalidades. Cualquiera reconoce que todo lenguaje tiene una intencionalidad. De hecho hablamos normalmente para manifestar una intención en el sentido amplio del término: Un deseo, una indicación, una postura, posición u opinión sobre algo y siempre (incluso cuando nos hablamos a nosotros mismos) para comunicar. Por ello hay que diferenciar entre intención e intencionalidades.

El lenguaje del común es intencionado, sujeto a una razón o motivo, el de los políticos obedece a intencionalidades, múltiples e incluso contrapuestas. Este lenguaje es la manifestación e incluso el andamiaje del pensamiento. Si el pensamiento es lineal, directo, coherente con la intención, su manifestación también lo será, adoptando una forma clara, precisa, univalente, explicita. Sin embargo el lenguaje de los políticos no goza de estas cualidades, más bien adolece de ellas. Es un lenguaje oscuro, ambivalente, lleno de matices y connotaciones implícitas.

El lenguaje del común es intencionado, sujeto a una razón o motivo, el de los políticos obedece a intencionalidades, múltiples e incluso contrapuestas. Este lenguaje es la manifestación e incluso el andamiaje del pensamiento. Si el pensamiento es lineal, directo, coherente con la intención, su manifestación también lo será, adoptando una forma clara, precisa, univalente, explicita. Sin embargo el lenguaje de los políticos no goza de estas cualidades, más bien adolece de ellas. Es un lenguaje oscuro, ambivalente, lleno de matices y connotaciones implícitas. Hay quien lo tacha de “ladino” y “sibilino”. Por ejemplo:

Cuando algún político habla del COPAGO, refiriéndose a la sanidad, utiliza un concepto que encierra una gran mentira. ¿Quién paga? La palabra co-pago viene a indicar que hay al menos dos fuentes de aportación de recursos económicos y que la persona afectada por ese “impuesto directo”, tendrá que pagar una parte de la factura sanitaria o de las medicinas. Sin embargo la palabra co-pago requiere que haya además otra fuente de aportación económica, se supone que el estado o la comunidad autónoma. Nos preguntamos de donde sale el dinero que estas administraciones públicas aportan? Pues del mismo colectivo, es decir la ciudadanía, que debe aportar algo más. Por lo tanto la palabra COPAGO es un ejemplo de esas palabras cargada de intencionalidades que utilizan torticeramente los políticos. Porque no existe tal situación ya que siempre es la ciudadanía la que aporta absolutamente todo. No dicen llanamente que quien use pague dos veces. Por ello la palabra correcta sería RE-PAGO, que es el objetivo que se persigue.

Otras palabras también tienen intencionalidades, por ejemplo, RECORTE o AHORRO. El principal problema al que se enfrenta cualquier gobierno es la caída muy importante de los ingresos que se venía recaudando. Tanto el número de cotizantes en el IRPF, como el IVA y el impuesto de sociedades han disminuido de forma alarmante. Por lo tanto quienes gobiernan deben decir a la ciudadanía cuanto se recauda, al menos trimestralmente, cosa que hace poco ha prometido el Ministro Sr. Montoro, ya que los verbos RECORTAR Y AHORRAR no pueden utilizarse adecuadamente. Primero porque para recortar algo es preciso tener algo, y cuando nada o poco se tiene eso no es posible. Con el ahorro solo es posible hacerlo cuando no se gasta, pero se tiene lo ahorrado. El gobierno no puede ahorrar porque tiene no sólo todo lo recaudado comprometido en el gasto, sino que asume de entrada que tendrá un déficit en sus cuentas. Por ello deben los políticos informar más y mejor a la ciudadanía de cómo van las cosas en cada momento y en situaciones críticas preguntar mediante referéndums como administrar lo poco que cada vez se recoge, e incluso si la ciudadanía está confirme con aumentar la presión fiscal para así hacer frente a lo que entre todas las personas afectadas estimemos que es imprescindible. No en balde siempre los políticos acaban sus arengas haciendo un llamamiento a que “entre todos” hagamos frente a la crisis.

Rafael Fenoy Rico


Fuente: Rafael Fenoy Rico