Ahora sé que el muro de la vergüenza no cayó en Berlín. Vergüenza le decían en mi pueblo antiguamente, cuando yo era joven y la movida vieja de nacimiento, a señalarse en la palabra de todos algo que anda mal en los actos de uno ; algo que, debiendo ser, falta, o que, no debiendo, es : una falta, precisamente.Y no era lo mismo tener vergüenza que pasarla, como que solía pasarse por no tenerla, y tenerla para no pasarla : todo dependía de habérselo dicho uno antes de puertas para adentro o esperar a que de fuera viniera otro a señalarlo. Por ejemplo, “avaricia” y “corrupción endémica” una diputada danesa.

Ahora sé que el muro de la vergüenza no cayó en Berlín. Vergüenza le decían en mi pueblo antiguamente, cuando yo era joven y la movida vieja de nacimiento, a señalarse en la palabra de todos algo que anda mal en los actos de uno ; algo que, debiendo ser, falta, o que, no debiendo, es : una falta, precisamente.Y no era lo mismo tener vergüenza que pasarla, como que solía pasarse por no tenerla, y tenerla para no pasarla : todo dependía de habérselo dicho uno antes de puertas para adentro o esperar a que de fuera viniera otro a señalarlo. Por ejemplo, “avaricia” y “corrupción endémica” una diputada danesa.

Y en las soleadas brumas de ELSINORSA, sociedad inmobiliaria con los que probablemente sean los mejores horrores de Europa, van y se cabrean al unísono con Fortimbrás : desde la “inadmisible ingerencia” en el mare nostrum y sólo nostrum, hasta la “exageración infundada” con el alquitrán y los datos en la mano, aunque sin erizos ni clóchinas, pasando por el coro de enanos de jardín que entonan “a la sombra de un adosado de encaje y seda son ideales los vendavales”. Y el vendaval ha llegado, y con honrosas excepciones ¿desde cuándo no se oía en España a cantamañanas expertos en inflaciones usar palabras como avaricia, vergüenza o confianza, al hablar del trabajo que nos ocupa día tras día, de lo que hacemos con el mundo, y así, de nosotros mismos ? ¿Desde el célebre Don Dinero de Quevedo ? Eso sería exagerar. Pero no, en cambio, decir que desde la ascensión de San Pedro Almadebar a las vitrinas de puticlub, desde la cultura de los pelotazos millonarios o de Larios, desde las evaluaciones al peso impreso del profesorado universitario, y desde que los economistas iberos también quisieron ir a congresos y decir zenkiu como los mayores.

Y de un vocabulario sin un solo término humano, sin vergüenza ni confianza, sin belleza ni justicia, ¿esperan poder sacar alguna alternativa humana a esa economía mitólogica poblada de curvas que vaticinan, histogramas que aconsejan y porcentajes que deciden ? Prodigio sería, sacar sujetos como resultados metiendo objetos como causas : que en esta vida, como en todo agujero, sólo se saca lo que se mete, y encima, arrugadito y desmedrado, y eso, si otro nos da lugar y nos deja el hueco. Como lo que se saca de esas palabras, en que malamente alcanzamos a mantener arrechas nuestras vergüenzas en desmedradas sombras de lo que nos falta, ésas que tanto tiempo han proscrito en sus cálculos tildándolas de especulaciones vanas, y no sustanciosas como las suyas, siendo vanos soñados y entreabiertos umbrales en que querernos otros. O de la puerta de casa, por una cara marcada en el plano de todos, donde se es por lo que se tiene, por la otra asomada a la de uno, la que se tiene por lo que se es. O de la vergüenza que era, entre los actos de uno y la palabra de todos, entre un presente singular y lo intercambiable en el tiempo, una divisoria, límite más que terreno, y sangrante o no, con lamentaciones o sin ellas, filo antes que muro : un corte. Y siempre uno, como mi vergüenza o mi belleza o la puerta de mi casa, ése corte que ningún otro puede pasar por uno, pues uno lo pasa cada vez para ser otro : entre otros, uno. O no pasa, que ese corte entre dos caras, singular sinlugar de la vergüenza, no da paso de lo uno a lo otro o de los otros a uno, tan sólo da, como todo vano, lugar a darlo.

Pero en esta vida de alquiler que han montado, en este coño de la Bernarda Inalbis que llaman La Economía, que ni come los sueños ni los deja comer porque según ella están verdes como una diputada danesa, nadie se mete en nada sino por lo que saque, ya se han encargado sus proxenetas de pregonarlo hasta la sociedad : hasta hacer de sociedad, de ese darnos lugar común unos a otros tras el umbral de nuestras vergüenzas o delante, según se mire, este portal de casa de citas y de cambios frenética e inmutable. Hasta hacer de un límite un territorio, acotado y suyo, y de dar el paso a lo otro que no se tiene, un paso que se tiene, y del valor que no se tiene para traspasarlo, ese valor de los economistas que sólo se tiene por traspasarlo, venderlo o alquilarlo cuanto antes. Pues como todo cuanto se alcanza a esa ciencia de alcahueta tan madura es que toda uva es verde, y todo agujero, vano, y todo hueco un derroche de donde sólo se saca ruina, no les queda sino encorsetar nuestros carecernos y nuestras vergüenzas, que siempre son unas, ésas, en el de una cualquiera, con algún nombre artístico como La Demanda, para sacarle ellos algún provecho desencorsetándolo para la clientela ; eso sí, tasado y organizado como especialidad científica de la casa, tras muros debidamente señalizados de un área de investigación u otro local de citas a pie de página.

Conque ahora, de repente, ¿en qué lenguaje van a saber oir, en qué hueco que no hayan llenado de baba retórica van a concebir que un presente sea un regalo, no deuda ni anticipo de pasado trabajo o valor futuro, o viceversa según se mire ?, ¿cómo van a entender que un umbral no es paso sino pasando, o que aquello que no tiene lugar entre los precios se llama aprecio ? ¿Cómo, ese sinlugar singular de la vergüenza y la enmienda, si le siguen llamando tan sólo por la cara que da al mercado “necesidad” y “cambio” ? ¿Cómo, que “la génesis del valor de cambio” no esté en cambiar de valores como de casas, sino en el valor de cambiar en casa a la vista de otros y con la vista en ellos ? ¿Cómo van a entender dónde nace el valor, no siendo lugar sino ausencia, cuando no saben dejar hueco que no rotulen y amurallen para cobrar entrada ? Y cómo, cómo y en qué palabras van a saber decir de repente que, si valor de uso hay, está en usar del valor para dárselo a lo que no es, pero debería, dándole lugar en el espacio, silencio en la palabra y la vez en el tiempo, en vez de parapetarse tras muros de saliva multicolor, o delante, que lo encierren para evitar decidir y proponerse uno, de una voz, otro, sino encontrárselo hecho y proposición de una cualquiera. Conque habiendo metido en su rimbombante lenguaje sólo maltrato e ignorancia de tanta falta que nos hacemos y les mantiene, de tanta vergüenza que tenemos sin pasar pero nos pasan administrada en casas públicas de privación, o viceversa, por mucho que ahora quieran meterse en su jerga alcahueta a hablar de moral mal le van a sacar alguna, que hay cosas que no se levantan de oficio y cuando uno quiere. Por ejemplo, las vergüenzas, de no ser para quien nació onanista y nacionanista morirá si no espabila : como estos proxenetas de nuestros carecernos metidos a matriotas redentores de La Economía por una repentina vergüenza, canónica y global, demasiado parecida en lo vertiginoso de su erección a los muros de un discreto chaletito prefabricado.

Como mal van a poder entender aquí en ELSINORSA sus palanganeros, armados con tal latín, porqué lo que han amasado todos estos años no lo amasaban de hormigón sino de saliva, ni salía de la nada, sino de espacios sin muros como voces sin dueño, ni el paisaje que asolaban con solares anunciados era sólo el de la península sino el de una lengua, el solar del pasado, y el del futuro, y el de la ausencia, el de las faltas que nos hicieron y nos harán, ese umbral que es único solar de nuestra vergüenza : ése que tenemos por pasado, ésa que no tenemos para traspasarlo. El de la palabra oyente, la palabra vega, regazo y seno, la palabra umbral que a nuestro pasar se ofrece, ante la que toda su erótica ejecutoria se queda en medrosa retórica masturbatoria, todo su valor en vallarlo y cobrar entrada, toda su vergüenza en muros. Una vez más, los apóstoles del realismo útil y el hueco bien aprovechado nos han llevado a la ruina en la tierra prometiendo palacios en el aire, pero adosados, y villas en Castilla pero bien comunicadas, una sucesión sin huecos ni cortes de huecos donde cortar con todo sin cortar con nada, entrecortada como un jadeo profesional en lonchas entrevalladas de viernes a domingo desde las costas hasta la corte. Un negocio de vacaciones vacantes y vacíos, una empresa vana, en una palabra, gratuita, de que sólo hemos sacado cada uno su ruina, eso sí, con vallas y sin costas para nosotros.

Aquí, tras los muros de la patría mía, en un civilizado país ya sin huecos no urbanizados con las bellotas al aire, indios no bautizados con las vergüenzas al viento, ni saberes no titulados con las dudas en los labios ; aquí, donde ya no se fuerza al peruano al bautismo, se le ofrece la posibilidad de sacarse el NIE, ni a la mujer a entrar al harén o al convento, se le ofrecen las llaves en arrobo de campanitas extractoras de plusvalía e inciensos de mi hogar, al precio de desvivirse para poder no vivirlo ; aquí, donde ya no se fuerza a la palabra con los métodos de la inquisición, se la invita a ceñirse a los métodos de la investigación, ni se la encierra en catecismos rimbombantes por órdenes reales, se le ofrecen irreales órdenes del día y de la noche, del horario y del territorio del saber decir qué a quién, y cuándo y cómo ; aquí en este reino de la pregunta para usted que no tengo, se la paso, y de la respuesta para mí que no tengo, me la pasan ; aquí en esta casi isla que no llega a continente, solar patrio del fuera de lugar y del quién sabe dónde, del que fué caballero andante cuando no debía y de las Indias que no lo fueron, cuando debían ; donde nunca se dio a nada más valor que al valor de dar el paso y la palabra a lo que, no siendo, debiera, ni se tuvo nada en mayor aprecio que ese singular sinlugar de la vergüenza y la enmienda, como no fuera a cercarlo rotulado en encomiendas para poder traspasarlo a mayor precio ; aquí, en esta casi sombra a media luz de lo que fue, en esta península histérica donde hoy todo vale por lo que no es pero en lo que podría cambiarse, mi casa por la del vecino morisco que no tengo y mi mujer por la de la televisión que he tenido, o viceversa, sólo una cosa es hoy como ayer más inmutable que el ancho silencio y la muda meseta que dan lugar callado al estrépito de esa mudanza y trueque universal : la avaricia de encontrar el valor de hacer y decir dicho y hecho en catecismos rimbombantes, el paso y la palabra a dar, dado y trucado con guardajurado inquisidor ante una rejilla de videoconfesionario, la endémica corrupción de la honra en blasón y de la vergüenza en patrimonio inmobiliario, la avidez por cambiar de continente sin cambiar de contenido y de casa sin cambiar de casa de cambios, católica y global, la codicia por conjurar el Verbo en un sustantivo, todo tránsito posible en transición perpetua, y el Movimiento en Estado tras un muro de rótulos sonoros, a ser posible en la lengua del imperio. Aquí, donde el sol nunca se pone, se derriba, porque tampoco se alza sin permiso de obra, aquí no se quiere pasar el trance de la vergüenza para tenerla, por pasado, sino tenerla, bien cercada y registrada ante notario, para pasarla, tramitada o evangelizada a todo color, cómodos accesos al paraíso en la tierra, siempre ajena, para vivir uno en la gloria propia, en alguna otra parte, que no hubo. Y seguir haciendo oídos de mercader a quienquiera venga a avergonzar a semejantes mercaderes de oídos por que ni siquiera su oficio de alcahueta hayan entendido, de tratantes en vergüenza ajena donde esconder la propia, que no hubieron. No, ahora sé que el muro de la vergüenza no cayó en Berlín, sólo se jubiló y se mudó en pedazos a las costas mediterráneas, donde la única vergüenza de que entienden sus administradores no es la que en silencio se tiene sin vallas ni pregones : sino la que voceada y en parcelas se traspasa.

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Fuente: José Luis Arántegui