Treinta y cuatro años y en estos instantes yace sobre una mesa de autopsias. Tan funesto y prematuro destino es gracias a haber recibido un disparo de escopeta de caza en el pecho. La fecha y el lugar: 15 de Julio de 2011 en San Lorenzo de Calatrava (Ciudad Real). El responsable de la muerte: su hermano menor. El motivo: ¡lo confundió con un jabalí!
Yo no me dedico a cazar, pues no encuentro aliciente alguno
en – como estaban haciendo ellos – aguardar al paso de un animal para una vez
avistado descerrajarle un tiro tras el que, de acertarle, caben varias
posibilidades: que la desdichada criatura huya herida y las hemorragias e
infecciones acaben con su vida unas horas después; que trate de escapar pero al
fin, dolida y debilitada le den alcance y la rematen a fuego o a cuchillo; que
muera tras ese primer impacto, la probablemente menos espantosa de unas
opciones de espanto.
Yo no me dedico a cazar, pues no encuentro aliciente alguno
en – como estaban haciendo ellos – aguardar al paso de un animal para una vez
avistado descerrajarle un tiro tras el que, de acertarle, caben varias
posibilidades: que la desdichada criatura huya herida y las hemorragias e
infecciones acaben con su vida unas horas después; que trate de escapar pero al
fin, dolida y debilitada le den alcance y la rematen a fuego o a cuchillo; que
muera tras ese primer impacto, la probablemente menos espantosa de unas
opciones de espanto.
No, yo no disfruto provocando mutilaciones o malformaciones,
ni causando agonías o segando la vida de animales por deporte, pero hay quien sí
lo hace. Y es legal, incomprensiblemente lo es, así que de momento cierto es
que tales acciones merecen una condena ética pero no penal. Sin embargo esta
tragedia viene a sumarse a una lista tan nutrida de heridos y muertos como para
que las autoridades la tomen en consideración, y una de dos: o explican cómo es
compatible un reconocimiento médico físico y psíquico con tal número de
negligencias, o revisan y endurecen las condiciones para disponer de una
licencia de armas de caza.
Pero lo que no es normal es que, una semana tras otra,
tengamos que enterrar a algún cazador o paseante porque uno de estos escopeteros
lo confundió con un jabalí, corzo o conejo. Ya está bien de permisividad y de
que sean tan laxos los requisitos para poner un rifle en manos de quien lo
quiere para matar. Sus víctimas apetecidas son animales no humanos, sí, pero el
ansia de conseguir un trofeo les lleva a menudo a no asegurarse previamente de
la especie del blanco.
Lo lamento por el muerto y sobre todo por su hermano, pues
esa carga no se la deseo a nadie. Pero ante lo irremediable sólo cabe una
determinación: prevenir para el futuro ya que no podemos modificar el pasado.
Los cazadores están que echan humo por la nueva Ley de armas, pero su reacción
se debe a la prohibición de algunas, lo que demuestra que para ellos, como
colectivo, está por encima de todo el que no les recorten los instrumentos de
matar. Después, ya es cuestión personal que les guíe la prudencia o la codicia
a la hora de disparar, pero a juzgar por las estadísticas, a buena parte de
ellos les domina la segunda. Triste e intolerable.
Julio Ortega Fraile,
Delegado LIBERA! Pontevedra