No me molesta echar mi óbolo en el cepillo de Santa Cruz Colorá. Me molesta la plusvalía de modernidad. No me molestan el día de San Cáncer de Mama ni el de Santa Madre Soltera, ni diezmos de progreso en perfección ni primicias de rabiosa caridad, sino quienes entre nosotros los administran.

No me molesta echar mi óbolo en el cepillo de Santa Cruz Colorá. Me molesta la plusvalía de modernidad. No me molestan el día de San Cáncer de Mama ni el de Santa Madre Soltera, ni diezmos de progreso en perfección ni primicias de rabiosa caridad, sino quienes entre nosotros los administran.

Tampoco me molestaría que no hubiera nada nuevo bajo el sol, si alguna vez dejaran comprobarlo antes de broncearlo escultural o quemarlo en efigie, entre emblemas de cofradías, san Presunto Aftersun, macarrónicas jaculatorias, inbituín unta pro nobis, procesiones de parroquianos a la hornacina de su devoción, y hasta indulgencias y escapularios de descuento del patrón en el purgatorio de la caja ; por no hablar de relicarios que obran milagros contra la grasa, filtros protectores y grasientos, o santalucías providenciales que aseguran de todo, y hasta la vista, salvo quizás la memoria. Ayer creí ver pasar y ví una procesión de veinte segundos bajo el patrocinio de San Factor Diecisiete, creí que eran fantasmas del pasado o sombras lunares, pero no, ví que era el día mundial del patrón de prevención del Lunar Malicioso. Así es que el calendario protestante se parece cada vez más a un retablo con un santo en cada fecha, un patrón visible de cada acción, pasión o televisión, y para cada gesto un slogan, que es la voz de las ánimas en su lengua. Y ni siquiera me molesta que el imperio, tras haber reunido a gentes de todos los pelos y lenguas sacándonos de nuestros cabales, nos saque la suya en forma de emblemas de crecepelos, a ver si nos sale el de tontos que ya se nos había caído, hace tiempo, a fuerza de poner en balde o en jarroncito, de cinc o de piridio, perejiles al San Hache Ese o rulos púbicos a San Cucufato.

No, los que me molestamos en este nosotros tiempo a través son estos calvos que somos con cien años de adelantos, y quinientos de retraso, los que arrasamos al cero una cultura de calaveras en nombre del progreso que ya no cumplía, por haber momificado en patrones de imagen su patronear por el tiempo, que es lo que hacemos hoy en nuestras cabezas a base de crecepelos para conservar la imagen. Son los que entramos a saco en frases hechas por otros, no para ceñirlas a nuestro tiempo en nuevas oraciones, mas para anunciarlo futuro y desnudo, pero divino, en otra lengua eterna y muerta, pero bronceada, de imágenes que no quemen por dentro el magín, pero lo sirvan tostado en infiernos con toalla. Son esos hijos que somos del hombre, sin especificar, y sin más acompañantes que su Compañía, jugando a verse hecho un nazareno virtual, multiplicando virtuoso los pines y los pecés para anunciar la Palabra Perfecta, la que se hizo carne y habitó entre nos y otros, donde se instala el Güorperfet, en el medio justo ; multiplicando los ejemplares predicadores de ese misterio de un decir predicho, encerrado en custodias de silicio, en vez de simplificar predicando con el ejemplo y dando simple trigo del decir, que de eso tenemos todos, pero biendiciendo a su tiempo. Son estos retorcidos caracoles neobarrocos que nos somos, que no vuelven de cara a su pasado para hacerle justicia en lo mejor que tuvo, inventarse futuro con los suyos, sino que lo traemos de culo, encapuchada la cara y descuartizado bajo mil emblemas de la Buena Novedad, para ajusticiarlo a la más remota y bárbara manera, la de un nunca hoy y siempre en trance que arroja su viejo cuerpo presente y marcado al tostadero, para correr a postrarse de toallas ante imágenes virginales, pálidas y ajenas en que encontrarse, por milagro, parido y curtido y apropiado. Es decir, cabalmente como un inquisidor portátil de sí mismo, espejo de actualidad divina, es justísimo medio en que se persigue la menor tacha en su arrugada anterioridad, la que viene dada de cara, porque se desea en el fondo una posteridad turgente y bronceada y tan invisible como la suya, pero por la cara y de este lado : que es su verdadera cruz, porque todos sabemos que del lado de acá una cara se ve siempre de culo, y tras un bronceado divino, una quemadura infernal. Pero a fin de cuentas, o sea nunca, da siempre igual, que es ese signo que está en el justo medio, indiferente en cualquier sentido : porque también sabemos todos que en materia de especulación, como la nuestra, no basta saber para creer, sino… ¡ya, eso lo dirá usted !, habría que verlo a usted cuando lo… a usted, si lo… a usted, como lo… a usted.

No, lo que me molesta en esta reedición protestante de la imaginería global está en nosotros, donde siempre ha estado : concretamente entre la ese y la o, en el medio justo como un tajo de cristal movedizo como un auto de fe portátil como unas imágenes doradas de llamas borrosas entre nos y otros vacilantes en procesión, sí, pero inamovible y rigurosa… como un alzacuellos tieso como una argolla de picota erecta como un miembro de la cofradía de las vírgenes del perpetuo socorrismo bronceado como… un anuncio o dos y volvemos en tres segundos, o cuatro siglos… como un espejo o dos de llamas que no queman entre la cara o el culo de nos o de otros. Lo que me molesta como a buen viejo que somos, habiendo pasado por tantas procesiones de pasión con sus pasos contados, viendo cómo pasan sus figuras de cara divina a culo diabólico, y de amante escultural a informe chamusquina, no es tener que verlo una vez más para creerlo : porque señores pasajeros, en este eterno auto redondo y azul en apariencia todo es cosa de fe, de cara a culo y de principio a fin, tanto si la procesión va desde la ermita de la virgen al quemadero de San Bernardo como si viene del bronceado nupcial en Bali al descuartizamiento conyugal del doberman, adosado inseparable al adosado ; tanto si la procesión viene por fuera, y de cara a la posteridad, como si va por dentro y de culo desde una imagen anunciadora de bronceados divinos hasta la España predicadora del quemadero infernal.

Así es que en estos caraculos temporales del bronceado católico e integral, con ángel y demonio en el paquete, no me molestamos con ese guión litúrgico de tener que vernos para creernos, sino con el reparto, tener que verlo uno en otro quemado para creer en el otro bronceado que puede ser uno, con tal de sintonizar con el medio justo. En lo que nos molesto, como diría un motorista famoso como Felipe IV, es en que en esta fe figurada en anuncios de perfección uno necesite para figurarse otro divino ver infiernos literales de cuerpos quemados uno por uno, que es como se sufre, pero por otro, que es como se goza. Máxime, habiendo procesiones figuradas como esta mía que sí, pueden tener quemado a más de uno figuradamente, incluso a mí, pero permitiéndole seguir a la vez procesando y en la procesión, bronceandose a gusto como turista mirón y ardiendo en el quemadero anterior o posterior, que lo hay, a esta estampita premiada o de castigo, y creyendo lo que en ella se llega a ver cuando se quiere ver, hasta el final, lo que se cree en imágenes de los medios justos.

De modo que no me molesta la fe a ultranza en las imágenes, sino en los creyentes a medias, ésos que nunca acabamos de creer para ver, y cuantas más veces mejor, la encarnación del alma en apariencias bronceadas, ni de ver para creer, y cuanto peores, mejor, apariciones penosas de ánimas socarradas. Lo que más me nos molesta es esa fe por principio en no ir hasta el final de lo que se anuncia en los medios, paso tras paso. Es ese extremismo de centro movedizo y procesional, esa profesión de fe en que la virtud está en el medio, Santa Isidora del Medaigual úntame algo que me quemo, pero pasando, San Caraculo de Melasuda anunciate pro nobis, pero sin pasarse del todo, que se pierde la fe en el medio y acaba uno quemado por otro, en vez de otro por uno. Aunque siempre quedaría el remedio -eso sí, extremo-, de sacar por los medios en procesión al quemador quemado, emitir una pragmática real prohibiendo los abusos imaginarios, con toda clase de figuras ilustrativas para que se los crean, hacer auto de fe en San Chitón del Cicadermo, closdelipis pro nobis, tú que abres una puerta donde otra se nos cierra, y aquí no ha pasado nada, quinientos o dos mil años, da igual, minucia y pecadillo como un lunar en un impecable caráculo profesional, de la fe, curtido y bronceado como la estatua al Picadillo Quemado en la Plaza Mayor : una desgraciada excepción, un descarrío evitable con sólo haber creido, por lo visto, en lo justo de los medios. Una nimiedad, en eso hay unanimidad, y es lo que justamente puede indignar a un ánima ; por ejemplo o imagen, a la mía, que por eso la he sacado hoy en procesión por este medio.

Y como no se puede vencer de cara ni de plana a un enemigo que llevas pegado al culo como papel de adhesión y espejo de virtudes comunes, me unanimo aquí a unirnos al universal entusiasmo apostólico contra imágenes que son mero humo y maligna tentación, y contra humos y unguentos mágicos que son meras imágenes de lo maligno. Y así, por la presente, Nos propone que otros organicemos un auto mundial de fe protestante contra la idolátrica creencia en imágenes de perfección que siempre acaban en caraculos de humo y células quemadas, como piel o pulmón de cangrejo hereje o viceversa. Item, que el supradicho auto se haga con ayuda de toda clase de convincentes imágenes de imperfecciones y males, pegadas a la efigie del mal a incinerar, donde se vean las humaredas, quemaduras y otros perjuicios que causa al hereje, y a quienes están a su alrededor, una creencia tan irracional ; y cúmplase, a tiempo y en forma de vida. Item más, que siendo éste un imperio en que nunca se pone el sol, el auto de autos se celebre de sol a sol bajo el patrocinio de San Presunto Aftersun, para que no haya quemados ; y siendo su fe en la justa medida, bajo el de los santos Justo y Factor Diecisiete ; y hágase bajo un emblema en que figure como divisa un emparedado de nada pero bien tostada, y como lema, “por detrás o por delante, protegerse lo justo es lo importante”, para lo primero ; y “la virtud como el remedio están siempre en el medio”, para lo segundo, con un cirio bronceador de Factor Diecisiete, y Justo, benditos sean, entre dos piernas abiertas en la arena. O mejor aún, para todos, “tubituín horno tubituín, de cuestionis unde midel aicasquín”, con una calaverilla abrasada en una mano : para mejor impresionar a los feligreses nativos, y por mejor recaudar para irme curtiendo la cara en la actualidad, ya que no alcanzo a verme bronceado por la posteridad. Vale.

J.L.Arántegui Tamayo
www.onada.info


Fuente: J.L.Arántegui