Los bienes no se reducen tan sólo a dinero, aunque las mandíbulas del mercado capitalista se esfuercen en intentarlo, a diario, sobradamente. El ser humano posee flaquezas demasiado patentes para no ofrecer muchísimos puntos débiles por donde se le pueda atacar. Estas debilidades horadan a la sociedad, como un minero que se sumerge en las vísceras de la tierra, hasta el punto que se muestran públicamente sin recato ninguno.

El sistema capitalista, siempre alerta de las posibilidades humanas, también se ha percatado del sabroso y suculento bocado que el menú de las carencias se ofrece a diario en los escaparates mediáticos, renovando su espíritu con la suficiente diligencia y maledicencia hasta vengarse de la codicia y las vanidades de esta sociedad opulenta, que para más inri le ha legitimado para ello.

El sistema capitalista, siempre alerta de las posibilidades humanas, también se ha percatado del sabroso y suculento bocado que el menú de las carencias se ofrece a diario en los escaparates mediáticos, renovando su espíritu con la suficiente diligencia y maledicencia hasta vengarse de la codicia y las vanidades de esta sociedad opulenta, que para más inri le ha legitimado para ello.

Las ansias de poder, el deseo de gobernar la vida de los demás, lograr que los demás se sometan a las lisonjas y las apariencias del oropel, han leído y percibido mejor que nadie la relación de las personas con está época. Al igual que Honoré de Balzac se percató de su tiempo para construir La comedia humana, para recoger, a través de una exaltada fantasía, un retrato de la sociedad y de la civilización que impregnaba los salones deseados por la obstinación ciega del egoísmo humano, hoy, en nuestro tiempo, podemos describir, de la misma manera que en esa obra maestra, la decadencia en virtud del predominio del narcisismo individual; calco real de todos los tiempos.

El mundo desarrollado, el primer mundo, el occidente del que tanto hemos alardeado e intentado imponer a los demás, vive bajo el manto y el mando del poder económico. Acaparar riquezas bajo la confianza en un material, el dinero, es la misión que más satisface al dios capitalista. Pero no lejos de él, aunque sea disfrazado de apariencia, la exhibición pública del tesoro es el único acto que consigue aplacar el narcisismo y la satisfacción que nos presta el ansia de poder, que en definitiva es lo en última instancia deseamos: el objeto del poder. Un objeto que comprende los vínculos de dominación que legaliza, regulariza o determina quien manda y quien obedece; quien castiga y quien es objeto de castigo; quien sufre la sanción en su persona o en sus bienes; quien obedece y es premiado o de quien por razón de su persona o de las circunstancias, queda al margen del sistema represivo. Hasta aquí, no debemos olvidar que todo poder, es igual que sea público o privado, en el fondo, es idéntico y universal. Lo único que desea y ambiciona es dominar, como hemos dicho mediante la concentración de riqueza, para ejercer el poder político, compartirlo o influir en él.

Pero el poder es dañino para quien lo alcanza. Las fuerzas utilizadas para alcanzarlo suelen ser devastadoras (a no ser que sean poderes hereditarios, que son dañinos para quienes los sufren). De ahí, que durar, permanecer y perpetuarse sean la esencia de su espíritu. Superar los avatares de la historia y seguir siempre en la peana sucediéndose así mismo, es la esclavitud a la que se someten los poderosos. El proceso definitorio para su perfeccionamiento y legitimación se ha ayudado de cuatro pilares esenciales: religión, civilización, democracia y fuerzas militares. Cuatro inventos del ser humano para reafirmar su absurda superioridad, satisfacer la vanidad y justificar el egoísmo y la codicia hasta aquí tratadas. Hasta ahora, el resultado es una larga lucha para conseguir la triste secuela de ser los unos superiores a los otros. A nivel internacional no importa quien aniquila a quien (Libia, Egipto, Italia, EEUU, España, Grecia), igual que a nivel local y familiar nos aplastamos según nos apetezca, los papeles cambian cuando el arma cambia de manos. Una lección que la historia se ha encargado de demostrarnos, y de la cual no retenemos nada: que siempre ha sido la violencia, en todas sus formas, el medio más usual y común de acceder al poder.

Cuando se producen esos convulsos tiempos en los que el poder puede mudar de amo, se crean tiempos de inseguridad, y cuando un sistema de poder se cuartea –como le está ocurriendo al capitalismo, como les ocurrió en su tiempo a otros imperios, como les ocurre a las familias de la mafia- las reacciones de quienes representan de un modo u otro ese poder tienden a sustituir la dignidad por la prepotencia. Y es igual que estemos en democracia, su igualdad (como norma de principio) se ve reemplazada por un ejercicio propio de la jerarquía de la violencia. La democracia que vivimos no es más que la tapadera de los vicios de la sociedad a la que pertenecemos. Vicios que no nos cuesta perdonar porque así atenuamos nuestras carencias de comportamiento paternalista y arrogante; una conducta que nos lleva a escucharnos a nosotros mismos jugando, a la vez, a denigrar un sistema que acatamos y legitimamos con nuestros votos, sedante de nuestra mala conciencia, que intentamos acallar mediante la ingenuidad o la indignación, conceptos que no son más que excusas baratas que intentan ocultar la culpabilidad de nuestros comportamientos.

No queremos darnos cuenta que cuando actuamos en esta democracia le prestamos al poder, el pretexto para utilizar esos cargos permitiéndoles trabar útiles relaciones, que junto con la codicia instintiva y el enraizado conocimiento de dónde se encuentra el dinero, durante el tiempo que sus marionetas se dedican a la política, hacen las diligencias para, a posteriori, conseguir puestos donde mejor se gana el dinero, por hallarse con la información privilegiada que abunda en la confluencia de beneficios e incentivos. Lugares de donde manan ventajosos hilos de oro que enlazan con los banqueros, auténticos demiurgos del capitalismo. Por eso almacenamos tanta ansia de poder, porque envidiamos eso.

Al igual que a Balzac le sucedió, acotar un campo de conocimiento, como operación inicial en el proceso de entendimiento de la realidad, supone indagar deficientemente sobre ésta, ya que para entenderla no se pueden dejar fuera de su consideración variables indispensables. Tal y como dice José Luís Sanpedro “los análisis estáticos no revelan nada en las ciencias sociales, porque en nuestro mundo no hay situaciones, sino procesos, y sólo tienen sentido las estructuras dinámicas”.

Más vale la verdad imprecisa que el simulacro expresado en rigurosos formalismos. Nos va quedando claro que el mercado es libre para quien tiene dinero, pero ni esa libertad es real, es inoculada por los gustos y las compras que nos sugieren comprar, como anteriormente hemos señalado.

¿Qué modelo se puede instaurar como sustituto del poder del mercado capitalista? ¿De qué manera el hombre puede ser menos codicioso? Un camino puede ser la comunión entre el poder necesario para la organización que conduce a la eficacia y la libertad indispensable para sentirse vivir. La libertad no es un bien que pueda gozar el hombre, sin los hombres. La libertad del ser humano es un producto social; cuando no la tienen todos no la tiene nadie. Está claro que la libertad es un producto colectivo, porque se da contra el telón de fondo de las reglas del juego. Es mucho más deseable, por ello claramente utópico, el fomento del único poder que no recae sobre los demás: el poder de cada cual sobre sí mismo, creando, mediante posicionamientos educativos autocríticos, la capacidad y la disciplina de la autolimitación. Y sé, y reconozco, que aspirar a una disciplina sin otros poderes que sobre uno mismo resulte anarquista, ¿pero, qué más cercano que el anarquismo a la independencia? Es utopía, pero permítanme soñar. Sin ilusiones somos eslabones en la cadena tiránica del consumo. Mientras tanto exijamos la socialización de los poderes dispersándolos y desmitificando a la injusta clase política que nos quiere representar.

Cualquiera debe saber que la vida, ambivalente y contradictoria, no conoce divisiones simplistas de buenos y malos, inteligentes y tontos. Pero, todos sabemos quien dispone del poder y quien lo ejerce. Igual es un momento convulso, a los anteriormente hemos hecho mención, por eso igual es el momento de un movimiento innovador y libertario que destruya al mismo tiempo los falsos ídolos y sus grandes valores: religiones y falsas democracias, su poder económico y militar. En definitiva sus ansias de poder.

Julián Zubieta Martínez