Camino de una semana del derribo de un avión comercial sobre el cielo de Ucrania, este es el momento en que nadie en las webs y digitales de la izquierda ha salido a la palestra para denunciar el horrible crimen. 298 muertos, de 11 nacionalidades, que viajaban en el Boeing 777 de Malasia Airlines parecen carecen de interés para esos medios alternativos que con tanta diligencia y muy justamente denuncian a diario las masacres que el criminal Estado de Israel infringe al pueblo palestino (ahora en la Franja de Gaza y siempre en cualquier lugar) y los continuos atropellos del imperialismo norteamericano y la barbarie capitalista. Seguramente porque no “eran uno de los nuestros”. Incluso cabe temer que esa sórdida abstinencia se deba a pensar que se trata solo de simples “daños colaterales”.
Sin caer en la tentación de avanzar en el vidrioso terreno de las especulaciones sobre los verdaderos autores de tan horrendo suceso, algunas evidencias tenemos ya para intuir en qué contexto deben moverse las investigaciones que aclaren los hechos. Sabemos que el misil Buk tierra-aire que impacto en la aeronave a más de 10.000 metros de altitud fue lanzado desde la zona ocupada por los independentistas prorrusos.
Sin caer en la tentación de avanzar en el vidrioso terreno de las especulaciones sobre los verdaderos autores de tan horrendo suceso, algunas evidencias tenemos ya para intuir en qué contexto deben moverse las investigaciones que aclaren los hechos. Sabemos que el misil Buk tierra-aire que impacto en la aeronave a más de 10.000 metros de altitud fue lanzado desde la zona ocupada por los independentistas prorrusos. En este sentido su desplome sobre la vertical de la localidad de Grabovo, a pocos kilómetros dela frontera rusa, se antoja como un “testigo de cargo” de carácter técnico-logístico. Además, según todas las fuentes y dadas las herramientas de extrema precisión de que van dotados estos sofisticados equipos antiaéreos, existe la convicción de que el disparo-diana fue deliberado, conociendo sus ejecutores de antemano que no se trataba de un aparato militar.
Datos aparentemente suficientes para despejar de plano cualquier intento de enredar el caso con sospechas sobrevenidas y teorías de la conspiración amparadas en la diversidad de países dotados con semejante armamento (Rusia y Ucrania, entre otros de la antigua URSS) o la circunstancia de que en 2001 el gobierno de Kiev abatiera un transporte civil causando 78 víctimas. Esos datos tienen su oportuna contraparte en otros, igualmente no determinantes, como el hecho de que la propia URSS derribara en dos ocasiones sendos aviones comerciales (en 1978 y 1983) con el resultado conjunto de 271 muertos. Y tampoco la destrucción de media docena de aviones de guerra de Kiev por los combatientes separatistas, aunque demostraría la pericia de esas milicias y estar en posesión de armamento procedente de arsenales de alguna potencia, permitiría a día de hoy concluir en un acta acusatoria.
Siempre con la prudencia por delante, dejemos las grandes respuestas a la pericia de la encuesta oficial y el registro de la caja negra. Pero lo que no que no podemos obviar es la responsabilidad in vigilando de cierta izquierda por callar ante semejante atrocidad con objeto de comprometer el prestigio de sus abanderados. Desde que empezó el conflicto ucraniano, casi sin solución de continuidad, y salvo raras excepciones que eran conveniente vapuleadas por el fervor dominante en las referidas webs a favor de Putin y sus coaligados, casi todo han sido proclamas monográficas sobre “el régimen fascista de Kiev”. Importaba poco el evidente sobredimensionamiento de la participación en el Maidan de grupos de iconografía ultra, siguiendo la hoja de ruta marcada por la propaganda de los medios próximos al Kremlin. O que en las elecciones presidenciales, realizadas con un alto nivel de participación popular, esas bandas de la porra resultaran literalmente barridas de la contienda política. El ardor guerrero de nuestra izquierda alternativa, anticapitalista y antiimperialista, se deshizo en elogios cuando la actual Rusia de los oligarcas, que es lo mismo que decir capitalismo mafioso al por mayor, ocupaba militarmente la región ucraniana de Crimea, emulando las hazañas de la misma ralea que perpetra la Casa Blanca con su realpolitik de las cañoneras. Sería un auténtico disparate imaginar a esos mismos digitales informando sobre la agresión israelí reproduciendo lo que dicen los medios al servicio del gobierno asesino de Netanyahu o aireando las versiones de los periodistas empotrados en la siniestra cruzada sionista.
La nómina de los responsables de la margen izquierda es abultada. Combinando el silencio de las atrocidades del bando amigo, de una parte, y magnificando imprudentemente como “genocidio nazi-fascista” las barrabasadas del adversario, de otra, la cobertura informativa-opinativa ofrecida por estos colectivos ha mostrado una de las etapas más lamentables y vergonzosas de su corta pero intensa historia como opositores al monolitismo ideológico de los portavoces del sistema. Desde Kaos en la Red a Rebelión pasando por Nodo 50, en la izquierda nominal, y desde A las Barricadas al Portal Libertario LOACA, en el campo antiautoritario, la mayoría de los voceros de la galaxia alternativa ha estado, en mayor o menor grado, censurando la libertad de expresión. Y no porque no haya habido (al menos en el caso de Kaos) reseñas críticas, sino porque ante la “guerra de Ucrania” ha funcionado la famosa “espiral del silencio” teorizada por Noelle-Neuman, fórmula de solapamiento cognitivo que instaura la censura a través de una deliberada y sofocante acumulación de mensajes de un solo signo. Irónicamente, aquí también se ha cumplido aquello de que “el medio es el mensaje”.
Esto ha dado lugar a fenómenos de opacidad y arbitrariedad informativa casi desconocidos desde la época de la guerra fría, cuando los atributos de la izquierda consistían en lo fundamental en divulgar urbi et orbi las inmundicias del bloque capitalista mientras se tendía un tupido velo sobre todo lo que de semejante rasero ocurría en el “socialismo real”. La consecuencia entonces, que ahora volvemos a regurgitar, fue clonar entre las generaciones que luchaban por un mundo mejor los levantamientos de Hungría o Checoslovaquia como meras provocaciones fasci-imperialistas. Tanta ceguera programada por el bien de la causa todavía impide saber cómo pudo derrumbarse el Muro de Berlín y tras él todo el Este prosoviético sin que nadie entre sus ciudadanías defendieran sus celebradas conquistas. Ese paradigma es el que ahora se ha manifestado, por ejemplo, en el veterano y tantas veces plural portal Kaos en la Red, donde hemos podido seguir el conflicto ucraniano a través de informaciones tomadas directa e íntegramente de canales y agencias ligadas a Moscú (del productor al consumidor), o mediante opiniones de colaboradores ocultos tras un seudónimo (¿un ku-klus-klan mediático?) que surtían toda su sabiduría sobre el “gobierno nazi-fascista de Kiev” de otras webs descaradamente estalinistas (por su reivindicación del georgiano, de sus métodos punitivos y el blasonar de su efigie en la carátula de presentación de esa terminal) a las que se remitían.
Y es que cuando nadie discute el carácter genocida del régimen nazi y su holocausto, considerando la exhibición de símbolos fascistas como una provocación y un supremo atentado a la inteligencia, y al mismo tiempo se exhibe orgullosamente los emblemas, ideas y biografías de aquel estalinismo killer, algo va mal en esa izquierda convicta de la misma mentalidad totalitaria que la felizmente denostada ultraderecha. Por no mentar las iniciativas negacionistas del “cuanto peor, mejor” que recita aquella estupidez de en “toda revolución siempre hay víctimas inocentes”. Como si derribar un avión comercial en un incalificable acto de guerra con casi 300 inocentes a bordo (hombres, mujeres, niños, ricos, pobres, religiosos, laicos, rojos, azules, blancos, negros…) tuviera algo que ver con su revolución pendiente. A ese macabro modo de justificar la crueldad extrema, masiva y premeditada por un supuesto Estado ideal, el famoso novelista Martín Amis lo llamó “la perfección negativa”.
Nada bueno se puede esperar de una izquierda que condiciona la libertad y la vida a la obediencia debida a una ideología, sino trágicas consecuencias para aquellos que dentro de sus filas sienten sinceramente que anuncian algo nuevo. Un dejá vu. Ya lo advirtió aquel Marx que nunca fue marxista: “la tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.
Nota: Rectifico. A la hora de cerrar esta edición, si ha habido un primer colaborador de Kaos que ha opinado sobre la tragedia del vuelo MH17. Y ha sido para atribuir la responsabilidad del acto criminal a una operación encubierto de la OTAN y el imperio (sic), sin facilitar más detalle sobre cuáles son las fuentes para tan rotunda afirmación. Nada que objetar. Está en su perfecto derecho. Los hechos son tozudos y las opiniones libres. De ahí que existan teorías de la conspiración que aún hoy nieguen la existencia del pacto nazi-soviético, rechacen la masacre de Katyn por las tropas de la KGB, estimen que el siniestro Gulag y sus casi 20 millones de inmolados fue un invento de Hollywood o insinúen que el atentado del 11-S está en el haber de la CIA. En una guerra la primera víctima siempre es la verdad.
Denunciar sin paliativos el genocidio que el gobierno de Israel practica contra la indefensa población de Gaza y la infame pasividad de la llamada “comunidad internacional” no autoriza a instrumentalizar de parte los repetidos indicios sobre la “mano invisible” responsable de la barbarie del avión civil derribado con 298 personas a bordo, sino todo lo contrario. Una izquierda que se merezca ese nombre exige como imperativo moral la denuncia de todos los verdugos y sus cómplices. Caiga quien caiga y estén donde estén. En Tel Aviv o en Moscú.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid