No debemos despreciar la aportación que el Cinematógrafo ha hecho, y hace, a la Historia. El cine puede emplearse con fines de investigación histórica recogiendo imágenes de ciertos hechos que permanecen enlatados en los estuches de la memoria inflamable.
Estas cintas, pasado el tiempo, pueden servir de ayuda a la hora de reconstruir una época determinada.
R. Kapuscinski nos relata la importancia de la memoria, recordándonos que sin ella no se puede vivir, y con ella nos situamos por encima del mundo animal. Pero el hombre, a su vez, lucha contra el tiempo, y la fragilidad de su memoria, contra su volátil naturaleza, contra su caprichosa y testaruda tendencia a borrarse y a desvanecerse. Por ello, el ser humano desde los comienzos de la historia ha intentado perpetuar su saber en diferentes soportes. Consciente como es, y lo fue, la humanidad sabe, y a medida que pasa el tiempo lo sabe mejor y lo vive cada vez más dolorosamente, que la memoria es endeble y volátil, y que si no anota sus conocimientos y experiencias de una manera estable acabará por desaparecer sin rastro de lo que lleva dentro.
El cine es diferente en cada sociedad y en cada momento histórico. Las condiciones estructurales de las distintas sociedades existentes le imprimen un carácter social, político, económico y retórico, que le son particulares e intransferibles. Podemos afirmar, por lo tanto, que cada momento histórico produce un determinado discurso historiográfico.
El maridaje entre el cine y la historia, su armonía, nos proporciona documentos vivos, datos que el historiador puede emplear con una garantía de presencia y de apariencia inmediata, dirigiéndose al cine como José Mª Caparros nos sugiere : “… uno de los aspectos inherentes e ineludibles de la expresión humana contemporánea”. El cine se ha convertido en testigo, historiador y cronista de nuestra civilización. La filmografía navarra nos ofrece una serie de cintas con imágenes que muestran el entusiasmo con que fue acogida la insurrección franquista.
Como bien se sabe, la insurrección militar que produjo el levantamiento el 18 julio de 1936 tuvo en Pamplona una sede conspiradora de lujo. La vinculación de prestigiosos militares con el carlismo era conocida y Navarra era el bastión del tradicionalismo español. Por lo tanto, Navarra se inclinó sin demora hacia los que acabaron dominando la situación. De inmediato se formaron las Brigadas Navarras, cuyas intervenciones (recordar que el saqueo, las incautaciones, las apropiaciones de los bienes de los rojos fue su bandera de asalto) se tradujeron en prebendas por parte de los sublevados hacia esta provincia.
Nada más tener conocimiento del golpe de estado, miles de voluntarios navarros llegados desde toda la geografía provincial, se reunieron en la Plaza de la República (hoy Plaza del Castillo) dispuestos a combatir junto con las tropas sublevadas. Los uniformes de los falangistas y las boinas de los carlistas, se acompañaban de los requetés, agrupándose para salir hacia el frente. El ojo de una cámara guardó con todo tipo de detalle la marcialidad de este episodio, preludio de la muerte.
Otro de los momentos históricos recogidos por las cámaras es el Entierro del General Mola, cuya realización recayó en Alfredo Fraile. La cinta tras diferentes episodios del suceso, nos muestra la llegada del féretro a Pamplona. Sus imágenes nos deleitan con la presencia del general Millán de Astray (muera la inteligencia) junto con el Cardenal Primado Isidro Gomá (justificó teológicamente la guerra civil y dio su aprobación a la designación de “cruzada” a la guerra civil) acompañados por una muchedumbre embargada por el luto, pero que mostraba una emoción contenida hacia los protagonistas.
El caudillo visitó la ciudad el 9 de noviembre de 1937 para homenajear personalmente a Navarra por los servicios prestados desde la sublevación contra la República (recordemos que el acoso a los vencidos llegó incluso al expolio general, desde arriba hasta los más humildes, a los que se despojó de todo. Muchas veces para enriquecimiento particular de los represores). La jornada nos muestra una misa oficiada por el obispo Marcelino Olaechea. A continuación, la comitiva se dirigió a una grada emplazada en la Avenida San Ignacio, desde donde Franco presidió un desfile de tropas al abrigo de una gran pancarta donde se leía “Navarra a los conquistadores del Norte”. La cinta fue recogida por la productora CIFESA bajo la dirección de Fernando Delgado, que firmó un reportaje de diez minutos de duración bajo el título de Homenaje a las Brigadas navarras. Nuevamente una parte del pueblo navarro da muestras de servidumbre y gratitud a los sanguinarios portadores de la muerte. Existen más ejemplos guardados en las filmotecas que a todos nos interesaría visitar, es nuestro pasado.
La expresión y las escenas que estas cintas guardan traen a la memoria el recuerdo de una terrible guerra, un hecho real, que gracias a la intervención del cine no tan fácilmente van a caer en el cajón del requerido olvido : “…los artilleros son los jardineros de la muerte que manejan el obús como una guadaña que corta vidas ; los que vivan a un tiro de piedra de los rojos les ofrecen las granadas y las bombas de mano como búcaros que se abren en ramilletes de metrallas” Este texto adorna las imágenes de algún documental, da igual cual, el contenido es el que cuenta.
No olvidemos que Navarra no fue frente de guerra y que sufrió más de tres mil fusilamientos ; la memoria tiene que recordar a estos energúmenos como lo que son. Si los franquistas no tuvieran dudas morales respecto a sus actos dentro y fuera del país ¿por qué se interesan tanto en que olvidemos, por qué siempre han querido borrar la evidencia ? La dictadura impone el silencio ; la democracia impide la memoria.
Julián Zubieta Martínez (historiador)
Fuente: Julián Zubieta