Desde que el mundo es mundo, no es lo mismo querer que decir, ni querer decir que significar. Por ejemplo, “mundo”, que significaba estercolero ; como quien dice, que el mundo es la monda, el que pela a la pela y lo mondado in mundo, y esto es lo que hay ; hasta que tal vez algunos antiguos súbditos del latín quisieron decir con esto, lo que hay, además aquello, lo que no, ay, no hay.
Y a modo de consuelo se inventaron el “ya no” y el “no todavía” que suelen llamarse Historia. Algo más elevado a lo que subirse, como quien dice ; pongamos la cabecera de una página o una red en construcción, allá donde suele enunciarse el infinitivo, para contemplar el estercolero teorizando en vez de patearlo chapoteando. Sólo que “en construcción”, aunque algunos quieran decir con ello otra cosa, significa “sin pies ni cabecera aún”, e infinitivo, “aún por conjugar”, aunque algunos quieran decir que esa cabecera es el Verbo sustantivado, ya conjugado en todos los tiempos, voces y personas. Será menos una : la primera de imperativo.
Habláramos en castellano de a pie, y no diríamos por ejemplo “significación” ni “semántica” como quien reparte agua bendita, sino hacer señas y saber enseñar, como quien salpica ; expresiones que sin embargo tienen la desventaja teológica de que cualquiera las puede enseñar a su vez en cualquier otra seña sin saber programática latina : como que en hacer y saber y enseñar el verbo se hace carne en infinitivo, y el infinitivo sigue pidiendo imperativamente en cada nueva frase personas, tiempos y voces que lo encarnen, en vez de disfrazarse de sustantivo de una voz por todas –eso, sí, estentórea, ya que lleva alzacuellos o alzavoces incorporados, según épocas-. Como quien dice, un indefinido poder ser revestido de Ser en el Poder, como Quien Dice. Esa condición indefinitiva del conjugar hace de cada caso un nuevo modelo de hacerse caso : de “Conjugación”, precisamente, que significa saberse enseñar y conjugar entre otros posibles, que si tal vez responden a las señas del Yo, tal otra ocuparán el papel de Tú, y si hoy disfrutamos del presente de indicativo, mañana quizás requiramos para seguir conjugándonos en el verbo hombrear que otros nos echen una reluciente manita de pretérito imperfecto, como un vivíamos o decíamos ayer. En una palabra, que la conjugación de un verbo es un caso modelo del conjugarse entre voces, tiempos y modos, pero no sobre ellos y en cabecera, de suerte que ninguna persona, tiempo ni modo de hacer o padecer pueda ocuparla solo. O lo que es decir, un sin principio que al modo griego se dice anarjé, y un sinfín que, al modo latino, indefinito.
Pero que tiene la enorme desventaja teológica de no ser conjugable con la Administración, a hostias como raciones, de un Objeto racional pero racionado, Verbo pero Sustantivo y más tangible, audible y multimediable : pongamos un “Lenguaje universal” pero de momento idioma, como el latín o el microsoftés, o ”el Amor de Dios, página en construcción”, teóricamente la más práctica, y prácticamente la más teórica, y viceversa redondo y perpetuo. Como una hostia dialéctica que, en el vaivén y en el entretanto, permite ir viviendo no a Dios, pero como Dios a quien la administra.
Vamos, que conjugar no es subyugar, aunque algunos quieran decir con ello algún infinito “lo mismo” en todo caso, y no un indefinido asemejarse haciéndose caso entre semejantes. Eso debería enseñar por qué una u otra orden vanguardista necesita su latín de jerigonza, y su liturgia de ánimas y animaciones : para que subyugados por lo unísono del decir en un único Son, lo demos por dicho y por Somos, y cautivados en un rítmico Haz, demos por imperio y fascinante fascio consumado el imperativo del verbo hacer, que carece de primera persona. Gramática sólo significa saber de huellas, aunque algunos quieran decir que eso implica saber de pies. Por eso la Gramática, que se llama Gramática y no Programática, no admite conjugable lo imperativo con tiempos futuros o pasados ni con voces pasivas ; no admite conjugable lo imperioso con otros modos ni modales, persuasivos o impositivos, buenos o malos, ni con compasivos reportajes indicativos, ni con sesudas hipótesis psicosociosubjuntivas, aunque puedan parecer lo más cercano : tanto, que a veces hasta se emplea el imaginarse uno ordenándose a sí mismo como si eso fuera estarse ordenando. Es lo que suele llamarse psicoterapia o reformismo, lo que pasaría como me pusiera o me ponga a hablar por esta boquita, que me voy a enterar hasta yo de lo que vale un peine… a mi calavera.
Y sí, tales imaginaciones subjuntivas subyugan, salta a la vista, aunque no a la actual sino a la imaginada. Pero a eso no se le llama conjugarse ni ponerse en yo aquí y ahora entre otros, sino composición de lugar y tiempo, ejercicio espiritual o literatura. Por no hablar de ese potencial inagotable, ese que siempre tienen España o yo por ejemplo, qué curioso, desde que se puso de moda comenzar a decir diciendo “yo diría”. Y es que no hay potencial más inagotable que el correlativo al subjuntivo, el que se sigue de no consumar el acto pero estar siempre en transición, a punto y disponible, como cualquiera, para cualquiera. Es decir, el universo en que viven los que viven no de comunicar, sino del Comunicar, la Comunicación, la Comunión o el Comunismo. O incluso el Sentido Común, materia prima de la prosa de autor privado, cuya particular originalidad no se entendería como tuviese que pararse antes a hacer común todo lo que de particular tiene una Silla en que sus personajes van y se sientan. Hasta el prosista capitaliza un sentido común en beneficio propio, y un haberse conjugado, para subyugar con un modo de conjugar o estilo tan prometedor : de nuevas aunque idénticamente “peripecias”.
Quizás por eso sean los poetas lo que más saben de conjugaciones, y menos dicen al respecto en la prosa de la historia ; los más avezados a puras veces en materia de semejanzas, en inmateria de saber a qué se parecería un imperativo de Verbo vivido en primera persona. Quizás por eso no lo intentan. Por avezados en el destino del hablar cuando se conjuga como verbo en todas y cada una de sus figuras, dando persona, voz y tiempo incluso a adverbios, comas y preposiciones : sin hablar ya (puesto que ya hablan solitos gracias al poeta) de los sustantivos olmos del Duero, o de rios que sacan el pecho donde los hombres no, para decirle a los reyes imperiosas verdades a la cara. Por avezados en hacer las veces aun de aquellos a quienes nunca se les dan en el Verbo administrado, en dar voz y tiempo y modo de personarse en el coro al armónico moverse de las bestias, al pausado mudar inmóviles las plantas, y aun al lentísimo variar que es el tiempo y el alma planeta de las piedras.
Quizás por eso subyugue el poeta, a su pesar, manteniendo a salvo de la historia ese imposible imperativo de Verbo, vivirse infinitivamente en primera persona, sabiendo a qué última estrofa, en griego catastrofé, ha llevado y está llevando la prosa histórica de sillas para sentarse y humanidades dadas por sentadas, a efectos prácticos, para ahorrar tiempo : a dilapidarlo de golpe en una catástrofe de poesía perdida, y de aterrorizada avidez por recuperarla de una voz por todas.
No, la Gramática no admite que se enuncie públicamente entre todos un enunciador imperial en primera persona. Y es que a diferencia del Mundo, admirativo estercolero de mondas de lo habido a la voz de ¡hay !, la gramática es de lo que no, ay, no hay. No, con toda seguridad, hasta que tal vez se haya hecho preceder al ay público ante tanta catástrofe un cierto e imposible signo de silencio.
J.L. Arántegui
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Fuente: J.L. Arántegui