El ayuntamiento barcelonés parece haber consumado el prodigio de ayuntar los contrarios. Mostrando a escote su famoso seny, pero con mesura, sus miembros se han alzado, lo justo, para proclamar el viejo canon de la sofística : el concejal (y su vara) es la medida de todas las cosas, de las que no se ven, en cuanto se enseñan, y de las que se enseñan, en cuanto no se ven.
De modo que en adelante no se puede ir por las Ramblas enseñándolo todo como Sócrates, con las partes del concebir al aire, ni escondiendo lo del todo como Alfarabi en alguna parte, tras un velo impenetrable del que se sabe, no obstante, que algo oculta y que es divino. Y así en el insondable seno de la recaudatio municipal coinciden, sub specie in fractione, desnudo integral y velo integral.
Nada de todos, ésa parece ser la divisa contra lo indivisable que marca la divisoria del sentido comunicipal, a recobrar. En este integrismo antintegralista se trata necesariamente de las partes, y de sus tamaños, asunto de género relativo por definición, como todos/no todas sabemos, y definible sólo en una relación : que es de lo que se trata, claro, como todas/no todos sabemos : comparando, que es gerundio. Pues se trata de las magnitudes de las partes, sí, pero de las diferenciales (culturalmente hablando) ; es decir, de proporciones en movimiento armónico y continuo (entre visto y no visto, digamos, entre piel y velo por las calles).
Por eso resulta raro que tamaño celo comparativo, superlativo y sin parangón, prohiba cuanto suene a integral, aplicándose a proporciones diminutivas hasta lo infinitesimal. Comercialmente hablando, en efecto, sus medidas sobre medidas apenas afectarán al balance, pues los recortes en velos integrales para desintegrarlos se compensarán en mangas que crecerán como camisetas de integrarse, por doquier y exponencialmente. En cuanto a la industria local, la textil, boletines y edictos producirán tanto texto que compensará con creces la mengua del ganchillo de miradas por las calles. Y aún se saldrá ganando que el paro bajará, pues tendrá que haber toda una trama inspectora de catalanas en invierno, catalinos en verano, dedicados a descubrir a quien se descubra y velar por que no se vele palmo más ni palmo menos de la justa medida, la que proporciona un buen ayuntamiento a las miradas –dos.
Se diría que se trata de proporciones, pero ante todo, de que no sean proporcionales entre sí, sino proporcionadas por otro, algún día, en el límite de las calendas grecomusulmanas ; de meterse entre las partes proporcionandas a comparar y palpar y sopesar, y no salir, la varita o el varón municipal en busca de término medio, entre aumentativo y diminutivo, para dar con él donde está la virtud, justo en el medio : allá donde miradas/dos encarriladas por renglones converjan como raíles paralelos/lelas, no integrados pero en vías. Se diría que esta matemática del ajuntamiento excluye la integración, en cuanto se trata del movimiento de curvas extrañas al universo local que, por lo visto y no visto, no se contempla según sus reglas de rectitud. Como si en la suma interminable de voluntades que es la democracia contable se tratara de no ir prohibiendo todo, sólo los totales, que acabarían con la operación : la de integración precisamente, que tantos y tan buenos dividendos da con no acabar de darlos. Con vivir de un convivir desintegrado pero integrando, que es gerundio gerente de Cultura y de Campazas ; o viceversa, pero en todo caso sin integridad ni entereza, que señalarían un fin a tanto sumando quebrado y tanto sumar quebrantos. Y harían superfluo el medio, justo el medio en que se extiende y perpetúa y consiste esa consistorial varita/varón de dividir, para integrar algún día, diferencias como miradas no diferenciales, sino diferenciadas a la deriva : concepto éste que a ojos vistas, sin velos ni retóricas, excluye por necesidad rumbo y puerto.
Jose Luis Arántegui Tamayo – www.onada.info