¿Quién ha visto alguna vez a los abuelos que no alaben el pasado y no censuren el presente, cargando sobre el mundo y sobre las costumbres de los hombres la propia miseria y aflicción ? Es una de las reglas de la naturaleza, un eslabón que, desgraciadamente, debido a la guerra civil, los nietos de los que perdieron no hemos experimentado con nuestros abuelos. Ellos fueron fusilados, encarcelados, olvidados, exiliados. Ahora son reclamados.

¿Quién ha visto alguna vez a los abuelos que no alaben el pasado y no censuren el presente, cargando sobre el mundo y sobre las costumbres de los hombres la propia miseria y aflicción ? Es una de las reglas de la naturaleza, un eslabón que, desgraciadamente, debido a la guerra civil, los nietos de los que perdieron no hemos experimentado con nuestros abuelos. Ellos fueron fusilados, encarcelados, olvidados, exiliados. Ahora son reclamados.

Ellas, nuestras abuelas, también soportaron las mismas atrocidades, ya se sabe que en el sufrimiento, en la culpa, en la tortura y en la muerte, las mujeres siempre han obtenido el privilegio de ser como los hombres, es la única igualdad real que tienen. Pero, no por ello se ha reclamado la misma memoria, la de los olvidados, para las olvidadas. Desde la perspectiva de género, la represión femenina fue un caso especial, puesto que fueron olvidadas doblemente. Primero fueron consideradas secundarias por ser mujeres y por ello fueron acalladas, y, por supuesto, y ante todo, porque fueron victimas.

La situación social de la mujer a principios del siglo XX en este país ofrecía un horizonte deprimente. Instaladas la segregación de género y profesional, la desigualdad política y la discriminación legal y laboral, la población femenina estaba sometida al autoritarismo masculino. Las restricciones en el ámbito cultural, económico y social se debían al discurso imperante de la domesticidad, que reforzaba la supremacía masculina, a la división sexual del trabajo y a la limitación de las actividades femeninas al acuartelamiento privado del hogar. Cuando la República despachó legalmente a la Monarquía de su trono divino, la mujer accedió a un escenario, político sobre todo, desde donde se promovió la modernización de unos usos maniatados y dominados por el más rancio e inquisitorial catolicismo, que consideraba a las mujeres seres inferiores.

Aunque el periodo republicano tuvo sus contradicciones, está claro que ofreció a las mujeres, por primera vez, tener la experiencia de ser dueñas de sus actos. La descentralización política contribuyó a la formación de un sueño, alcanzable, más igualitario y en continuo progreso. La Constitución aprobada en 1931 es la más avanzada de Europa en su tiempo –divorcio, aborto libre y gratuito (Catalunya), universalización de los derechos, voto femenino, se declara un estado laico y de libertad de culto, separación de la Iglesia del Estado, etcétera-. Dos cosas empiezan a desplomarse en el mundo por inofensivas : el privilegio de la clase que fundó el parasitismo, de donde nació el monstruo de la guerra, y el privilegio del sexo macho que convirtió a la mitad del género humano en seres autónomos y a la otra mitad en seres esclavos, creando un tipo de civilización unisexual, la civilización masculina, que es la de la fuerza y que ha producido el fracaso moral a través de los siglos. A los resultados me remito.

Esta puerta abierta, por fin, dinamitada por una explosión que había de sacar del submundo de la pobreza existencial a la mujer, de la vida sin la obligación de servir y obedecer, de las perpetuas reverencias de quien está obligado a pensar y comportarse con humildad por el miedo a la violencia, no gustó, tampoco, a los poderes fácticos de la tradición reaccionaria. La Iglesia católica, el ejército, las familias conservadoras y monárquicas, utilizan todos los medios que tienen a mano, sabotaje económico y el boicot institucional, con los que pretenden socavar el gobierno elegido por el pueblo. Al final, la guerra. No les importó matar para no perder lo que tenían, no consintieron aire para todos, aún a sabiendas de que perderían efectivos. La ideología estaba clara : completa desaparición de los rojos ; la segunda fase, unificación de la educación para restablecer la tradición en una sociedad corrompida por la libertad de todos. La comunión entre Iglesia y franquismo, además de la guerra aceptada, truncó el desarrollo de la mujer como persona, e impidió criar a las futuras generaciones en esa libertad, todavía precaria, pero en crecimiento.

La mujer sufrió una nueva colonización machista, tuvo que adaptarse al nuevo entorno, otra vez la sumisión a la fuerza bruta, moldear la capacidad para alcanzar metas, otro sistema de integración y la necesidad de mantener las pautas latentes. El aparato dictatorial franquista se forma institucionalmente sostenido, por la economía, el propio Estado, el sistema legal impuesto y la religión ; acompañantes secundarios son la familia, las escuelas y las instituciones culturales apropiadas. Amarguras y frustraciones que impuso la derrota para las hijas de la república que lo perdieron todo.

Como ya he mencionado, en el caso de las mujeres, la represión del régimen fascista no se limita al ámbito público, sino que se instaló en las casas, invadiendo mesas y dormitorio. Esposa y madre representaban los valores de la resignación, sumisión, entrega, sacrifico, aceptación y renuncia, que Pilar Primo de Rivera proclamaba desde la Sección Femenina.

La consanguinidad con alguien detenido o fusilado las culpabilizaba de auxilio a la rebelión. Esto ya sólo bastaba para encerrarlas, raparlas al cero y pasearlas por las calles de sus pueblos o directamente fusilarlas. La Historia no se ha olvidado de las que día a día se vieron obligadas a buscar algún medio de subsistencia en las ruinas de la posguerra, para ellas y para los que de ellas dependían, presos y parados, pero los historiadores e investigadores, a menudo sí. Juana Dueña, Lola Iturbide, Tomasa Cuevas, Carmen Domingo son nombres que recogen su memoria, al igual que el excelente trabajo que ha hecho Barricada con La tierra está sorda, que pone música al sufrimiento de muchas de ellas.

El franquismo había diezmado a la población masculina, la mujer, ahora sí, tenía que traer buenos españoles a este mundo. El regreso al hogar de la mujer es pregonado por la Sección Femenina y el Auxilio Social –con el visto bueno de Franco-, la política de feminización se apoya en el sistema económico en el que la familia será la unidad económica por excelencia (a quiénes recuerda esto). Las ganadoras, que las hubo, fueron protagonistas de ese pensamiento franquista, transmitiendo a las generaciones futuras (con ellas a las de la Transición, treinta balazos en el techo del Parlamento no pueden tapar el sufrimiento de los vencidos) una concepción del papel de la mujer cuyo referente era la Virgen María. Religión y terror al unísono.

Pío XII, el día que Franco logró la victoria le hizo llegar el siguiente telegrama de apoyo : “Elevando nuestra alma a Dios le damos las gracias sinceramente a vuestra excelencia, por la victoria de la España católica” o esta otra sentencia que desde la Sección Femenina nos ayuda a saber un poco más sobre su ideario : Las glorias más importantes de España van unidas siempre a las glorias de la Iglesia, y nuestra cultura y nuestra expansión siempre han tenido una orientación católica”…Rouco Varela en esencia pura.

Navarra no se escapó a la idea nacionalcatólica propuesta por el nuevo régimen dictatorial, incluso antes de la victoria, en 1938, Joaquín Azpiazu desde El Pensamiento Navarro sugería el comportamiento de la mujer en la sociedad : “…las mujeres que deseen conservar colocaciones beneficiosas…lo harán con una mano de obra más dócil y laboriosa, y siempre más barata. …Es preciso hacer que…la mujer casada, vuelva a su hogar. Porque no se puede, a nuestro juicio, sostener la teoría de que la mujer debe, indistintamente, ejercer todas las profesiones que el hombre ejerce. Lo principal es no olvidar nunca que la misión altísima y sublime que Dios ha dado a la mujer cristiana es ser el alma y corazón de un hogar. Que a esa norma suprema deben supeditarse las otras funciones que se permitan la actividad femenina. Y ante ella deben caer las que puedan estorbar o torcer aquella suprema misión”.

Los cuarenta años del franquismo socializaron la desigualdad de género, se eliminaron la coeducación, se derogó la ley del divorcio, se penalizó el aborto, se reformó el código general en 1944, las madres de la posguerra sufrieron la vuelta atrás a un modelo desigual referente a los crímenes pasionales, adulterio…que aumentaron considerablemente con la represión. En la actualidad, aunque se ha mejorado enormemente la desigualdad de género, aún quedan rémoras del pasado –en Navarra no se puede abortar en los centros sanitarios públicos-, igual que los datos de la violencia de género nos demuestran que hay ocho asesinatos al mes de mujeres –con la hipocresía en las resoluciones, como hemos visto recientemente en Pamplona-. Quizás sea una misoginia heredada desde las directrices más rancias del nacionalcatólicismo, la Sección Femenina, el Auxilio Social, ¿quién sabe ?

cMartínez