« Esto requiere carácter », advierte Suquía entre sonrisas.

BARCELONA.-Javier Suquía, bilbaíno de 51 años, recompone negociaciones rotas ; su labor llevó a Seat y los sindicatos a encontrar el punto medio entre 1.300 y 660 despidos.

Cuando la dirección y los sindicatos de Seat llevaban más de cinco semanas de discusiones y el acuerdo final les podría haber llevado otras tantas más pese a que los mimbres estaban más que armados ; el inspector de trabajo, intermediario propuesto por la Generalitat en el conflicto, sabía entonces que el acuerdo era más que posible.

« Esto requiere carácter », advierte Suquía entre sonrisas.

BARCELONA.-Javier Suquía, bilbaíno de 51 años, recompone negociaciones rotas ; su labor llevó a Seat y los sindicatos a encontrar el punto medio entre 1.300 y 660 despidos.

Cuando la dirección y los sindicatos de Seat llevaban más de cinco semanas de discusiones y el acuerdo final les podría haber llevado otras tantas más pese a que los mimbres estaban más que armados ; el inspector de trabajo, intermediario propuesto por la Generalitat en el conflicto, sabía entonces que el acuerdo era más que posible.

De hecho, lo sabía desde el martes día 13 (de diciembre), tres días antes de que concluyera el plazo para alcanzar el acuerdo. Aquel día obtuvo un sí parcial de los sindicatos para pactar despidos forzosos en la compañía automovilística, un hecho inédito hasta entonces en Seat. Vio la luz.

Como él dice, eso y las prejubilaciones eran « la madre del cordero » para resolver satisfactoriamente el ERE presentado por Seat, que debía conllevar el despido de 1.346 personas. Una vez que CCOO y UGT -CGT se negó a pactar ese tipo de medidas traumáticas- accedieron, sabía que la compañía no podía negarse a ampliar las indemnizaciones por despido, como finalmente acabó sucediendo.

El bilbaíno Suquía, ex jefe de la Inspección del Trabajo en Barcelona, se ha convertido a sus 51 años en el preferido de la Generalitat en mediación de grandes conflictos laborales. Fue él mismo quien medió en el último gran conflicto de Seat, en 1993, cuando estaban en juego alrededor de 9.000 empleos. « Estas negociaciones son similares a cualquier otra ; el único cambio es su visibilidad pública ».

Ese último factor no es, sin embargo, baladí. « Los medios de comunicación dificultan las negociaciones », asegura un personaje que ha participado en otros conflictos de la misma índole, como el que llevó al cierre de Samsung hará ahora dos años.

En ese sentido, se refiere al ritmo que parecían marcar los medios, que llegaron a dar la sensación de « radiar » las reuniones. « Recuerdo cuando al salir de una reunión me advertían que una agencia de noticias ya había comunicado que hacíamos un receso ».

Su teléfono echó humo durante las dos últimas semanas en las que participó en el conlicto, asegura. De hecho, tuvo que pedir a la Administración que le ofrecieran una segunda terminal para mantener abiertas todas las vías de diálogo.

Un mes antes de entrar al trapo, dejó que las dos partes abrieran el camino de la solución por su cuenta, estudió el caso y analizó por dónde podían ir los tiros al final, consciente que esos últimos momentos serían los importantes : « el cansancio final permite cometer errores ».

Después, una vez en activo : Ahora reuniones con unos, ahora con otros, y después con todos, el mismo guión que en otras negociaciones.¿Qué medidas se dejaron de tomar ? Ante esa pregunta, Suquía deja de responder y argumenta su silencio a « la discreción de nuestro trabajo ». La misma respuesta para decir si era posible aprobar el ERE presentado por Seat.

Asegura que él se remitía más « a organizaciones que a personas », pese a que los pasillos dominaron sobre las salas oficiales de reunión, donde se casi hacinaban más de una veintena de representantes de todas las partes, intentando acercar posiciones, sondear posibles soluciones.

En aquellos momentos, explica, era cuando él, el intermediario, se estaba « ganando el crédito, llenando tu botella » para dar en un momento determinado de la negociación el « golpe sobre la mesa », el pitido final. « Esto requiere carácter », advierte Suquía entre sonrisas.


Fuente: DANI CORDERO / EL MUNDO