Artículo de opinión de Rafael Cid
No ha sido el arrogante asalto a los cielos del emergente Podemos. Tampoco las proclamas republicanas de una dispersa Izquierda Unida (IU). Han sido los ignotos rebeldes periféricos. El proceso de ruptura democrática formulado por los sectores más comprometidos del 15-M, las plataformas, las mareas y toda aquella ciudadanía dispuesta a cerrar el ciclo del bipartidismo dinástico iniciado con la transición, ha irrumpido oficialmente en Catalunya cuando su eco se apagaba en el resto de España.
No ha sido el arrogante asalto a los cielos del emergente Podemos. Tampoco las proclamas republicanas de una dispersa Izquierda Unida (IU). Han sido los ignotos rebeldes periféricos. El proceso de ruptura democrática formulado por los sectores más comprometidos del 15-M, las plataformas, las mareas y toda aquella ciudadanía dispuesta a cerrar el ciclo del bipartidismo dinástico iniciado con la transición, ha irrumpido oficialmente en Catalunya cuando su eco se apagaba en el resto de España. La declaración de principios registrada el martes 28-O por el conjunto de fuerzas independentistas que ganaron las elecciones el pasado 27 de septiembre, supone una enmienda a la totalidad al régimen del 78. Y además coloca a la candidatura de Unidad Popular (CUP), un grupo de abolengo municipalista, como factótum de la desconexión con el Estado.
Evidentemente, nada está escrito y el proceso que ahora se inicia será incierto y tormentoso. Pero también es cierto que ya nada volverá a ser igual. Al margen de la naturaleza de la respuesta que desde Madrid se pueda articular ante el posicionamiento soberanista, el tablero político desplegado frente a las próximas elecciones generales ha pasado a peor vida. La disputa ya no pivotará solo respecto al eje derecha-izquierda, ni entre los de arriba y los de abajo. A partir de ahora casi todo girará sobre el derecho a decidir y las dinámicas de organización territorial. O más exactamente, sobre si cabe una verdadera reforma constitucional para dar voz plena a los ciudadanos, sin vetos ni cupos, haciendo efectiva la voluntad popular frente a esa verbalización placeba de soberanía nacional (Art. 1 C.E.) subordinada a una “Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. (Art.2 C.E.).
Para llegar a este punto de supuesto no retorno han resultado de enorme ayuda las continuas torpezas del adversario monclovita, persiguiendo y humillando a Convergencia i Unió (CiU), el partido reclamo del catalanismo conservador, hasta el límite de monitorizar el “linchamiento” de sus patronos en la percepción de la opinión pública. Igual que en el resto de España, la corrupción no solo desenmascara a la clase política que la practica sino también al empresariado que se lucra de ella, y eso crea tenaces consensos. Con esta acometida capicúa se ha obrado el milagro de romper los puentes del seny catalán con la burguesía españolista, facilitando el ascenso de la rauxa rupturista en aquella comunidad autónoma como alternativa al abismo inducido. Un maremágnum del que ha surgido una alianza de clases, insospechada hace una década, que permitirá a medio plazo su entendimiento por una Unión Europea (UE) que no puede dar la espalda a pronunciamientos democráticos de amplia base.
La suerte está echada y la brecha entre Catalunya y España se precipitará, aparte de reverberar en otras comunidades históricas con parecida problemática. Sin embargo, y por contraste, el conflicto posiblemente favorecerá las expectativas de Mariano Rajoy cara al 20-D, dado que está llamado a erigirse en el principal garante de la ley ante el resto del país, con los réditos que siempre han tenido en amplios sectores sociales las efusiones patrióticas. Mientras, por el contrario, Pedro Sánchez y Albert Rivera pueden ver desquiciado su relato para la apuesta electoral. De parecida forma, Podemos e IU corren el peligro de caer en el limbo político, visto su cuestionada equidistancia ante el fenómeno soberanista en los pasados comicios catalanes. E incluso es previsible una división interna en sus filas. Como cabe sospechar del hecho de que 5 de los 11 diputados de Catalunya Si que es Pot votaran a favor de Carmen Forcadell, icono civil del independentismo, como presidenta del Parlament que prevé materializar aquel “¡Adiós, España!” de Joan Maragall. Y si así fuera, el proyecto secesionista devendría mayoritario en escaños y votos.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid