Pocas veces los accidentes de trabajo son noticia de portada; esos privilegiados espacios están reservados para la macroeconomía y la alta política. La siniestralidad laboral ni siquiera es noticia cuando se hace el balance anual, que suele dejarnos unos 600 muertos en el tajo año tras año. En alguna rara ocasión sí que hay accidentes laborales que alcanzan una cierta notoriedad; bien porque se producen varias víctimas en el mismo suceso o por reunir circunstancias especialmente dramáticas. Hace unos días tuvimos uno de esos raros ejemplos: numerosos medios daban cuenta de un lamentable accidente en el que había fallecido un trabajador de 74 años en Constantí (Tarragona).

Tras la indignación que nos invade tras cada muerte en el tajo, lo primero que se nos ocurre preguntarnos son las razones para que un anciano de esa edad siga trabajando como conductor de un camión. Aunque hay que reconocer que para algunos supuestos expertos seguir trabajando hasta los 70 o 75 años es una opción a la que vamos abocados, según ellos por la creciente esperanza de vida y las menguantes reservas de la hucha de las pensiones. Lo curioso de esta teoría es que se quiere alargar la vida laboral de los mayores, mientras gran parte de la juventud pierde sus mejores años sin encontrar un empleo digno.

Qué lejos quedan aquellas coherentes reivindicaciones sindicales de la jornada semanal de 35 horas o de la jubilación a los 60 años como una fórmula para repartir la faena existente sin poner en peligro la rentabilidad de las empresas, dado que la productividad por puesto de trabajo se ha multiplicado en las últimas décadas gracias a las mejoras tecnológicas.

Lejos de mantener tan lógicas demandas el sindicalismo predominante no solo las ha olvidado sino que abraza las teorías del capitalismo, el otrora enemigo encarnizado de clase. Hace unos días el máximo responsable autonómico de uno de estos agentes sociales publicaba un curioso artículo en las páginas de Levante-EMV en el que dejaba patente ese idilio sindical mayoritario con el más puro neoliberalismo económico.

El mensaje resumido del citado texto vendría a proponer que se repare la injusticia cometida con aquellos trabajadores de pequeñas empresas que se han visto obligados a jubilarse anticipadamente y que han sufrido la reducción de su pensión hasta en un 40%, según los años que les faltasen para llegar a la edad legal del retiro. La brillante idea de este dirigente obrero -que se supone la patronal y el gobierno no verán nada mal- es que estos jubilados sigan castigados hasta haber compensado, gracias a lo perdido en su pensión, las cantidades percibidas desde que se prejubilaron antes de tiempo, y una vez llegados a los 72 años, pongamos por caso, empezar a cobrar el 100% de la pensión que les habría correspondido de haber completado su carrera laboral.

Lo sorprendente del atrevido artículo es que se reconoce que la edad legal de jubilación se retrasa progresivamente de los 65 a los 67 años, pero se omite que esa prolongación de la vida laboral -al igual que el incremento del periodo de cálculo de 15 a 25 años o la elevación de 35 a 38 años y medio del tiempo cotizado exigido para cobrar la pensión completa- fue pactada en 2011 por el gobierno de Rodríguez Zapatero con las cúpulas de UGT y CC.OO. En esa línea no parece desentonar la propuesta de mejorar la pensión a los jubilados que consigan sobrevivir hasta los 72 años.

Desde luego que las reivindicaciones de la Coordinadora de Pensionistas y del sindicalismo combativo (que aún lo hay, afortunadamente) son mucho más exigentes con patronal y gobierno: pensión mínima de 1.080 € mensuales, volver a la edad de jubilación de 65 años, subidas de las pensiones según el IPC real y otras medidas destinadas a incrementar las aportaciones de los empresarios a la caja común de la Seguridad Social, ya que desde hace años somos los pobres los que aumentamos nuestra cuota de participación en la recaudación del Estado mientras los ricos la disminuyen.


Fuente: Levante-EMV