“Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. La camaleónica frase de Groucho Marx nos indica que, antes como ahora, era, y es, lo mismo decir de madrugada blanco y al atardecer cambiarlo por el negro. Creo que es una fortuna caminar en compañía del escepticismo, de la ironía, del divertimento y del saber que no existen verdades absolutas. Embriagados de dudas paseamos en armonía absoluta con la naturaleza agotando nuestro tiempo en vivir y dejando vivir. La otra cara de la moneda nos apremia, vehementemente, con los principios sólidos e inalterables de los dogmas, ahogándonos con sus gases fétidos.
Cuando las condiciones obligan a los seres humanos a vivir muy cerca unos de otros éstos deben cooperar de algún modo, estableciendo mecanismos de justicia o equidad para repartir los bienes y los servicios, intentando reducir la desigualdad y el conflicto en un grado máximo. Quizás el dogma impuesto por las elites del poder se haya olvidado de esta cooperación a lo largo de la historia. Los poderosos han tenido, y tienen, el potencial de manipular la valoración de las contribuciones para justificar las colosales recompensas que han recibido y reciben. Casi nunca (a veces necesitan colaboración) han supuesto que los demás, los que no pertenecen a su esfera, puedan desenvolverse en la vida adecuadamente, y, por supuesto, carecen de la inteligencia o sentido común necesario para saber que es lo que les conviene. Por ello tienen que ser constantemente supervisados por los que poseen estas cualidades por adscripción., que no por logro.
Pero en momentos estelares de la historia, las sociedades han puesto en duda la desigualdad. Se han preguntado por qué y bajo los pensamientos abstractos han buscado el significado del mundo (un mundo sin sentido es un mundo inseguro e incierto) Desde esta nueva perspectiva el poder se siente amenazado, su debilidad convoca a concilio a sus acólitos y al engranaje coactivo y coercitivo de su legalidad (policía, ejército, religión, etc.). Desde este momento comienzan a paralizar el incremento de dudas pecaminosas entre los súbditos. Una de las primeras fronteras que utilizan, junto con las anteriores, es la censura, la de antes y la de ahora.
La censura se impregna en la sociedad pedagógicamente. De ahí la importancia que se ha dado, y se da, por parte de los gobernantes de cada sistema sobre la legitimación de una educación acorde con la política reinante. A menudo se toman medidas para que el sistema educativo inculque adecuadamente los valores correctos del modelo político impuesto. Es igual que la educación sea pública, concertada o privada, lo que le importa verdaderamente al poder es una socialización que legitime a sus herederos (Bolonia es la globalización de esta legitimación) Desde las universidades se dirigen valiosas investigaciones y se formulan ideas para diseñar las políticas gubernamentales. La enseñanza que se proporciona es supuestamente imparcial y objetiva. Pero, ciertamente, hay definiciones muy diferentes de lo que es imparcial y objetivo : respaldar las políticas gubernamentales directamente dándoles publicidad ; dar forma a las visones generales del mundo que favorecen a la economía dominante ; ridiculizar las alternativas a la economía vigente, también pueden ser consideradas reglas educativas, antes como ahora. Este es uno, entre otros, de los modelos de censura que se nos propone desde el poder, en este caso desde la cultura.
Cultura con un significado de cultivado, pero : ¿qué cultiva en nosotros la cultura del poder ? La información sobre algunos escándalos políticos y económicos se presenta, ante nosotros, como hechos aislados de hombres avariciosos, en vez de fallos en el sistema. Esto es lo que se recoge del cultivo, una socialización que acepta estos valores junto a las instituciones que los amparan. Está claro que este sistema sufre cáncer, por lo tanto quiere buscar soluciones a su enfermedad. También está claro que no va a dejarse desbancar fácilmente, antes fagocitará a sus competidores, no hace ascos a nada todo le va bien, todo lo compra. En este proceso de quimioterapia regenerativa se ha encontrado con unos colaboradores fantásticos, la mediocridad de los políticos, que prefieren adular los conceptos más bajos de servilismo en vez de una racionalidad equitativa. Todo ello porque la demagogia es más fructífera a corto plazo. La educación impuesta se ha olvidado de mostrar las voces críticas que reboten en los cráneos, y en vez de alentar las interrogantes críticas y el desarrollo intelectual, ha consentido la imbecilidad pedagógica mezclándola con el adoctrinamiento de la identidad.
De todos es sabido (antes como ahora) que a los ignorantes se les encauza con menor esfuerzo que a las personas cultivadas con interrogantes. La masa siempre se inclina donde se halla el centro de gravedad en cada momento. Hoy por hoy se ha declarado la ineficacia del sistema impuesto, la ignorancia, en este caso, no es los no cultivados, si no de los que no asumen la realidad social que han impuesto desde sus irresponsabilidades y atropellos sin escrúpulos. Los más acomodados tienden a juzgar a los demás desde su realidad, desde la lógica según la cual la conducta humana produce recompensas y castigos, en sus propias interacciones cotidianas. Cuando miran más allá de su entorno rico, a los acomodados (antes como ahora) les resulta incluso difícil entender las realidades cotidianas y las opciones de redistribución.
Ante esto lo único que nos puede mantener vivos es la resistencia de toda la sociedad despreciada por estos poderes, sin diferencias de ningún tipo. Tenemos que comunicarnos, no hay que olvidar (antes como ahora) que el diálogo es la esencia de la vida, el debate tiene que estar abierto desde todos los medios a nuestro alcance. Internet ha sido esencial para que el sistema enferme.
La sobreabundancia que nos ha proporcionado el capitalismo sólo ha servido a pregonar la vanidad del poder y del dinero de unos cuantos. Pero, para poder legitimar este sistema, este valor debe tener, al menos, cierta base en la realidad social. Ahora como antes, la población no alberga esperanzas y expectativas, y si la realidad no apoya de alguna manera el valor a imponer, las consecuencias pueden llegar a ser revolucionarias.
Fuente: Julián Zubieta