Editorial de EL PAIS
Ciertamente no soplan vientos favorables para cualquier musulmán en Occidente. El terrorismo tiene buena culpa de ello, aunque, de no existir, igualmente habría gestos de discriminación. La sospecha se ha apoderado de no pocos ciudadanos, que se convierten en jueces sumarísimos y criminalizan sin más a otras personas en función de rasgos físicos y atuendos. Mal asunto es que las personas de a pie seamos víctimas del pánico y vayamos más lejos que nuestras autoridades a la hora de imponer medidas de seguridad. Tales actitudes no hacen sino engordar a quienes ejercen el odio étnico.
Editorial de EL PAIS

Ciertamente no soplan vientos favorables para cualquier musulmán en Occidente. El terrorismo tiene buena culpa de ello, aunque, de no existir, igualmente habría gestos de discriminación. La sospecha se ha apoderado de no pocos ciudadanos, que se convierten en jueces sumarísimos y criminalizan sin más a otras personas en función de rasgos físicos y atuendos. Mal asunto es que las personas de a pie seamos víctimas del pánico y vayamos más lejos que nuestras autoridades a la hora de imponer medidas de seguridad. Tales actitudes no hacen sino engordar a quienes ejercen el odio étnico.

Ciertamente no soplan vientos favorables para cualquier musulmán en Occidente. El terrorismo tiene buena culpa de ello, aunque, de no existir, igualmente habría gestos de discriminación. La sospecha se ha apoderado de no pocos ciudadanos, que se convierten en jueces sumarísimos y criminalizan sin más a otras personas en función de rasgos físicos y atuendos. Mal asunto es que las personas de a pie seamos víctimas del pánico y vayamos más lejos que nuestras autoridades a la hora de imponer medidas de seguridad. Tales actitudes no hacen sino engordar a quienes ejercen el odio étnico.

El aeropuerto de Málaga ha sido escenario, precisamente, de un acto de islamofobia, de simple y puro racismo, absolutamente censurable, saldado, por desgracia, con el triunfo de quienes decidieron que un vuelo de una compañía británica de precios baratos con destino a Manchester no podía despegar, el pasado día 16, mientras se encontraran a bordo dos de los pasajeros. ¿La razón ? Ambos tenían rasgos paquistaníes, hablaban en árabe, eran jóvenes y portaban jerséis gruesos y cazadoras de cuero. Es verdad que en plena canícula resulta extraño tal atuendo, pero, al menos en el mundo occidental, cualquier persona es muy libre de vestir como le plazca. El amotinamiento de una familia de viajeros contagió a otros. Al final, los dos presuntos sospechosos -británicos de origen paquistaní y árabe- abandonaron el aparato acompañados por agentes de la Guardia Civil sin oponer resistencia y se vieron obligados a pasar la noche en un hotel. No hubo motivos de detención y regresaron a su país el día siguiente. La intolerancia de un airado pasaje tuvo como consecuencia constatar que empieza a haber ciudadanos de primera y segunda clase.

En defensa de los amotinados cabe la sensibilidad especial del momento, apenas cinco días después del caos que se desató en el aeropuerto londinense de Heathrow a raíz de la operación policial para abortar un presunto plan terrorista contra aviones estadounidenses. Pero no por ello deja de ser criticable el episodio de Málaga. Defenderse de quienes siembran el odio y fomentan el terrorismo está justificado y es un deber de cualquier Estado. La dificultad del problema se halla en cómo no rebasar la débil raya más allá de la cual se violan los derechos de cualquier ciudadano por culpa de una minoría de fanáticos que quieren cambiar el mundo con el terror.


Fuente: EL PAÍS - Opinión