En el primer trimestre de 2011 dos acontecimientos sacudieron al planeta: la rebelión árabe y el Tsunami sobre Japón que derivó en crisis nuclear. En principio se trataría de dos fenómenos inesperados, sobre todo el segundo, sin embargo es posible inscribirlos en el proceso de crisis (decadencia) de larga duración delsistema global y en consecuencia presentarlos como previsibles, como acontecimientos altamente probables si nos trasladamos algunos años hacia atrás a la época del auge neoliberal y más aún al período reciente de la orgía financiera-militar simbolizada por George W. Bush y sus halcones.

El mundo burgués anterior a los
estallidos económicos de 2007-2008 se encaminaba eufórico y
triunfalista hacia un variado abanico de crisis (energéticas,
financieras, sociales, ambientales, políticas, etc.) cuya
convergencia señalaba la proximidad de un decisivo punto de
inflexión, de tránsito rápido hacia una era turbulenta.


El mundo burgués anterior a los
estallidos económicos de 2007-2008 se encaminaba eufórico y
triunfalista hacia un variado abanico de crisis (energéticas,
financieras, sociales, ambientales, políticas, etc.) cuya
convergencia señalaba la proximidad de un decisivo punto de
inflexión, de tránsito rápido hacia una era turbulenta.

El
despertar árabe

La
rebelión árabe ha causado una grave perturbación geopolítica
desde un espacio hasta hace poco integralmente dominado por Occidente
a través de una pragmática combinación de regímenes consolidada
sobre las ruinas de la Guerra Fría (desde las petromonarquías del
Golfo pérsico hasta los despotismos «republicanos» del
norte de África pasando por la ocupación de Irak).

Los
Estados Unidos y sus aliados occidentales intentan ahora recomponer
su esquema regional de dominación por medio de un juego complejo que
incluye en ciertos casos la represión abierta a las protestas
populares o bien la gatopardización de las rebeliones (“transiciones
negociadas”), cambios superficiales dejando intactas las
estructuras existentes, y en otros forzando, incluso por la vía
militar, alternativas controladas.

Este
fenómeno se agrega, deteriorando severamente, a la ya difícil
situación de los Estados Unidos en el área islámica-asiática
con el fracaso de las guerras en Irak y Afganistán-Pakistan y la
permanencia de Irán como potencia islámica regional (no árabe)
hostil a Occidente, no está de más recordar que en ese espacio
asiático vive el grueso de los musulmanes cuya masa total representa
un cuarto de la población mundial.

Más
allá de las maniobras tácticas en curso, de los éxitos o las
derrotas parciales lo ocurrido marca por lo menos un aflojamiento de
los lazos de dominación imperialista en la región reforzando así
la tendencia hacia la despolarización global, es decir la
declinación del sistema imperial planetario estructurado en torno de
los Estados Unidos.

La
rebelión árabe aparece como una avalancha democrática que desborda
las estructuras de sometimiento que hasta hace muy poco eran
consideradas estables por los expertos occidentales. Mubarak en
Egipto (30 años en el poder) heredero-degenerado de la revolución
nasserista de la que formó parte en su juventud aparecía como un
déspota inamovible apoyado en un gigantesco aparato represivo al
igual que Ben Alí en Tunez (23 años en el poder), Abdullah Saleh en
Yemen (32 años en el poder), Al Assad padre e hijo en Siria (40 años
en el poder) o Khadafi en Libia (42 años en el poder). Todos ellos
se vieron enfrentados a la marea popular, en casos como los de Egipto
o Túnez Occidente pudo manipular el establecimiento de gobiernos de
transición (basados en el alejamiento de los antiguos
déspotas-amigos) que les daba tiempo para intentar recomponer los
mecanismos de control, en el caso de Libia eso no fue posible y
entonces intervino militarmente tratando así de forzar un nuevo
sistema de poder sometido a sus intereses.

Pero
la rebelión árabe no se reduce a ese espacio étnico-geográfico ni
al objetivo de democratización política, su carácter
transnacional
amenaza extenderse hacia el conjunto de
África, hacia zonas islámicas no árabes de Asía Central y alienta
rebeldías en China (futura candidata a un
“inesperado”
aluvión de protestas populares). Y por
debajo de las banderas democráticas emerge de manera bastante
visible el rechazo a la concentración
de
ingresos, a la marginación de las clases bajas, al agravamiento de
la pobreza en sectores cada vez más extendidos de la sociedad
consecuencias evidentes de la globalización.

En
el contexto de profundización de la crisis mundial las exigencias
combinadas de democracia y justicia social conforman una seria
amenaza para esos capitalismos subdesarrollados. El fantasma del
anticapitalismo, por ahora invisible puede llegar a irrumpir en algún
momento futuro de manera tan multitudinaria y sorpresiva como lo ha hecho
ahora la ola democrática, derivado naturalmente de esta última y
apareciendo como ruptura interna (respecto de las élites dominantes
locales) y externa (respecto del sistema imperialista).

En
realidad no se trata de dos rupturas potenciales convergentes sino de
una única ruptura anticapitalista posible, así ocurrió con las
viejas revoluciones populares radicales en la periferia del siglo XX
empezando por Rusia en 1917 demostrando así que la reproducción
mundial heterogénea del capitalismo (interrelación de polos
imperiales y zonas
satélites subdesarrolladas) al entrar en crisis crea las condiciones
para su superación revolucionaria. Y esta crisis es mucho más grave
que la de comienzos del siglo XX, lo que en tiempos de Lenin era el
comienzo de la degeneración financiera-militarista del sistema ahora
es su transformación en un proceso de decadencia general acelerada
lo que plantea (por ahora teóricamente) el gran tema del
postcapitalismo radical, mucho más radical que su antecesor del
siglo pasado.

La
primera ola periférica democratizante de este siglo ocurrió en
América Latina durante la década pasada, no superó los límites
del capitalismo entre otras cosas porque este aunque ya en franco
deterioro global pudo ofrecer buenos precios a las exportaciones
primarias hasta llegar a la euforia de 2007-2008 cuyos efectos
todavía no se han disipado y porque Occidente siguió articulando al
planeta (con crecientes dificultades). Además en ese momento el
capitalismo latinoamericano conservaba sólidos baluartes internos
(institucionales, ideológicos, políticos, empresarios, etc.) que le
permitieron contener la avalancha popular dentro de los límites de
sistema. Esto incluye a los gobiernos más radicalizados como las de
Bolivia, Venezuela y Ecuador que pese a los discursos más o menos
socialistas y a las movilizaciones plebeyas de acompañamiento nunca
traspasaron en la práctica las fronteras, los mecanismos de
reproducción del capitalismo.

La
aspiración de máxima de las potencias occidentales es que el mundo
árabe regrese cuanto antes (con rostro renovado) a la situación
colonial anterior a las revueltas populares, la de mínima sería una
salida de tipo latinoamericano, progresista pero en última instancia
controlada, jugando el juego de la reproducción de la globalización
capitalista conteniendo desbordes subversivos, en suma cediendo
espacios de autonomía pero preservando la naturaleza burguesa de
esas sociedades.

Pero
el panorama mundial actual es muy diferente del de comienzos o
mediados de la década pasada, los países centrales se encuentran
sumergidos en una crisis muy profunda y ante ellos se presenta un
panorama de estancamiento o recesión, su deterioro cultural e
institucional erosiona rápidamente las bases de su hegemonía
planetaria. Esta situación comienza a afectar a la llamada periferia
emergente y a la periferia en general donde a las tragedias
habituales del subdesarrollo se le empiezan a sumar ahora los
impactos de las turbulencias comerciales y financieras y también las
consecuencias del deterioro de la legitimidad ideológica del
capitalismo como realidad universal.

Es
probable que el progresismo árabe haya llegado demasiado tarde,
acosado por la desesperación imperial y la desestructuración
(ideológica, económica, institucional) de sus sistemas burgueses
locales, su éxito de duración incierta depende de la incapacidad de
las fuerzas populares para construir alternativas postcapitalistas
(la era neoliberal -despotismos internos mediante-y su operativo de
tierra arrasada, de degradación integral de la sociedad, contribuyó
a ello de manera decisiva).

Fukushima

Por
su parte el desastre japonés aparece como un fenómeno producido por
la fatalidad que sin embargo no puede ocultar las culpas, el
descontrol del hiperdesarrollo. En principio no tendría nada que ver
con la rebelión del subdesarrollo árabe aunque no resulta difícil
detectar un lazo entre ambos sucesos: el desenfreno energético del
capitalismo industrial que condenó al superdesarrollado Japón a
tapizar su territorio, zona de alto riesgo sísmico, con una multitud
de centrales nucleares y convirtió al mundo árabe, con centro en
sus principales economías, en un área subdesarrollada consagrada a
la extracción intensiva y transporte de petróleo.

Y
así como las últimas dos o tres décadas fueron para el mundo árabe
un período centrado en la depredación energética y el desastre
social que culminó con la rebelión popular de 2011, significaron
para Japón la persistencia de una crisis prolongada amortiguada por
la hipertrofia financiera, el consumismo y los gastos públicos
cubiertos con deudas, en ambos casos la lógica sobredeterminante del
capitalismo global se expresó como exacerbación de sus peores
taras, como fuga irracional hacia adelante.

Japón
que en el pasado (no tan lejano) era la segunda potencia económica
del mundo es un ejemplo que anticipa el próximo agotamiento
europeo-norteamericano. Acosado por una crisis de sobrecapacidad
productiva (o sobreproducción potencial) tiene una prolongada
historia de estímulos estatales y consumismo ascendente que no han
conseguido sacarlo de la postración en que cayó hace dos décadas.
No colapsó porque su principal cliente comercial, los Estados
Unidos, siguió absorbiendo exportaciones industriales japonesas y
porque en su área geográfica irrumpieron mercados en expansión
como los de Corea del Sur, Taiwan, Indonesia, Filipinas, Tailandia,
etc., y finalmente China.

Pero
a comienzos de 2011 había llegado a niveles de endeudamientos
público y privado (sumando una cifra equivalente al 470 % del
Producto Bruto Interno) que hicieron sonar las alarmas de los
círculos dominantes globales. La deuda pública no dejó de crecer
desde que la economía se estancó hace dos décadas, en 1989
equivalía al 50 % de su Producto Bruto Interno, hoy llega al 200 %.
Ha sido hasta el presente financiada con el ahorro interno lo que a
largo plazo produjo un bloqueo que ahora puede desembocar en una
grave crisis, ya antes del Tsunami algunos expertos habían empezado
a utilizar el término “colapso”) (1).

Los
fondos públicos obtenidos con deudas fueron volcados hacia toda
clase de “estímulos” (obras públicas faraónicas, subsidios a
empresas y consumidores, etc.) que llegaron a saturar casi
completamente la capacidad de absorción de la economía. Por otra
parte los ahorristas eran incitados a consumir más y más (es decir
a ahorrar cada vez menos) con el agravante de que el Estado con el
fin de impulsar las inversiones fue reduciendo las tasas de interés,
en los últimos 15 años las mantuvo por debajo del 2 % apuntando a
cero. En consecuencia la tasa de ahorro medio de los japoneses fue
descendiendo desde aproximadamente 14 % de los ingresos disponibles a
comienzos de los años 1990 hasta el 2 % o menos, la masa total de
ahorro interno bajó en el mismo período de 40 billones (millones de
millones) de yenes a 10 billones. Hacia 1990 cerca del 20 % de los
ingresos fiscales del Estado eran destinados al pago del servicio de
deuda pública, la cifra subió hasta el 40 % en el 2000 y en 2010
llegó al 60 % (2). Mientras tanto la tasa de crecimiento económico
anual fue girando en torno de una linea descendente, desde los altos
niveles de la remota época del “milagro japonés” hasta
las recientes “expansiones” raquíticas oscilando en torno del
número cero (y anticipando una sucesión de cifras negativas).

El
círculo vicioso del endeudamiento en el que ingresó Japón hace dos
décadas conducía teóricamente hacia la bancarrota y cuando
observamos la dinámica actual de los procesos de
endeudamientos-estímulos con rendimientos decrecientes en términos
de crecimiento del PBI en países como los Estados Unidos o
Inglaterra y luego ampliamos la mirada hacia el conjunto de las
economías centrales, llegaremos fácilmente a la conclusión de que
el pasado japonés de los últimos veinte años es una guía muy útil
para entender el presente de esos países.

Es
en este contexto de decadencia japonesa que debemos localizar la
tendencia irracional que derivó en crisis nuclear. Hacia 2007
aparecía en el Herald Tribune un artículo de Ishibashi Katsuhiko,
profesor de la Universidad de Kobe (Japón) e integrante de la
Comisión de Notables encargada de monitorear los sistemas de
seguridad de las centrales nucleares japonesas (3). En ese artículo
que en su momento tuvo una gran difusión internacional (aunque no
fue el disparador de un escándalo mediático) Katsuhiko denunciaba
el grave riesgo que corría Japón ante centrales nucleares no
preparadas para resistir impactos sísmicos de alto nivel inevitables
en ese país.

Pero
las denuncias no tuvieron ningún efecto en las decisiones del
gobierno y mucho menos en las de TEPCO, la principal empresa privada
encargada de la gestión de dichas centrales. Katsuhiko terminó
renunciando a la Comisión de Notables como forma de protesta ante la
adhesión de sus miembros al bloqueo privado-estatal a la información
sobre lo que realmente estaba sucediendo.

No
fue esta la única denuncia importante y sin embargo la conjunción
entre corrupción política, voracidad empresaria y complicidad de
los medios de comunicación hizo que la marcha hacia el desastre
continuara su curso tapizada por suculentos beneficios y sobornos. La
lógica de las ganancias capitalistas fue superior al sentido común
en medio de un clima de degradación generalizada de las élites
japonesas embarcadas en la vorágine de los negocios financieros
globales.

Fin
del crecimiento global, decadencia del sistema.

Por
debajo de la cadena energética que vincula a la rebelión árabe con
la crisis nuclear japonesa se extiende una tupida trama que incluye
(explica de manera más amplia) ambos fenómenos, se trata del
proceso general de declinación del capitalismo como sistema
universal.

Desde
el punto de vista de las relaciones entre el sistema económico y su
base material la depredación en tanto comportamiento
central, dominante del sistema comenzó hace unas pocas décadas a
desplazar a la reproducción En realidad el núcleo
cultural depredador
existió desde el gran despegue histórico
del capitalismo industrial (hacia fines del siglo XVIII,
principalmente en Inglaterra) y aún antes durante el largo período
protocapitalista occidental. Marcó para siempre a los sistemas
tecnológicos y al desarrollo científico, empezando por su pilar
energético (carbón mineral primero, luego petróleo) y una amplia
variedad de explotaciones mineras de recursos naturales no
renovables. Esa exacerbación depredadora es uno de los rasgos
distintivos de la civilización burguesa respecto de las
civilizaciones anteriores sin embargo durante las etapas de juventud
y madurez del capitalismo la depredación estaba subordinada a la
reproducción ampliada del sistema.

Pero
a partir de fines de los 1960-comienzos de los 1970 se produjo una
desmesurada expansión del saqueo que no permitió superar la crisis
de sobreproducción iniciada en ese momento sino hacerla crónica
pero controlada, amortiguada. Una de las bases de esta nueva etapa
fue la exacerbación del pillaje de recursos naturales no renovables
y la introducción a gran escala de técnicas que posibilitaron la
súperexplotación de recursos renovables violentando, destruyendo
sus ciclos de reproducción (por ejemplo en la agricultura). Esto
ocurría cuando varios de esos recursos (por ejemplo los
hidrocarburos) se aproximaban a su máximo nivel de extracción.

Se
trató de una fuga hacia adelante “irracional” desde el
punto de vista del largo plazo del capitalismo en general pero
perfectamente “racional” si la miramos desde los intereses
concretos de las compañías petroleras, de la industria del
automóvil, del complejo industrial-militar, en realidad del grueso
del sistema económico global donde predominaban ciclos de negocios
cada vez más cortos, cada vez menos capaces de absorber prolongados
períodos de maduración de las inversiones. La avalancha del
cortoplacismo (de la financierización cultural del capitalismo)
aplastó toda posibilidad de planificación a largo pazo de una
posible reconversión energética.

El
techo energético que ha encontrado la reproducción del capitalismo
converge con otros techos de recursos no renovables que afectarán
pronto a un amplio espectro de actividades mineras, a ello se suma la
explotación salvaje de recursos naturales renovables. Se presenta
así un escenario de agotamiento general de recursos naturales
a partir del sistema tecnológico disponible, más
concretamente del sistema social y sus paradigmas es decir del
capitalismo como estilo de vida.

Por
otra parte la crisis de recursos naturales indisociable del desastre
ambiental converge con la crisis de la hegemonía parasitaria. En las
primeras décadas de la crisis crónica de sobreproducción potencial
el proceso de financiarización impulsó sobre todo en los países
ricos la expansión consumista, la concreción de importantes
proyectos industriales, de subsidios públicos a las demandas
internas y de grandes aventuras militares imperialistas, pero al
final del camino las euforias se disiparon para dejar al descubierto
inmensas montañas de deudas públicas y privadas. La fiesta
financiera (que tuvo en su recorrido numerosos accidentes) se
convierte ahora en techo financiero que bloquea el crecimiento.

Ya
desde la década de 1970 pero acentuándose en los años posteriores
el crecimiento económico del área imperialista del mundo requirió
dosis crecientes de droga financiera para seguir ampliando su
economía aunque a tasas tendencialmente decrecientes, pero desde el
estallido de la crisis en 2007-2008 la megaburbuja especulativa
global (espacio de todas las burbujas financieras) ha ingresado en
una etapa de saturación, algunas de su componentes todavía crecen y
otras se desinflan pero el conjunto de la masa parasitaria se va
estancando y anuncia su próxima declinación. El (hiper)desarrollo
del parásito depende del dinamismo de su base estructural (las
empresas, los consumidores, el estado) cuya capacidad de
endeudamiento no es infinita, es altamente sensible a sus crisis. La
expansión financiera va encontrando su techo histórico, las
emisiones monetarias podrán dar algo de aire a crecimientos
puramente nominales e incluso a algunos auges efímeros pero su
destino está marcado. Se trata de un doble techo: el que establece
el sistema en su conjunto al desarrollo financiero y el que este
último le coloca a su base estructural (el capitalismo no puede
crecer ahogado por su parásito financiero quien a su vez se va
debilitando porque su “víctima” comienza a perder la
capacidad para alimentarlo).

Un
caso por demás elocuente es el de los llamados “productos
financieros derivados”,
sector decisivo del sistema. Los
derivados equivalían en junio de 1998 a 2,5 veces el Producto Bruto
Mundial, pasó a 5,5 veces en junio de 2004 y a 10,6 veces en
diciembre de 2007. En Junio de 2008 llegó a una cima equivalente a
11,6 veces el producto Bruto Mundial pero en diciembre de ese año
tuvo una caída de cerca de 136 millones de millones de dólares
respecto de junio y las recuperaciones posteriores, conseguidas en
base a las gigantescas emisiones monetarias de los países ricos no
pudieron alcanzar el volumen nominal en dólares del pico superior ni
su peso relativo al Producto Bruto Mundial.

Tal
vez -no es seguro-la masa nominal podría llegar a incrementarse en
el futuro amontonando dólares devaluados. Para que los derivados
superen su techo actual situado entre 12 y 13 veces el PBM sería
necesario mucho más que los estímulos implementados desde
2008 (hiperbillonarios pero evidentemente insuficientes). Sería
necesaria por ejemplo una nueva ola de pillaje financiero mucho mayor
que la que se desató desde el comienzo de la década del 2000 (la
que a su vez prolongó-superó a la de los años 1990) pero esa
hipotética ola no dispone de una amplia base de potenciales deudores
ansiosos por gastar sino a los principales estados del mundo y sus
correspondientes mercados internos abrumados por toda clase de
deudas, consumidores estadounidenses, japoneses o ingleses con
bajísimos niveles de ahorro, montañas de obligaciones cada vez más
difíciles de pagar y activos desvalorizados, empresas
transnacionales súperendeudadas chocando con mercados que crecen
poco o nada. El profundo deterioro de esas estructuras bloquea
posibles despegues financieros, la especulación financiera termina
siendo víctima de su propio veneno.

En
síntesis: la crisis crónica de sobreproducción iniciada
hace cuatro décadas se ve transformando ahora en crisis
general de subproducción
, en incapacidad del sistema para
seguir creciendo bloqueado por diversos “techos” (energético,
financiero, ambiental…) impulsado por su propia dinámica a devorar
las bases estructurales de su existencia, a desordenarlas cada vez
más. Autofagia de ritmo difícil de pronosticar que por su carácter
planetario y su alto nivel de recursos tecnológicos no puede ser
comparada a las decadencias de civilizaciones anteriores (solo es
posible establecer algunos paralelismos muy limitados).

Es
increíblemente actual el pronóstico formulado por Marx y Engels en
pleno auge juvenil del capitalismo (Marx-Engels, “La ideología
alemana”, 1845-46):
“Dado un cierto
nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, aparecen fuerzas de
producción y de medios de comunicación tales que, en las
condiciones existentes solo provocan catástrofes, ya no son más
fuerzas de producción sino de destrucción”
(4).
En realidad la magnitud del desastre, su aspecto escatológico, de
destrucción de los fundamentos de la
supervivencia humana
elevan dicho pronóstico hasta niveles seguramente no imaginados por
sus entonces jóvenes autores.

Despolarización

El
proceso de decadencia en curso debe ser visto como la fase
descendente de un largo ciclo histórico iniciado hacia fines del
siglo XVIII que contó con un articulador decisivo: la dominación
imperialista anglo-norteamericano (etapa inglesa en el siglo XIX y
norteamericana en el siglo XX). Capitalismo mundial, imperialismo y
predominio anglo-norteamericano constituyen un solo fenómeno, una
primera conclusión es que la organización sistémica del
capitalismo aparece históricamente indisociable del articulador
imperial (historia imperialista del capitalismo). Es necesario
aclarar que la unipolaridad del mundo burgués en torno de los
Estados Unidos no emergió luego del derrumbe de la URSS (1991) sino
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), la caída soviética
marcó la hegemonía universal del capitalismo con lo que el polo
norteamericano devino planetario.

Una
segunda conclusión es que al ser cada vez más evidente que en el
futuro previsible no aparece ningún nuevo amo imperial ascendente a
escala global (la Unión Europea y Japón son tan declinantes como
los Estados Unidos y proponer la irrupción de un “imperialismo
chino” de alcance mundial en los próximos años es un completo
disparate), entonces desaparece del horizonte una pieza decisiva de
la reproducción capitalista global a menos que supongamos el
surgimiento de una suerte de mano invisible universal (y
burguesa) capaz de imponer el orden (monetario, comercial,
político-militar, etc.). En ese caso estaríamos extrapolando al
nivel de la humanidad futura la referencia a la mano invisible
(realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la
teoría económica liberal.

Aunque
la decadencia no excluye a la agresividad militarista del Imperio
sino todo lo contrario, de allí se deriva la conclusión de que al
escenario probable de desintegración mas o menos caótica de la
superpotencia deberíamos agregar otro escenario no menos probable de
declinación sanguinaria, guerrerista. Cuando observamos la evolución
ascendente de los gastos militares en los Estados Unidos y su
conexión con fenómenos político-culturales como el de los halcones
de la era Bush, las persistencias neofascistas en el sistema de poder
(cada vez más concentrado) y en amplios sectores de la sociedad
imperial (y de sus aliados subimperiales europeos y japoneses) somos
inducidos a no descartar esa posibilidad.

Militarisno
y dislocación geopolítica parecerían marchar juntos, los Estados
Unidos y las potencias menores aliados en medio de zancadillas mutuas
no consiguen salir de los pantanos en que se metieron durante la
década pasada y tampoco pueden evitar ingresar en nuevos pantanos.
Mientras tejen hipotéticas retiradas de Irak y Afganistán
(cuadraturas del círculo consistentes en replegarse sin ser
derrotados) acosados por crisis económicas y de legitimidades
institucionales internas, se les aparece la gigantesca rebelión
árabe. A la que buscan enfriar y si es posible sepultar lo que les
obliga a intervenir, a extender sus operaciones militares a Libia
intentando al mismo tiempo sacarse de encima a su ex amigo-dictador
Kadafi y poner bajo control a los insurrectos. Cuando apenas podían
sostener dos guerras se zambullen en una tercera, si no lo hacen sus
pérdidas estratégicas pueden ser inmensas pero al hacerlo
sobre-extienden aún más su ya excesivamente extendido (e
insostenible a mediano plazo) sistema de intervenciones militares
periféricas.

Crisis
ideológicas, insurgencia global.

Un
conclusión general sumamente útil es que la rebelión árabe emerge
como respuesta democrática, como rebelión periférica ante la
decadencia del sistema global cuya podredumbre central expresa muy
bien la crisis nuclear japonesa. De la misma se desprenden algunas
lineas de reflexión necesarias para entender la realidad, su devenir
sorprendente.

La
primera de ellas se refiere a la desestructuración psicológica de
las élites globales que enfrentan una verdadera catástrofe o
megaruptura
donde la declinación ideológica se combina con una
generalizada crisis de percepción, ante ellos la realidad se
presenta funcionando con dinámicas desconocidas ante las cuales los
poderosos instrumentos de acción disponibles resultan ineficaces o
incluso contraproducentes.

Los
billones de dólares inyectados por las grandes potencias en los
circuitos financieros desde 2008-2009 han dado muy pobres resultados,
el intervencionismo es impotente y el libre juego del “mercado”
conduce al desastre. Por otra parte la quiebra del orden periférico
que en estos días señala el despertar árabe empieza a adquirir
para esas élites el aspecto de un inmenso pantano en expansión, una
pesadilla de la que no pueden escapar.

Recientemente
la agencia Reuters publicó un informe especial sobre la intervención
occidental en Libia a la que calificaba como “guerra no
deseada por Occidente”
señalando que se trató de una
operación bélica que “Obama no quiere, David Cameron (el
primer ministro inglés) no necesita, Angela Merkel (Alemania) no
puede apoyar y que Silvio Berlusconi teme” ,
según el informe
solo el presidente francés Sarkozy demotraba un entusiasmo
preocupante (5)… y sin embargo la OTAN en pleno terminó por asumir
el mando de esa guerra tratando así de suavizar rivalidades entre
las potencias imperialistas. La agencia Reuters describía una
situación a comienzos de 2011 donde los occidentales sumergidos en
el burdel intentaban manu militari estabilizar la colonia
libia en crisis frenando a puro bombardeo a las fuerzas de Kadafi
cuya victoria sobre los rebeldes derivaría seguramente en una
gigantesca masacre de población de consecuencias imprevisibles en el
mundo árabe pero al mismo tiempo buscando controlar a los rebeldes,
dejándolos en ciertos momentos a merced de las ofensivas
gubernamentales temiendo que una victoria aplastante de la revuelta
popular armada podría llegar a tener efectos explosivos en sus dos
vecinos inmediatos, Egipto y Túnez todavía no estabilizados y en
otros estados árabes presionados por las protestas de sus
poblaciones. Sórdido juego colonial, multiplicación de maniobras
tácticas en última instancia defensivas ante un inmenso tsunami
democrático que ha desquiciado al complejo armado estratégico de
dominación.

Una
segunda linea de reflexión apunta hacia los límites de esas
rebeliones periféricas que derrumban o deterioran seriamente a los
regímenes elitistas pero que hasta ahora no quiebran, no superan las
barreras burguesas y que parecen conformarse con reformas
democráticas y mejoras sociales modestas. En ese sentido aparece
cierta similitud con el ascenso progresista latinoamericano de la
década pasada.

Una
buena compresión de esos movimientos periféricos tiene
obligatoriamente que situarlos en la dinámica global de la crisis
(actualmente en sus etapa inicial) y entonces resaltar la enorme
importancia, decisiva, de la movilización popular democrática
avanzando según sus posibilidades concretas, al ritmo de la
declinación del universo cultural hegemónico a escala planetaria,
el estilo de vida moderno de raíz occidental (consumista,
individualista, etc.).

Aparece
finalmente una tercera línea de reflexión acerca del “sujeto”
del proceso emancipador que se presenta como conjunto plural
urbano y rural abarcando clases periféricas bajas y medias, obreros,
campesinos, estudiantes, pequeños comerciantes, etc. Ello obliga a
una tarea de reconceptualización del proletariado entendido
como masa en expansión producto inevitable de la dinámica del
capitalismo mundial atravesando la vieja crisis crónica de
sobreproducción, depredadora e hiperconcentradora de ingresos y
entrando en su crisis general de subproducción, entrópica, cargada
de barbarie, de genocidio periférico. No se trata de la idea
eurocéntrica e históricamente falsa que reducía al proletariado
liberador a la clase obrera industrial (principalmente radicada en
los países imperialistas) sino a la constatación de la presencia
cada vez más numerosa y más oprimida de un proletariado plural cuya
única posibilidad de supervivencia digna (o de simple supervivencia
física en muchos casos) está en la insurgencia contra el sistema.
Esta masa plural puede llegar a convertirse en fuerza social
revolucionaria,
en negación absoluta del sistema a través de la
lucha que al calor del resquebrajamiento de las estructuras de
dominación va haciendo su autoaprendizaje democrático. No es un
proceso sencillo, lineal sino un desarrollo sumamente complejo hijo
de la crisis del sistema.

En
términos concretos esto significa que el lugar histórico del
postcapitalismo, es decir del comunismo del siglo XXI se encuentra al
interior de esas rebeliones, como parte de ellas, como avanzada
consciente, democrática, radicalizada. Alternativa en formación
asumiendo críticamente las experiencias populares donde se
interrelacionan fenómenos “nuevos” (que nunca lo son
completamente) con combates de larga duración que de ese modo
amplían sus espacios: la resistencia hondureña, la revueltas
árabes, las movilizaciones latinoamericanas más recientes confluyen
con afluentes de prolongada trayectoria como la insurgencia
colombiana o las resistencias palestina y afgana.

Jorge
Beinstein
Buenos Aires, 4 de abril de 201

_______

(1),
James Quim, “When Japan Collapses”, Financial Sense, 16 Sep 2010.
(2), Ibíd. (3), Ishibashi Katsuhiko, “Why Worry? Japan’s Nuclear
Plants at Grave Risk From Quake Damage”, International Herald
Tribune/Asahi Shinbun, August 11, 2007; Japan Focus, August 11, 2007.
(4), Marx & Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú,
1974. (5), Paul Taylor-Reuters, “Special report: The West’s
unwanted war in Libya”, Apr 1, 2011.