La actual crisis financiera internacional ha llevado a acontecimientos extraordinarios, paradójicos y extravagantes como la nacionalización de importantes bancos en el mismo centro del sistema capitalista.

La actual crisis financiera internacional ha llevado a acontecimientos extraordinarios, paradójicos y extravagantes como la nacionalización de importantes bancos en el mismo centro del sistema capitalista.

El Estado ha irrumpido con fuerza en el mercado acudiendo a las súplicas de los mismos que hace bien poco lo condenaban al ostracismo más absoluto. La “mano invisible” que regulaba el mercado con la máxima eficiencia ha tenido que agarrar fuerte a la mano tendida -y bien visible- del Estado para salir de las profundidades del descalabro bursátil.

Muchas son las voces que proclaman el fin de la ideología neoliberal. Con la boca pequeña los propios neoliberales y con alaridos eufóricos desde la izquierda crítica.

La ideología neoliberal no es propiamente una ideología. No se basa en una teoría razonada ni en unos sentimientos y valores confesables. El neoliberalismo sólo cumple la función que el propio Marx otorgaba a esa palabra, antes de refundar el término para definir, con otro sentido, al propio marxismo. El neoliberalismo es la justificación teórica de los intereses de la clase dominante. Y los intereses perduran aunque haya que cambiar la justificación.

De todos es sabido que mientras pregonaban el libre mercado las potencias capitalistas aplicaban aranceles a sectores estratégicos como el acero o subsidiaban su agricultura. Igualmente, mientras pregonan la democracia se alían a monarquías absolutas y dictaduras criminales que satisfacen sus intereses, acechando a los gobiernos democráticos que no se pliegan a los mismos.

Estos casos muestran el error de considerar al neoliberalismo como una verdadera ideología. Mientras que a menudo los grandes revolucionarios de la historia han sido personas acomodadas que, renunciando a ello, han hecho suya la causa de los más desamparados, en el neoliberalismo el ideal es inseparable del interés, y cuando ideal e interés son indisolubles es que no existe ideal alguno.

Las nacionalizaciones de bancos privados por parte del estado obviamente contradicen la letra, pero no el espíritu, del neoliberalismo. La letra -cacareada hasta la saciedad- afirma que el mercado es el culmen de la eficiencia y cualquier intervención del Estado, ineficiente por naturaleza, es condenada. Pero esa letra, y esa música, no hace más que envolver la verdadera idiosincrasia de un sistema que mantiene su verdadero espíritu o, mejor dicho, interés : el beneficio de los poderosos.

Cuando los neoliberales hablan de eficiencia no se refieren al aumento del nivel de vida de la mayoría, a la garantía de la salud y la educación o a la preservación del medio ambiente. Hablan de la eficiencia del sistema para satisfacer los intereses de los grupos poderosos. Si en algo se han equivocado, si algo tienen que rectificar, es que no siempre el mercado es la mejor forma de satisfacer esos intereses y la crisis ha mostrado que estos también pueden ser bien defendidos por la intervención del Estado, siempre que este sea lo suficientemente servil, algo que ha demostrado con creces. La dinámica es sencilla : socializar las pérdidas y privatizar los beneficios.

La euforia de los enterradores del neoliberalismo es compresible. Aún sin caer en la tentación del “cuanto peor mejor”, para los críticos del neoliberalismo es tan divertido ver como estos mendigan la ayuda del Estado que denigraban como denigrante es para estos ser acusados de socialistas y tragarse sus palabras, aunque su digestión sea mucho más agradable con un buen sorbo de millones del erario público.

La victoria es moral. La pseudo-ciencia del libre mercado ha quedado desbaratada. El más insignificante antineoliberal puede poner colorado a los más ilustres especialistas económicos para que su cara haga juego con el color de las cotizaciones en bolsa. Pero esta comprensible alegría de la victoria moral no puede esconder la derrota de fondo.

Las serviles elites políticas han dejado claro que los bancos han sido nacionalizados de manera “puntual y transitoria”. La nacionalización de la banca puede ser un bonito canto para los que apostamos por socializar sus enormes beneficios pero un ruido ensordecedor cuando lo que se pretende es socializar las perdidas. La nacionalización es “puntual”, por lo extraordinario de que la banca tenga perdidas y “transitoria”, porque en cuanto vuelvan los beneficios volverá la privatización.

El discurso neoliberal ha mostrado su verdadera función, la de mero discurso legitimador y ha evidenciado la necesidad de buscar nuevos argumentos, nuevas ideas y nuevas soflamas para, desde los mismos medios, justificar el mismo objetivo.

Que la palabra crisis se mencione por la caída del sistema financiero, cuando la mayoría de la población del planeta vive en la más absoluta miseria, ilustra hasta que punto el discurso dominante se mantiene mayoritariamente intacto. Sólo hacen falta algunos retoques en la fachada. ¿Un negro en la Casa Blanca ? Cualquier arreglo es bienvenido siempre que los pilares mantengan firme la estructura.


Fuente: José García