A las generaciones actuales les cuesta creer a los abuelos, sobre todo, cuando el relato se refiere al pasado de sus vidas. Aunque, al hilo de las conversaciones, lo que les causa verdadera incredulidad son los hechos que describen una sangrienta guerra y los años difíciles de la posguerra.
De todas formas, lo que parece asombroso es que, a pesar de ser un pasado reciente, nos parezca que han transcurrido siglos desde la voz de esos recuerdos. Realidades sobrellevadas con hambre, en muchos casos, y, con el silencio del miedo, en casi todos.
Es difícil situarse en un contexto distante, y lo es, más aún, si la coyuntura es bélica o posbélica. Tampoco es fácil instalarse, o tan sólo tener la disposición para ello ; para dar un paso más atrás, intentando buscar los orígenes de tan terribles sucesos. Una prueba de honradez histórica sería aceptar el diálogo que nos propone nuestro propio pasado desde el presente, entablando, sin dobleces, un parlamento despojado de prejuicios o intencionadas ideologizaciones. Tras cuarenta años de dictadura, la democracia no debió utilizar el bienestar de sus ciudadanos en favor de la amnesia pretérita de su pasado. El pacto de silencio pudo manipular la realidad a su antojo, pero nunca logrará sustituirla. Un pueblo, lo mismo que el ser humano, debe tener conciencia y conocimiento de lo que le ha ocurrido, comprenderlo para valorar, y así, poder discernir lo que funcionó de lo que no funcionó. De esta forma, se adquiere la responsabilidad para gobernarse con honradez. Es así, mediante la comprensión de los errores, como se puede retar y desafiar a los horrores de nuestro pasado, aliviando de paso el recuerdo de nuestros mayores y legitimar la memoria de los asesinados.
Partir de un determinado fragmento de la realidad cobra máxima importancia cuando sirve para iniciar una reflexión generalizadora. La conexión de sucesos que desembocaron en la dictadura franquista, se aceleró cuando los poderes reaccionarios, esas fuerzas históricas arraigadas en el absolutismo imperial, perdieron las riendas con las que manipulaban el gobierno del país. Me refiero, a la quiebra que sufrió el modelo tradicionalista español con la victoria en las urnas, por lo tanto legítimamente, del régimen republicano, el 14 de abril de 1931.
Un repaso al tejido social que antecede a la II República nos muestra que su aliento estaba manipulado y dominado por el Ejército y la Iglesia. Dos fuerzas frente a las cuales, luego, el pueblo tuvo que enfrentarse en una guerra atroz. Enfrentamiento que no buscó y cuyo resultado significó un periodo dictatorial, desértico y árido, que le sometió durante casi medio siglo. La victoria de las viejas tradiciones contribuyó a moldear un futuro, que hoy es presente. Actualidad donde todavía se respiran aromas de aquel autoritarismo impuesto, salvaguardado, como veremos a continuación, por el modelo de educación reaccionaria impuesta por los vencedores.
Si a los nietos les cuesta entender estos hechos, no es por falta del interés mostrado para su conocimiento. Quizás, se deba más a la escasa difusión de un riguroso examen sobre el franquismo, o al maquillaje manipulador de los poderes que se mantuvieron tras la dictadura, que ocultaron, interesadamente, el lado más oscuro de los franquistas. Fuera del ámbito académico –que sí, ha mostrado la monstruosidad ilegítima del franquismo-, no se ha dado una visión eficiente y crítica de las secuelas originadas por el golpe de estado. Se nos ha informado sobre el franquismo como si fuese otro periodo político, más o menos afortunado, uno más entre los muchos que acontecen en la historia de los países, pero se les ha olvidado ilustrar los mecanismos de unión entre los intereses religiosos y las fuerzas económicas, entre los ultraconservadores y sus posicionamientos monárquicos, se han quedado en el tintero las estructuras que los poderes más privilegiados han utilizado para mantenerse en el piso alto de la escala de mando.
La sociedad actual no siente aprecio por aprender del pasado, no cree en su relación inseparable con el presente. El pasado, es la segunda piel del presente ; es el origen para entender las urgencias del presente. La impunidad construida por los vencedores se refugia en la perennidad que les brinda el poder. Por eso, tenemos que indagar, dialogando con los recuerdos de los que no tuvieron opinión. Estudiar de forma crítica la herencia del pasado, para desnudar el profiláctico regusto de su eternidad. Por eso, por la memoria de los desaparecidos, hay que demandar un reconocimiento público de los desordenes franquistas ; uniéndolo, mediante una socialización educativa, mostrando y asociando las calamidades que acompañaron y sufrieron nuestros abuelos durante su peregrinaje vital, a los laureles ensangrentados de sus éxitos. Vivencias que fueron transmitidas a nuestros padres, mediante la imposición del silencio y del miedo. Sobre todo, por los que fueron derrotados en la guerra. Los vencedores que se situaron junto al tirano, nunca, después del rigor de la guerra y tras la crueldad de la posguerra, tras todo el sufrimiento, de toda la venganza carente de sentido, nunca, dieron oportunidad de reconocimiento y honradez humana, a los que eran y, además, consideraron diferentes.
Según la prédica militar la República significaba (ahora también) liberalismo, anarquía, desorden e indisciplina. Un ideario que les sirvió, en comunión con ultraderechistas, monárquicos y la jerarquía eclesiástica, como justificación para asaltar la legitimidad republicana. Para ellos, las armas siempre son la garantía de la paz, de la ley y del orden. Lo que no se figuraban, o sí, es que el germen de la República estaba calando profundamente en la gente que menos tenía (y eran muchos), con su discurso sobre la libertad, el sindicalismo, las colectivizaciones y la igualdad. Conceptos unidos a una ideología que caminaba firmemente hacia el equilibrio de clases. Los que siempre habían sido vapuleados y ahogados por el orden plomizo de los que mandaban y avasallados por su dominante justicia, se aferraron de tal forma a la ventana republicana, que el paseo militar que creían los reaccionarios, tradicionalistas y conservadores se encontró con una barrera que ambicionaba la libertad. El antagonismo de ideales fue tan tremendo, que los fusiles se convirtieron, por deseo de unos -otra vez- en los magistrados del parlamento bélico. La guerra civil se puso en marcha, por la poca paciencia que tienen siempre los reaccionarios para conseguir, de nuevo, el poder.
El golpe de estado fue, desde el principio, un procedimiento articulado y planificado con una orientación perversa. Las diferentes reuniones se sucedieron ; los despachos y las llamadas entre los ideólogos del golpe, tanto militares, como civiles, además de los eclesiásticos y monárquicos, se sucedieron ante la pasividad de los gobernantes republicanos. El origen de la guerra no empezó con el primer tiro. La conspiración se intuía con el cambio de lenguaje de la calle y en los medios de comunicación. Un repaso a la prensa de los años treinta nos pone al corriente del inicio del conflicto. Las expresiones más frecuentes en los periódicos, nos muestran la coyuntura de violencia y venganza en la que estaba sumido el país : luchar, liquidar, enemigos, matar, aplastar, vencer, aniquilar, honor, patria, revolución, libertad e igualdad, se enfrentan desde las portadas dogmáticas del cuarto poder. Es la gramática de la agresión y de la arrogancia, del orgullo y de la permanencia. Así se fraguó la turbulencia bélica. El combustible lingüístico caldeo la atmósfera de una tormenta, de la que ya se oían los truenos, en cuyo cielo se apreciaba el centelleo y el resplandor de los rayos bélicos. Las antorchas y los tambores anunciaban la inminente guerra.
Hoy, desde la perspectiva que nos concede el tiempo, una vez conocidos los hechos históricos del pasado, podemos comparar su “causa general” y el parte de bajas, (que tras casi setenta y cinco años, está todavía sin completar) de los derrotados, y a su conclusión, estamos en disposición de podernos preguntar : ¿Qué mente perversa aceptaría con normalidad la planificación del genocidio ? ¿Dónde estaba el origen de este germen de perversión y sadismo ? ¿En las academias militares ? ¿En los colegios religiosos ? ¿Dónde ?
Los eternos siervos del vencedor, procuran igualar el estado de terror que se produjo en la guerra, afirmando que todo lo acontecido durante esos años fue producto de la casualidad, y que, por un espacio de tiempo corto, se perdió el control de la superioridad. Pero, tienden a olvidar la tremenda posguerra. La de los derrotados. Donde la venganza rencorosa de los que arrollaron en la victoria (como decían) no se olvidó de perseguir, marginar y represaliar a los familiares y amigos de los “rojos”. La humillación prosiguió orgullosa de su raza y de su verdad Una posguerra que todavía se alimenta por los capítulos del recuerdo, ahora sin miedo, de los mayores. Recuerdos, que hoy nos asombran, por donde todavía desfila la División Azul ; se ríe la neutralidad, no querida, de la II Guerra Mundial ; el clasismo del Auxilio Social y Pilar Primo de Rivera, el NO-DO y las consignas del franquismo ; el folclore de las películas producidas por CIFESA ; Matías Prats, y las tardes de los toros y fútbol ; la publicidad, la radio, la educación religiosa, las procesiones, las enfermedades, Carpanta, el estraperlo, los créditos, las casas de empeño, el hambre, los campos de internamiento, los presos, la cárcel, la emigración, el exilio, los curas, el colegio, el auxilio rojo, las cartillas de racionamiento, las bulas y los “enchufes”, el machismo y la hipocresía. Nada puede cambiar la memoria de aquellos años, que hoy todavía algunos llaman heroicos, otros quieren olvidar y que la mayoría, salvo los más jóvenes, sabe que no fueron sino dolorosos, sobre todo, para quienes no podían gozar de la legitimidad oficial, castrense o religiosa, principalmente. Tan influyentes fueron estos estamentos, otra vez, que para la obtención de un empleo era necesario estar bien conceptuado políticamente y mantener un comportamiento fuera de toda duda, aunque sólo fuera en apariencia. Años, donde era requisito indispensable pasar la criba de un informe político-social, y si éste era favorable, había posibilidades de acceder a un puesto de trabajo que aportara unas pesetas para paliar el hambre de la posguerra. Que gran victoria para su Cruzada.
La impunidad de los sublevados fue tan exultante, que todo lo que acontecía era documentado y reproducido en mil copias burocráticas. Hoy, aunque muchos de los registros han sido expurgados y expoliados, los nombres de los fusilados y torturados no se han olvidado. Los represaliados quieren disfrutar de su nombre en libertad. Es cierto que todavía muchos huesos descansan ignorados en las cunetas, pero su nombre y la honradez de sus ideas se han habilitado en la memoria de los suyos. Aquí hago mías unas palabras de Alejandro González Poblete, secretario de la Vicaría de la Solidaridad de Chile : “Entendemos la reparación como una proceso individual y colectivo de crecimiento y de apropiación de una mejor calidad de vida, que implica la dignificación moral y social de la persona y del grupo familiar dañado por la represión. Sin perjuicio de la principal obligación del Estado de asumir la reparación de las víctimas, corresponde a la sociedad toda reconocer la necesidad de la reparación y contribuir a ella, que no se crea que las medidas indenizadoras del Estado son suficientes para cumplir con el objeto de reparación”.
Julián Zubieta Martínez