El paro vuelve a subir por octavo mes consecutivo, los ERE´S se multiplican por la geografía del estado español, y mientras, los estados y gobiernos del primer mundo se afanan por salvar a sus grandes bancos y corporaciones financieras para mantener a flote el sistema que les permite seguir ostentando sus altas cotas de poder. La crisis que está viviendo “su invento capitalista”, se ceba mientras tanto con los obreros. Es la gente de a pie, de la calle, la que ya sufre y va a sufrir en el futuro próximo las consecuencias. Las condiciones laborales, que desde hace años vienen sufriendo una degradación progresiva, con la excusa de la crisis, se van a ver aun más mermadas. Los patronos van a presionar intentando reducir costes abaratando salarios y despidiendo trabajadores. La desesperación de aquellos que se encuentren en la calle les llevará a aceptar condiciones que en otros tiempos hubieran sido inaceptables. Otros muchos, a fin de conservar sus puestos de trabajo accederán a ver reducidos sus salarios, sus horas de trabajo y perderán muchas de las mejoras laborales que hubieran logrado en los últimos tiempos. Muchas de las reivindicaciones laborales conseguidas en muchos casos a base de sudor y sangre a lo largo de muchos años de lucha se pueden ver reducidas a la nada en un corto espacio de tiempo. Como ejemplo baste mencionar que ya andan por ahí algunos del partido popular pidiendo que se elimine la imposición del salario mínimo interprofesional, que ya de por si es lamentablemente bajo. Realmente deleznable.
La atomización de la clase obrera a través de un fenómeno extendido enormemente en los últimos años, “la subcontrata”, así como el recrudecimiento de los trabajos basuras han supuesto nuevos mecanismos de defensa del sistema frente a la fuerza que supone la unión de la clase obrera. La cosa se pone ahora más negra todavía, y el trabajador necesita a toda costa de su mísero sueldo para sobrevivir y siente además, que no tiene fuerza suficiente para enunciar de forma productiva y sensata sus reivindicaciones.
Los sindicatos permanecen pasivos ante el nuevo panorama que se está dibujando en la actualidad. Es más, cuando han hablado ha sido para decir cosas tan execrables como las declaraciones vertidas a finales de octubre por el señor Fidalgo, secretario general de CCOO, que en referencia a la reunión del G-20 en Washington ha comentado que “el capitalismo no se puede re-fundar porque ya está fundado”, y ha añadido para sorpresa de muchos que lo que hay que hacer es “fortalecer las instituciones del gobierno mundial de la economía», para dejar una perla final alucinante añadiendo que “si el término ’refundación del capitalismo’ se refiere «a un sistema alternativo, parece que el otro tampoco tuvo mucho éxito», aludiendo de forma implícita al marxismo. Que puede espera un trabajador de los sindicatos mayoritarios si uno de sus máximos dirigentes realiza este tipo de declaraciones, ya se lo digo yo, NADA.
Un sindicato debe hacer un trabajo diario, de calle. Pasarse por las empresas, por todas, atendiendo no solo a los trabajadores de las grandes empresas, sino también a los que estén empleados en pequeñas y medianas empresas, donde el trabajador se encuentra aun más desamparado si cabe. Debe recordarle a los trabadores que son y que derechos les ampara, hacer que noten el respaldo claro de las fuerzas institucionales y sindicales de la clase trabajadora, y conseguir que se sientan con fuerzas para no permitir ni un segundo más la explotación brutal y sangrante a la que se ven sometidos ante la grosera pasividad de sus gobiernos, que permiten al patrón todo tipo de atrocidades salariales y laborales, que ahora con la crisis van a verse acentuadas.
Pero hoy día, como demuestran las desafortunadas palabras de Fidalgo, esto parece que no es más que un imposible, ya que los sindicatos han dejado de estar al servicio del trabajador para convertirse en un elemento más de la lucha por el poder. Han dejado la mano del obrero para lamer incesantemente la de aquellos que los alimentan. La lucha ya no está en la calle, en la concienciación de los trabajadores o en la Huelga General. Ahora, su lucha, la de los sindicatos, ha quedado reducida a mediar para aplacar los enaltecidos ánimos de la clase obrera. Se han convertido como leí una vez en un acertado artículo en “Bomberos” que luchan por la paz social.
La crisis de identidad que está viviendo la clase proletaria es brutal, y se debe en gran parte a todo lo expuesto. Esta situación es permitida por los sindicatos, que se han plegado al poder político y siguen los dictámenes de los nuevos chamanes del sistema, los economistas. Los currantes ya no son obreros, proletarios o trabajadores, son simple y llanamente “Recursos humanos” de los que el empresario puede disponer a su antojo.
A pesar de la situación actual tanto los sindicatos como los partidos de izquierdas siguen en silencio. Los movimientos espontáneos nacidos al calor de los desmanes del salvaje capitalismo me hacen albergar más esperanza de cambio que las instituciones “oficiales” de la izquierda. Todo este panorama me lleva a pensar que la única posibilidad para que el cambio llegue alguna vez es la labor lenta de concienciación de la clase trabajadora que llevan a cabo agrupaciones anónimas de personas desde todos los medios posibles. Hay que confiar en ellos y en los colectivos que a nivel local trabajan con y por la gente, consiguiendo pequeñas conquistas, que son pequeñas pero son reales, y hacen ver a todos aquellos que participan de ellas que se puede, que otra forma de funcionar y de sentir las cosas es posible.
Fuente: JUAN ANTONIO GONZÁLEZ MOLINA
Ldo. En Historia Universidad de Sevilla