Artículo de opinión de Rafael Cid

“La Universidad de Coruña elimina

26 de los 76 departamentos”

(De la prensa)

“La Universidad de Coruña elimina

26 de los 76 departamentos”

(De la prensa)

Estaba cantado. El Plan Bolonia para la reforma de los estudios superiores en Europa devora a sus padres. Tras aprobarse la mercantilización de la enseñanza universitaria, la soga llega a la casa del ahorcado. Bajo la implacable ley de la oferta y la demanda, los centros han decidido “unificar” (otra vez el término placebo) sus departamentos. O sea, se ha puesto en marcha un proceso para suprimir las especialidades que tienen menos matriculados: las castigadas humanidades. La ley del número que troca calidad por cantidad, precio por valor, y el vector consumista de la era de masas dejará nuestros campus como un páramo intelectual. Será una inmensa escuela de negocios. La última barrera de la transmisión conocimiento ha caído.

En realidad la decisión de “regular” (otro palabro para lidiarnos) el alma mater hace tiempo que mostraba sus perversas intenciones. De aquella cacareada fábrica de títulos sin salida profesional, hemos pasado a un erial de expertos en pensamiento único, analfabetos funcionales de postín. Ingenieros, economistas y demás egresados en habilidades operativas técnico-científicas-comerciales, terminan su etapa de formación sin mácula de sociabilidad. A menudo son incapaces de escribir un texto legible, más allá de los 140 caracteres de un tuit. No son ilustrados, pero están en el mercado del “todo a cien”.

Una distopia que tiene otros frentes de la misma batalla. Lejos de reducir la jornada laboral y anticipar la edad de jubilación para permitir un mayor acceso de nuevos trabajadores al mundo laboral, se promueve cínicamente lo contrario. Más carga de tiempo para asalariados y pensionistas. La trágica consecuencia: paro estructural, salarios basura y riesgo para el sistema de pensiones. Y todo ello se presenta como lógico, normal e inevitable. Cuando no es sino el trágala suicida de una muerte anunciada. Los bárbaros están entre nosotros y no son solo los iluminados que dinamitan las ruinas de Palmira. También hacen de las suyas en  las cátedras, los rectorados, los decanatos, el claustro y los ministerios.

Hay un método en esta locura que explica tanta contradicción y tan poca oposición. Parece lógico que si de la universidad solo salen los altos capataces del neoliberalismo, y las disciplinas humanísticas (Filosofía, Literatura, Historia, Geografía, Filología, Derecho, etc.) son desechadas, el panorama social esté  dominado por licántropos con Smartphone de última generación, tiburones financieros y súbditos del ibex. Esta será la segunda gran mutación del capitalismo en su expansión universal. La primera provocó la emancipación en la praxis de la economía de la política, con la consiguiente pérdida de componente ético. En la actual se profundizará la separación en el plano teórico, al someter todos los conocimientos, saberes y destrezas al troquel de lo directamente rentable. La pregunta oportuna ante semejante deriva orweliana sería: ¿puede haber cultura democrática sin humanidades?

La respuesta salta a la vista. El desinterés por la público, la apatía cívica, el conformismo colectivo, la insolidaridad, la resignación, el arribismo, el culto al dinero, la banalización de la corrupción, el cortoplacismo, y otras manifestaciones competitivas y egoístas señalan en la dirección de un continuo quebranto y olvido de la pautas de convivencia democrática. Un sesgo de interacción ante el que los poderes se muestran indiferentes como demuestran los casos del ataque a la universidad y al empleo ya citados. Donde sería preciso una discriminación positiva para restablecer el ecosistema social, desde las alturas se echa gasolina al incendio porque lo manda la crematística global y el absolutismo de mercado.

Sin embargo, esta situación de innegable emergencia humanitaria puede significar una oportunidad histórica para las personas, grupos e iniciativas populares que han hecho del compromiso, cooperativo, inclusivo y democrático su seña de identidad. Como ocurrió a principios del siglo XX, cuando el mundo obrero aprovechó el numerus clausus de la instrucción para expandirse culturalmente y fomentar alternativas a través de la prensa, los ateneos, las casas del pueblo o las escuelas libres, en el primer tercio del siglo XXI, aunando las nuevas tecnologías, la vieja memoria y los derechos humanos expandidos, los sectores surgidos en respuesta al austericidio (15M, mareas, plataformas ciudadanas y  movimientos sociales) pueden encontrar la caja de herramientas adecuada para  plantar cara a la obsolescencia programada de una democracia…sin demócratas.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid