Todavía me pregunto cómo un país instalado paupérrimamente en las organizaciones mundiales durante, ya no sólo desde el franquismo –eso es evidente-, sino desde prácticamente la llegada de esa saga borbónica, usurpadora del pueblo y benefactora de la Iglesia, no es capaz de reconocer, que este sistema de integración global que nos procuran nuestros gobernantes no funciona para todos igual.

A nadie se le pasa de largo que no pujamos nada en el concierto internacional, como nos quieren hacer creer. Eso es innegable. Tampoco me explico todavía, cómo no somos capaces de ver, en la caja negra de nuestra memoria, que las agitaciones sociales son inevitables hacia un nuevo equilibrio político. Y más, instalados en una crisis económica reconocida, bautizada y confirmada por ese atroz invento del capitalismo neoliberal que ha redimensionado la fractura, nunca cerrada, entre los que tienen y los que no tienen.

A nadie se le pasa de largo que no pujamos nada en el concierto internacional, como nos quieren hacer creer. Eso es innegable. Tampoco me explico todavía, cómo no somos capaces de ver, en la caja negra de nuestra memoria, que las agitaciones sociales son inevitables hacia un nuevo equilibrio político. Y más, instalados en una crisis económica reconocida, bautizada y confirmada por ese atroz invento del capitalismo neoliberal que ha redimensionado la fractura, nunca cerrada, entre los que tienen y los que no tienen. De todas formas, reconozco que, para los que nos gobiernan, es un éxito esplendido de integración en la estrategia orquestada por la globalización especulativa, puesto que siempre se han movido cómodos expoliando a los demás.

Desde el Tratado de Utrecht en 1713, donde, por simplificar, los borbones se quedaron con el país a cambio de no molestar más en el equilibrio internacional, hasta los Convenios hispano-norteamericanos de 1953 –retratado magistralmente por Berlanga en la película Bienvenido, Mister Marshall-, que permitieron la instalación de bases militares estadounidenses y un empuje político del régimen dictatorial en el exterior, como más tarde quedó ratificado en 1955 con la incorporación como miembro de pleno derecho en la ONU, ha quedado demostrada la poca o nula importancia a nivel internacional de este error que se hace llamar país. Se nos reconoce mucho más, a nivel político, por el retroceso en la ley del aborto, la incapacidad de negociación con el terrorismo agotado, por la foto de las Azores, el “por qué no te callas” borbónico o las cacerías reales en Kenia o de osos embriagados, y ahora por la declaración por presunta corrupción de un miembro de la casa real ante los juzgados. Y han pasado más de tres siglos, señores, sin que ningún planteamiento de negociación o proposición siquiera, entre las organizaciones mundiales, sean del calado que sea, nos reclame. Eso no sería malo, sino se empeñarían en intentar hacernos creer que nuestro sitio como país, está entre los ricos, reclamándonos el pago de sus deudas.

De la misma forma que no acabo de entender como un país que siempre ha caminado al borde de la subsistencia económica, educativa, política y social, por lo tanto empobrecido y deudor, pasó a disponer la consideración –eso sí, con un alto contenido en burbujas- de economía de renta alta. Era especulación. Aunque, por otra parte, si me encaja todo lo que hasta aquí se ha mencionado, a través de ese proceso de Inmaculada Transición que tradujo una dictadura en la caricatura que hoy es esta democracia. Ha quedado demostrado que fue otra burbuja más, esta vez política, reflejando que los problemas que nos han inspirado durante siglos, no son suficientes para el surgimiento de una alternativa que nos iguale tan sólo un poco entre todos siendo capaz de originar un reparto diferente de poderes sociales. No sean hipócritas, por favor. Seamos realistas y desprendámonos de una vez del perpetuo velo de ignorancia al que estamos sometidos.

Las concesiones que hemos hecho al reinterpretar la caja negra de nuestro pasado a la luz del presente, nos han bloqueado a la hora de reconocer el atraco que los poderes de siempre han hecho a la sociedad en aquel reemplazo institucional que se produjo a la muerte natural de Franco, bajo la sombra, siempre eterna, de la Iglesia y la oligarquía dominantes. Entonces, quizás, fue el tiempo para una revolución social, cuya finalidad tenía que transformar rápida y básicamente el Estado y las estructuras de clase, de un país completamente destruido pero con una potencialidad descomunal. De la que por otra parte, la globalización especulativa, -posiblemente ya en marcha-, sí se dio cuenta, distinguió y ha utilizado. A cambio de la pérfida, corrupta y represiva democracia que disfrutamos, lo que nos dieron, y, aceptamos abotargados por los medios de comunicación, fue una escasa revolución nominal basada en la política, que no supuso más que una reforma de las instituciones políticas del momento, recambiando la dictadura de la guerra y la violencia, por una monarquía divina y usurpadora, que siempre abandona. Pero… que siempre vuelve. Abandonamos el sueño de igualdad, mediante el engaño de unas elecciones, que, creímos, nos acercaban a la igualdad y al mundo, a Europa y las organizaciones internacionales, distanciándonos de cualquier realidad de adelgazamiento entre las fronteras de unas capas sociales pertenecientes a un país sediento, por lo menos, de igualdad de trato.

El resultado de aquellos pactos entre élites y del consenso entre aprovechados políticos, nos demuestra en la actualidad que estamos dominados por un sistema de gobierno único sin oposición legítima. En las negociaciones no hubo un equilibrio de poderes, sobre todo entre la corona y la sociedad, aunque si lo hubo con la oligarquía franquista. Es evidente que la guerra civil fue un conflicto originado por la desigualdad social, con la intención de una ruptura revolucionaria con el pasado. Pero, esa jugada no se planteó en el nuevo juego democrático. Todas las veces que hemos ido de mano, nos la han quitado por medio de la violencia provocada y represiva. En este suelo siempre se ha interpretado la redistribución de los bienes y cualquier aproximación a la igualdad social como movimientos radicales y violentos contra los poderes establecidos. Claro, nunca se ha producido una revolución que minara su solidez.

Sería gratificante, y sobre todo esperanzador, que después de cada desastre social, como si de un accidente aéreo se tratará, dispondríamos de una caja negra que nos revelará los errores cometidos en el trayecto de nuestro crecimiento humano. Esa caja negra existe. Es la memoria de nuestra historia, donde se esconden la resistencia y la lucha contra la dictadura, de la misma manera que nos están ocultando la represión del franquismo cunetero, vengativo, clasista, envidioso y egoísta cuya mejor victoria es la educación reaccionaria que mantenemos.

Insistirán -pronto son las elecciones europeas- en engañarnos una vez más, afirmando que interpretamos algo en el concierto internacional. Pero, cuando la música de las organizaciones no les satisface cierran de un portazo la posibilidad de escuchar su música y mucho menos ejecutarla. Sirva de ejemplo la visita de Pablo de Greiff, relator especial de Naciones Unidas para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, respecto al trato institucional que se está dando al tema del franquismo en su cuna. Greiff, afirmó que el Estado debe dejar sin efecto la ley de amnistía, que en la práctica «cumple las funciones de una ley de punto final en tanto que se ha utilizado para archivar prácticamente la totalidad de los casos que llegan ante los jueces». De la misma manera que ha confesado su «preocupación» por la posición de la Fiscalía de la Audiencia Nacional al denegar la solicitud de extradición a Argentina de los dos presuntos torturadores franquistas José Antonio González Pacheco, Billy el Niño, y Jesús Muñecas El relator también ha instado al Gobierno a anular todas las sentencias de los consejos sumarísimos, una vieja reivindicación de las víctimas que se descartó durante el debate sobre de la ley de memoria histórica entre otras cosas por el temor a que los afectados reclamaran indemnizaciones.

Es cierto que no contamos nada internacionalmente, pero cuando peligra su coartada. Es más, ahora quieren eliminar la capacidad de los tribunales estatales para ejercer la justicia universal, proponiendo intencionadamente vacaciones a los delitos de lesa humanidad. Eso no significa que los demás renunciemos a abrir la caja negra de nuestro pasado, de la misma forma que no renunciamos a cambiar su política usurpadora y corrupta, aunque sea fuera del marco internacional. Aunque las dos cosas sean extremadamente complicadas debemos intentarlo. Por todos, por los muertos, por el presente y por el futuro.

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez