Es notorio que la sociedad mundial ha entrado en decadencia. Unos conscientemente engañados o no, y otros sin ser conscientes, nos hemos perdido en el laberinto de nuestro propio egoísmo. Como nos sugiere José Luis Sampedro, es verdad que se ofrece una igualdad ante la ley que, a su vez, se declara falsa por la injusta distribución mundial de los bienes del planeta, siempre a favor de unos países que, con una intención hipócrita, convocan frecuentemente conferencias para erradicar la pobreza en el mundo.
Los poderes identificados con la oligarquía más radical de los países más ricos del mundo, han conseguido el apoyo de los medios de comunicación para obtener el dominio total de la situación creada. La información a la que tenemos acceso manipula las acciones de la opinión pública, además de justificarse con ideologías elaboradas por los intelectuales a su servicio. Este hedor está llegando a ser insoportable en cuanto al desarrollo, apodado irónicamente sostenible que, junto con el deterioro del medio ambiente, nos llevan a la conclusión de que este proceso no podrá mantenerse mucho tiempo como hasta ahora.
Capítulo aparte necesita el incesante ascenso que están experimentando (bien es cierto que desde hace bastante tiempo) la falta de respeto a la vida y a los derechos humanos. Se amparan en una legislación que vulnera reiteradamente las normas, las leyes y el derecho internacional creado por nuestra experiencia ; una experiencia conseguida con el sufrimiento sangrante de guerras y abusos cometidos por nosotros mismos. Aquí podemos incluir sin rubor, la negación del libre derecho a las migraciones, ayudándonos para este impedimento con la construcción de barreras y muros territoriales. Lo asombroso del asunto es que en plena era de la tecnología, tanto en medios de comunicación, como en el transporte, nos cuesta ahora más asentarnos y que nos acepten en ningún lugar que hace unos años atrás, eso si, salvo si es de paso.
Estas paradojas del mundo, a su vez, nos proporcionan la visión de unas estructuras políticas, económicas y sociales que están legalmente formalizadas, pero que en su vicio, tenemos relegadas al olvido. Como ya hemos indicado anteriormente, los medios oficiales nos anulan en la interpretación de las leyes. Cabe destacar, a modo de ejemplo, que en tiempos no muy lejanos los modelos paradigmáticos de la economía eran los llamados bienes autorrenovables, agua y aire. Elementos que al no ser escasos no requerían atención ; hoy su precaria situación, manifestada en la escasez y contaminación, basta para poner de manera ostensible, me refiero otra vez a Sanpedro, la irracionalidad cotidiana del sistema en un uso y en un abuso en todos los campos ya mencionados. La solución a este problema, complejo en su gestación, quizás parta del pragmatismo, de la construcción de un proyecto, que con una mirada general sobre la realidad configure una teoría especifica y, que además, se pueda poner en práctica.
El interés de la sociedad debe trasladarse, en su intención, para comprender la sociedad presente e intentar cambiarla. En vez de desconfiar de la naturaleza humana quizás deberíamos ser más escépticos en lo referente a las decisiones que toman restrictivamente las instituciones, confiando más en nuestras posibilidades humanas. Si éstas cambian, me refiero a las decisiones o a las instituciones, también pueden cambiar las relaciones sociales. Tal como Marx alentaba “hay que motivarse para suscitar la acción social”.
La manera de resolver los conflictos cotidianos nos ha enseñado que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época, donde un grupo poderoso moldea y mantiene el sistema normativo o ideología dominante de una sociedad porque favorece a sus intereses. Bien es cierto, que no podemos negar que nadie está del todo satisfecho con las condiciones en las que vive, y a menudo, se tiene la impresión de esas condiciones se degradan, aunque hasta la llegada de la tan anunciada crisis nadie, en este primer mundo, tenía motivos de queja real económicamente hablando (es obvio que los sin papeles, parados de larga duración, tercera edad empobrecida, etc, no cuentan para la crisis. Ya existían antes, igual que sus quejas y las soluciones no llegaban). Pero ahora nos preguntamos, de quién es la culpa. Es fácil buscar una respuesta simple y culpable, por lo tanto, fácil de identificar. Esa tentación provoca inquietudes sociales lo mismo que partidos populistas. Los de izquierdas responden, como nos señala T. Todorov que “la culpa es de los ricos, así que hay que apropiarse de sus bienes y redistribuirlos entre los pobres”. Por el contrario el populismo de derechas defiende no una clase social, sino una nación, echándole la culpa a los extranjeros.
Ahora no podemos enredarnos en superfluidades teóricas, sino en buscar soluciones a los acontecimientos que se nos han echado encima. Durkheim ya nos indicaba la necesidad de “remozar el status-quo” en aras de la integración moral de la sociedad. Los problemas son morales, no materiales y la solución no consiste en crear una nueva moral, sino en corregirla o mejorarla parcialmente. Pero debemos recordar que no hay que actuar moralmente por actuar moralmente. Es preciso que la moralidad se supere hacia un objetivo que no sea ella misma. Como Carlos Fernández en el Viejo Topo nos señala, “dar de beber al sediento no por dar de beber, ni para ser bueno, sino para suprimir la sed”
La verdadera cuestión moral es : qué responsabilidad tenemos para que determinadas estructuras perduren y qué estaría en nuestra mano hacer para sustituirlas por otras. Desde luego que a nadie se le escapa que la respuesta pasa por la acción política organizada y no por el voluntarismo moral que, intenta inútilmente apartarse de la maquinaría del sistema. No hay que aislarse en la queja, la cuestión es cómo y de qué manera podemos adaptar el sistema en beneficio de los desatendidos. Es intolerable que aceptemos las consecuencias de un sistema egoísta sentados esperando que las soluciones lleguen por arte divino. No dejemos pasar los conocimientos adquiridos desde el comunismo primitivo, las pautas marcadas por los movimientos antiglobalización, la capacidad de información de Internet, así como las referencias de autores tan señalados y de tan apartados por el sistema impuesto como por ejemplo Alejandro Nieto. Hay que buscar ideas que nos acompañen para encontrar qué la elección moral no tiene que ver con elegirnos buenos a nosotros mismos, sino elegir un mundo aceptable.
La propuesta inicial para poner en práctica este sistema de neo-ruralización de espacios deshabitados necesita de la intervención institucional por medio de la expropiación de los pueblos que están deshabitados, y por lo tanto no son productivos, ni beneficiosos para la sociedad. La reconstrucción de los mismos nos traslada hacia otro de los problemas estructurales que sufre nuestra sociedad : el desempleo. También debemos recordar que, como sugiere Ignacio Sotelo, “la actual socialdemocracia está impulsando un falso keynesianismo”. El Estado, con el dinero de todos, salva bancos y empresas, pero la propiedad, y con ella la capacidad de decidir, queda en manos privadas. Keynes, ya pedía por una “socialización que fuera lo más completa posible respecto a las inversiones”, proponiéndolo como único medio de aproximarse a la ocupación plena. Esta socialización de las inversiones, es una vuelta al proteccionismo estatal, poniendo en tela de juicio la prerrogativa exclusiva del empresario de decidir en qué y cuando invierte su dinero, algo que atañe a la esencia misma del capitalismo. El Estado, con el dinero de todos, está obligado a intentar paliar la crisis. El Estado representa y, por lo tanto, debe gestionar los intereses generales de la sociedad que dice representar, ese es su fin último e inmediato. Mediante las herramientas e instrumentos a su disposición debe concebirse, fundamentalmente, en gestor neutral de los intereses ajenos a él y que pertenecen a la sociedad. Una sociedad, hoy por hoy maltratada (los intereses del Estado están administrados por una elite que selecciona parcial y sesgadamente la realidad, apropiándose de los medios). Aún, el Estado, puede cambiar el rumbo, aún puede realizar una labor digna, está en sus manos. Sino la sociedad debería abominar de él.
Podemos semejar a la sociedad a un organismo biológico. El conjunto funciona en la suma de sus partes, con su interrelación, más que en divisiones e intereses opuestos entre estratos. Pues bien, si ahora hay un sector perjudicado directamente por la crisis hay que intentar su saneamiento con los medios adecuados dentro del sistema vigente, con los medios que éste nos propone, mediante la interpretación de unas leyes que son muy ambiguas, pero con el infortunio de que son siempre en aplicación restrictiva hacía la sociedad más necesitada.
La inmensa mayoría de la gente de las sociedades industriales dependen del ingreso procedente de un trabajo para satisfacer sus necesidades. Por lo tanto, la ocupación es de vital importancia en esta sociedad, incluso antes que las relaciones de propiedad o las diferencias de poder. Hemos llegado a la situación actual porque muchos de los elementos individuales se quedan sin ocupación, por lo que hay que intentar, por medio de una serie de incentivos, primero ocuparlos en algo ; y además, por medio de unos incentivos que sean lo suficientemente dignos como para que los pueda aceptar todo el mundo. Acceso a las viviendas, regularización de las situaciones de cada uno, educación, sanidad, etc, por medio del cooperativismo social. Un ejemplo inicial puede ser, como ya hemos indicado la expropiación de los espacios deshabitados, para volver a ocuparlos al amparo del Estado, proporcionando así, tanto ocupación como bienestar a los más desatendidos por la sociedad.
Para finalizar la Real Academia de la Lengua española define el término expropiar como : dicho de la Administración : privar a una persona de la titularidad de un bien o un derecho, dándole a cambio una indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social previstos por las leyes. Quizás El Estado se ha olvidado de estos dos últimos detalles y tan sólo utiliza la expropiación para su propio beneficio.
Fuente: Julián Zubieta