«El movimiento ecologista que defiende el decrecimiento, tiene que empezar a ponerle apellidos para que el objetivo resulte inteligible y razonable desde fuera del enfoque económico ordinario.»
Por José Manuel Naredo. Tomadas de Naredo, J.M. (2009) Luces en el laberinto, Madrid, La Catarata, pp. 214-217, respondiendo a una pregunta de Jorge Riechmann en la segunda parte del libro. Desde Ecopolítica, agradecemos a José Manuel su colaboración.
Jorge Riechmann. ¿Qué opinión te merecen las propuestas de decrecimiento que se han avanzado en los últimos años ?, sobre todo en Francia donde han dado origen a cierto movimiento social. Sabes que hay ahí toda una serie de gente, entre los cuáles quizás el más conocido es Latouche, pero con cierto tirón entre el movimiento ecologista también por aquí.
José Manuel Naredo. Sí claro, conozco esta corriente que empezó enarbolando en Francia la bandera de decrecimiento. Buena parte de su integrantes, y el propio Latouche, forman parte de la asociación “La ligne d’horizon” de “amigos de François Partant”, autor, entre otras cosas, de un libro titulado “El fin del desarrollo” publicado hace un cuarto de siglo y reeditado con el apoyo de esa asociación. Ellos me invitaron, incluso, a dar una charla en París, con motivo de los actos organizados el veinte aniversario de la muerte de Partant. También conozco la extensión de esa corriente de ideas en nuestro país.
Para responder a tu pregunta, creo que hay que diferenciar si se usa el término “decrecimiento” simplemente para llamar la atención, como título de un libro,… o de una revista, o si se toma en serio como concepto para articular sobre él una verdadera meta o alternativa al actual sistema económico. En el primer caso el empleo de la palabra podría ser acertado. Este es, por ejemplo, el caso de la revista que se publica en Francia con el título “La decroissance” : se trata de una revista de crítica radical del desarrollismo imperante, que hace bien en subrayar con tintes surrealistas los absurdos que la mitología del crecimiento conlleva y en utilizar ese título a modo de desafío o de provocación frente al pensamiento económico ordinario. Ese fue también el caso del libro que con ese título ─(Demain) La décroissance─ publicó hace treinta años, y reeditó hace más de diez, mi amigo Grinevald, en el que introducía y traducía al francés algunos textos clave de Georgescu-Roegen y del que conservo un ejemplar dedicado por el autor. Ese título respondía más a una ocurrencia publicitaria provocadora, orientada a pillar a contrapié la palabra y el mito del crecimiento económico, que a un intento serio de proponer el decrecimiento como meta o alternativa. Pues ni la introducción, ni los textos presentados en el libro, tejen en torno al decrecimiento ninguna propuesta o enfoque alternativo. La palabra a penas figura en el texto y, desde luego, brilla por su ausencia en el “programa bioeconómico mínimo” propuesto por Georgescu-Roegen. Por lo tanto, resulta engañoso presentar a ambos autores como pioneros del decrecimiento como propuesta.
En lo referente al segundo de los usos indicados, tengo que decir que me parece desacertada la elección del término decrecimiento para articular sobre él un enfoque económico alternativo al actualmente dominante. Pues para que un término con pretensiones políticas cumpla bien esa función, necesita tener a la vez un respaldo conceptual y un atractivo asegurados, de los que carece el término decrecimiento.
La noción ordinaria de crecimiento económico encuentra ese respaldo conceptual en el reduccionismo pecuniario de la idea usual de sistema económico y de los agregados que lo cuantifican en el sistema de cuentas nacionales. Ya vimos que la mitología del crecimiento se apoya en la metáfora de la producción, que oculta el lado oscuro e indeseado del proceso económico. Ya comentamos que lo que se entiende normalmente por crecimiento no es otra cosa que el crecimiento del producto o renta nacional. Y en este marco de referencia, el decrecimiento tiene también nombre propio : se llama recesión y conlleva la caída de esa renta o producto nacional y el empobrecimiento del país, con consecuencias sociales generalmente indeseadas. Por lo que, de entrada, el objetivo del decrecimiento no puede resultar atractivo para la mayoría de la población. Pero la idea general del decrecimiento tampoco encuentra solidez conceptual fuera del reduccionismo propio del enfoque económico ordinario. Pues desde los enfoques abiertos y multidimensionales de la economía ecológica, o desde lo que yo llamo el enfoque eco-integrador, no hay ninguna variable general de síntesis cuyo crecimiento, o decrecimiento, se pueda considerar inequívocamente deseable. Esto lo explicaba ya con claridad en la primera edición de mi libro La economía en evolución, de 1987. En el último capítulo, sobre los nuevos enfoques de lo económico, señalaba que los elementos que componen mi propuesta de enfoque ecointegrador, al no ser expresables en una única magnitud homogénea, no pueden dar lugar a ningún saldo o indicador global cuyo crecimiento (o decrecimiento) se estime inequívocamente deseable. Y por este mismo motivo el enfoque ecointegrador no debe asumir tampoco el objetivo del “crecimiento cero”, que entonces estaba de moda, como tampoco el del “decrecimiento” que ahora lo sustituye. Pues la reconversión propuesta del sistema económico entrañará, sin duda, la expansión de ciertas actividades y la regresión de otras, el uso acrecentado de ciertos materiales y energías y la regresión de otras. Por ejemplo, desde este enfoque tiene sentido proponer la reducción del consumo de energía fósil y contaminante, pero no el de la energía solar y sus derivados renovables, que se acaban disipando igual aunque no se usen.
De ahí que el movimiento ecologista que defiende el decrecimiento, tiene que empezar a ponerle apellidos para que el objetivo resulte inteligible y razonable desde fuera del enfoque económico ordinario. Se dice así defender el decrecimiento del consumo o la exigencia de energía fósil y contaminante, de determinados materiales,… o de la generación de residuos, sin erosionar la calidad de vida de la gente. Pero el objetivo de hacer que decrezcan las exigencias materiales del proceso económico, coincide grosso modo con el de la llamada “desmaterialización” de la vida económica. Y creo que estos objetivos quedarían mucho mejor expresados por eslogan “mejor con menos”, puesto que hace referencia a una ética de la contención voluntaria, no solo medida en términos físicos, sino también pecuniarios y de poder, a la vez que afirma el disfrute de la vida.
Considerando como subraya Georgescu-Roegen, que la Tierra es un sistema cerrado en materiales, lo que permite verla como un gran almacén de recursos naturales, el creciente uso y deterioro de estos recursos que genera la actual civilización industrial, no puede menos que apuntar a una merma en las disponibilidades y a un menor uso futuro de los mismos. Desde esta perspectiva el “decrecimiento” en el uso de determinados recursos será el horizonte obligado hacia el que apuntan de las tendencias en curso. Aprovechando esta evidencia, Serge Latouche propone prever y planificar este “decrecimiento” para evitar que se produzca de forma dramática y habla de la necesidad de aplicar una lógica económica diferente para conseguirlo, que es lo que yo vengo proponiendo desde hace tiempo. Llegados a este punto, creo que el principal objetivo a plantear es cambiar esa lógica y reconvertir el metabolismo económico de la sociedad. El problema estriba en que anteponer el objetivo del decrecimiento genera confusión cuando permanece en vigor la mitología del crecimiento y cuando los objetivos más generales de “cambio” y “reconversión” del sistema económico están todavía lejos de ser comprendidos y asumidos por la población. Por lo que creo que el movimiento ecologista tendría que hacer más hincapié en ellos y en la propuesta “mejor con menos”, que sustituye con ventaja a la del “decrecimiento”.
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