Lo que conocemos como grandes acontecimientos de la humanidad, no son más que hipocresías históricas resultado inequívoco de la violencia entre nosotros mismos. Estos actos violentos los debemos considerar, por lo tanto, como un fenómeno social intrínseco al ser humano y globalizado, sin otra finalidad que dirimir las diferencias sociales entre pobres y ricos, mediante la única lucha que siempre está presente en la cultura humana: la guerra.

Una de las paradojas de
esta hipocresía histórica consiste en que siempre se acaba
otorgando notoriedad a los que causan las mayores catástrofes. Todos
conocemos los nombres de los mayores dictadores del mundo, el poder
de los imperios más celebrados no pasa desapercibido a la opinión
pública y, desde luego, a nadie le son desconocidos los medios
empleados para la obtención de la violencia: las armas.

Una de las paradojas de
esta hipocresía histórica consiste en que siempre se acaba
otorgando notoriedad a los que causan las mayores catástrofes. Todos
conocemos los nombres de los mayores dictadores del mundo, el poder
de los imperios más celebrados no pasa desapercibido a la opinión
pública y, desde luego, a nadie le son desconocidos los medios
empleados para la obtención de la violencia: las armas. De manera,
que no es difícil llegar a la conclusión de que la guerra ha sido,
y es, uno de los acicates de la tecnología. Como
testimonio del esfuerzo tecnológico invertido para preparar las
guerras y la necesidad de sus conocimientos, el arte de la guerra es
el que menos dificultades ha tenido para su subsistencia, perdurando
su conocimiento de generación en generación.

Este
sarcasmo bélico consigue el umbral con el invento de la dinamita.
Hija menor, por ello mucho más experimentada, del fuego griego y de
la pólvora, que tantos éxitos le han dado a la guerra. Corría el
año 1867, cuando Alfred Bernhard Nobel consiguió domesticar la
nitroglicerina mezclándola con dióxido de silicio. El resultado un
potente explosivo que, de nuevo, hizo carrera en la industria
militar, puesto que su empleo revolucionó el arte de la guerra.
Aunque Nobel trabajó para la paz de su tiempo, como Einstien lo hizo
en el suyo, pasó los últimos años de su vida atormentado por la
mortandad que ofreció su invento a la guerra. Su remordimiento le
llevó a destinar su inmensa fortuna, ganada en mediante la industria
bélica, a los premios que llevan su nombre (de nuevo, la notoriedad
buscada por los caminos de la catástrofe). Entre las bases para la
entrega de este premio nos encontramos con conceptos contrarios a los
que le otorgaron la riqueza. Por ejemplo, el premio se tiene que
otorgar “
a la persona que haya trabajado más o mejor en
favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción
de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de
procesos de paz”. Aquí nos convendría recordar
que, mucho antes, en los días del nacimiento de la razón, cuando en
Grecia, con maravillosa y fragante intuición, se quiso representar a
la diosa de la sabiduría, Palas Atenea, se la vistió con casco,
lanza y escudo. Ya, la razón nació armada y combatiente. La razón
que originó los premios Nobel también tiene procede del fuego que
proporciona la guerra. Y, no sólo eso, a veces, se otorgan más por
interés ardiente que por méritos contraídos. Aunque existan
honrosas excepciones.

A la luz de estos
hechos, se comprende que el 9 de octubre de 2007 se le concediera el
Premio Nobel de la Paz al todavía presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, nada más y nada menos, que por sus esfuerzos
diplomáticos en pro del desarme nuclear (Fukushima, por desgracia,
va a hacer mucho más), por la consecución de un proceso de paz en
Oriente Medio (un repaso a la geografía de sus sucesos horroriza) y
por la defensa contraída para frenar el cambio climático..

Los hechos ocurridos
durante este año 2011 referente a las actuaciones de B. Obama, le
sitúan en lo que podemos denominar como “Un Nobel en apuros”. El
premio Nobel de la Paz, ha concedido la máxima condecoración
militar a las fuerzas especiales que participaron en la misión
contra el líder de Al Qaeda, Usama bin Laden, en reconocimiento y
logro extraordinarios originados por el éxito final; agradeciendo el
“increíble valor y destreza de innumerables militares, agentes de
Inteligencia e individuos durante tantos años. El líder terrorista
que agredió a nuestra nación el 11-S no volverá a amenazar a
Estados Unidos”. Se ha confirmado, además, que mucha información
para localizar a bin Laden, se consiguió mediante métodos “poco
ortodoxos de tortura” (como si alguna fuese ortodoxa). Grandes
méritos para un premio Nobel de la Paz: aplaudir un asesinato y
admitir la tortura como hábito legítimo. No debemos pasar por alto
tampoco, las intervenciones de combate y amenazas continuas que hace
el ejército estadounidense por el Mediterráneo y Próximo Oriente
en nombre de la Paz: Libia, Irak, Afganistán, Siria, por mencionar
algunos lugares donde sus tropas actúan bajo el paraguas de la ONU y
la OTAN. Todas las actuaciones militares han costado innumerables
víctimas humanas, tan sólo para satisfacer el ego de un país que,
por primera vez en su historia, ha recibido una pequeña dosis de
violencia desde el exterior (poca es mucha). Se olvidan que tan sólo
han sufrido una pizca de lo que ellos provocan por el mundo, lo que
no justifica el ataque del 11-S, ni las acciones de ayuda humanitaria
que realizan los ejércitos por el mundo. Además, todos estos
sucesos nos han sumergido en una espiral de indeterminadas
consecuencias para el futuro, tanto en lo que respecta al cambio
climático (las bombas acentúan el efecto invernadero) como en el ya
precario sistema económico mundial, además del incremento de la
inseguridad que ha generado el aumento de la violencia. Recordemos
por que le premiaron en el año 2007.

El discurso posterior de
Obama (recordar que ha ganado popularidad en su país) se traslada de
nuevo al intento de orientar y condicionar una opinión pública que
le sea favorable. Pocos países se han escandalizado de la
intromisión del Nobel de Paz en otras fronteras para solventar el
problema del terrorismo internacional. Para los poderosos, el
cumplimiento del derecho internacional es una exigencia moral
necesaria –aunque en grado escaso-, pero la mención de moralidad
debe ir acoplada a una legalidad internacional, y este es el discurso
de Obama y de todo lo relacionado con el poder, llevar con
naturalidad a la opinión pública a considerar legitimo el uso de la
fuerza para asegurar “su” legalidad internacional, que debe ser
garantizada si llega el caso, y siempre llega, por utilización de
esa fuerza considerada legitima.

Asistimos a la globalización
arbitraria del poder económico, mediante la legitimación de la
guerra contra el terrorismo internacional. Pero, ¿cuántos muertos
hay que provocar para ser declarado terrorista internacional? ¿Valen
en número los de las Torres Gemelas? ¿Computan lo mismo, los “daños
colaterales” de Irak o Afganistán? La violencia de género ¿se
puede considerar terrorismo internacional? Que yo sepa existe por
todo el mundo, y bien se podían destinar algunos dividendos
destinados a las guerras justas para frenarla ¿son terroristas sus
autores? O matan poco. ¿Cuánto se puede matar bajo la legitimidad
del poder, y no ser considerado terrorista?

El Nobel está en
apuros, está jugando a la verdad, como dijo Foucault, pero su
legitimidad es frágil porque no está cimentada en una convicción
de justicia humana. Sólo le preocupa lo suyo, pero interviniendo en
casa de los demás. Aunque los poderosos consiguen llegar a la cima
por algo, no es gratuito su ascenso, por eso el lobby de Obama no se
olvida que todo poder político requiere de alguna justificación en
la medida que aspira a la estabilidad, de ahí que ahora intente
razonar mediante la palabra intentando dejar un poco de lado los
hechos. No es casual que la manipulación de la realidad a través
del lenguaje termine imponiendo expresiones que favorecen a los
intereses económicos dominantes. Las palabras nunca son inocentes.
El silencio tampoco.

Para concluir tan sólo
una pregunta: ¿Es condición suficiente que Estados Unidos, en su
condición de dominador, utilice el monopolio de la fuerza para
garantizar la legalidad y la legitimidad en estas acciones de
justicia mundial? En mi opinión, creo que el premio Nobel se
encuentra en apuros.

Julián Zubieta Martínez