Agitadores vecinales con hambre de protagonismo que celebran sus asambleas en la bodega del barrio, alrededor de unas cuantas cajas de botellines. Se llaman anarquistas.
Terapeutas enfermos, mucho más neurotizados que los pacientes que nunca tuvieron, deseosos de medrar, de hacer valer una ciencia que no poseen y de que algún grupo reconozca la intelectualidad de que carecen. Se llaman anarquistas.
Inocentes avecillas que se
dejan encantar por la palabrería floral, aunque hueca, de agitadores y
terapeutas que se presentan cercanos y amigables, como los gurús a la
caza de adeptos. Se llaman anarquistas.
Profetas de un pacifismo
entreguista que, con gesto de seminarista y hablar pausado, siempre
posponen los temas ineludibles, más que importantes, hasta que las
mayorías les sean propicias.
Inocentes avecillas que se
dejan encantar por la palabrería floral, aunque hueca, de agitadores y
terapeutas que se presentan cercanos y amigables, como los gurús a la
caza de adeptos. Se llaman anarquistas.
Profetas de un pacifismo
entreguista que, con gesto de seminarista y hablar pausado, siempre
posponen los temas ineludibles, más que importantes, hasta que las
mayorías les sean propicias.
Jefecillos intermedios
que, con su don de palabra, que no de conceptos, pretenden convencer –y
tantas veces lo hacen- a la audiencia de que, desde su posición de
privilegio, son imprescindibles para la causa de los trabajadores. Lo
único que hacen, en realidad, es afianzar su poder con la ayuda de los
pobrecillos que les escuchan. Se llaman anarquistas.
Corporativistas volcados
en sus propios intereses sectoriales que manipulan asambleas para que
esos intereses sean asumidos como colectivos. Se llaman anarquistas.
Siempre he apoyado al
Movimiento 15-M, tal y como he dejado reflejado en estas páginas en
otras ocasiones. Y lo sigo haciendo. Pero, a medida que avanza la
protesta, en el tiempo, que no en los resultados, he visto como se van
acercando a él individuos de todas las raleas que intentan montar su
chiringuito, personajillos variopintos, pescadores de río revuelto que
usan muchas palabras que les vienen grandes, entre ellas anarquismo y revolución .
Por
fuerza, un anarquista tiene que mirar con simpatía al Movimiento 15-M
por su carácter asambleario y autónomo y, por supuesto, puede participar
en él en la medida que crea oportuno. Pero un anarquista nunca pensará
que la condición de tal se debe a su participación en dicho movimiento,
ni puede, tampoco, intentar arrebatarle a otro compañero la filiación de
anarquista por mostrarse crítico con él. En ningún momento el
Movimiento 15-M plantea ninguna alternativa a los poderes del Capital y
el Estado y, por tanto, no puede calificarse como anarquista, tal y como
algunos muy poco formados políticamente aunque presuman de lo
contrario, pretenden.
Aplicar a esta revuelta el término de revolución tampoco
es acertado. Su lista de peticiones es absolutamente reformista. No
pretenden abolir el sistema burgués de representación, sino,
simplemente, una reforma electoral; no pretenden la eliminación del
capitalismo, sino, sólo un mayor control sobre los mercados. Esto, por
nombrar nada más que dos de sus reivindicaciones, pero todas las demás
siguen una línea de reformas que, aunque constituirían un avance social,
no tienen nada que ver con una transformación revolucionaria.
Al igual que Mayo del 68 y
el Movimiento hippy terminaron convirtiendo en productos de consumo la
música contestataria y los pantalones vaqueros descoloridos y rotos, no
me extrañaría nada que este movimiento acabara con El Corte Inglés
exhibiendo en sus escaparates colgantes con anagramas anarquistas,
chapitas con el lema spanishrevolution y tiendas de campaña con la marca 15-M.
José Javier González De La Paz
En http://es.globedia.com/cuando-el-anarquismo-es-solo-una-pose
Sobre el autor: http://anarkirias.bubok.es/