En ocasiones es complicado justificar o simplemente comprender algunos aspectos del pensamiento político dominante. En la actualidad estamos sufriendo (y lo seguiremos haciendo) comportamientos y medidas basadas en la cultura del miedo, en la desconfianza hacia al propio ser humano, unas políticas que lo que realmente esconden es egoísmo y deseos de inmovilismo social. Propuestas legislativas como las de solo aumentar el trabajo público referido a las fuerzas represoras del Estado o el interés desmesurado por modificar lo antes posible las leyes educativas no son obra del azar.
Las ansias de control y manipulación de la clase dirigente
parecen evidentes, aunque probablemente parte de las raíces
ideológicas de este modelo social se hunden en la propia historia
del pensamiento.
Las ansias de control y manipulación de la clase dirigente
parecen evidentes, aunque probablemente parte de las raíces
ideológicas de este modelo social se hunden en la propia historia
del pensamiento. Por ello, parece importante, hoy más que nunca,
acercarse y conocer brevemente la obra de Thomas
Hobbes, un filósofo oscuro y
misantrópico que influyó en gran medida en las concepciones
funcionales y organizativas de los Estados modernos.
“El
hombre es un lobo para el hombre”,
decía Hobbes allá por el Siglo XVII en un desparpajo de pesimismo
antropológico. Desde ese momento, su “homo
homini lupus”
se ha convertido en una importante idea fuerza basada en la necesidad
de reforzar un “Estado absoluto” y en la sentencia de cabecera de
los abanderados del conservadurismo más rancio. Pero, ¿qué se
esconde tras esta apreciación? ¿Realmente el ser humano es malo por
naturaleza?
No es complicado imaginar que Hobbes era un hombre
complicado y marcado por la incertidumbre y la desconfianza. En su
biografía
podemos leer que su madre lo alumbró de forma prematura por el
terror que tenía la pobre mujer al acercase a las costas británicas
la Armada Invencible. “El miedo y
yo nacimos gemelos” son las
palabras del autor. Parece que desde ese mismo instante, el rencor
por los seres humanos se pondría de manifiesto en cada uno de sus
planteamientos. Por ello, no debe sorprendernos que las teorías de
Hobbes estén basadas en el terror a la guerra, un miedo
latente que le lleva a defender un Estado que garantice la seguridad
de todos, aunque sea a cambio de ejercer un poder ilimitado sobre
cada uno.
Su obra más famosa, Leviatán,
es un influyente manual sobre la organización estatal de la sociedad
y sobre la propia naturaleza humana. Es una obra gris, donde se
justifica el poder estatal sobre las personas por medio de ejemplos
de hasta donde la barbarie humana es capaz de llegar si no se tuviera
ningún tipo de control externo, ninguna autoridad que los guíe:
“Es por ello manifiesto que durante
el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les
obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama
guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre”.
En las palabras
de Hobbes se puede atisbar su desconfianza vital y su visión
negativa del ser humano que le hace entender la vida como una
violenta competición entre personas caóticas, irracionales, movidas
por sus instintos más básicos e incapaces de colaborar.
Para
evitar la guerra de todos contra todos (“bellum
erga omnes”), Hobbes propone que
los hombres deben ceder su poder, sus derechos fundamentales y su
capacidad de decisión a un ente superior que, sin demasiados
paternalismos, garantice por cualquier medio la paz y con ella, la
productividad económica.
Efectivamente, este estado tendrá su
poder fundamental de coerción en la violencia física. “La
autoridad sin el respaldo de la espada no vale nada”
era su opinión al respecto. De esta forma, las fuerzas armadas y
policiales deberán de garantizar la propiedad privada y la
tranquilidad de los súbitos de ese monstruo llamado Leviatán.
Pero,
lógicamente, iría en contra de la propia paz que la fuerza de
Leviatán estuviera aplastando continuamente conatos de guerra
social, por ello, el otro gran puntal de la teoría de Hobbes es la
necesidad de fomentar e imponer la obediencia y la sumisión al
pueblo ante el gobierno y el propio Estado (1).
A raíz de estos
planteamientos, Hobbes considera que los deseos de cambio, las ansias
de progreso y el pensamiento divergente son incompatibles con la
prosperidad: “Suprímase en
cualquier clase de Estado la obediencia (y, por consiguiente, la
concordia del pueblo), y no sólo no florecerá el Estado sino que
quedará disuelto en poco tiempo”
afirma en su Leviatán. Una idea muy recurrente, dentro de su línea
de justificación de cualquier acción violenta contra el pueblo, por
el “bien” del pueblo.
Para asegurarse la obediencia del
súbdito, Hobbes no escatima en estrategias absolutistas, desde
utilizar para el beneficio del Estado los púlpitos eclesiales, hasta
el control absoluto de la cultura. Estos son, a grandes rasgos, los
principales postulados de un filósofo, Thomas Hobbes, cuya herencia
ideológica es fácilmente observable en los actuales planteamientos
sociopolíticos.
Un siglo después, en el XVIII, antes de la
revolución burguesa francesa, Rousseau
vendría a poner el contrapunto a Hobbes con su “El
hombre es naturalmente bueno, es la sociedad lo que lo corrompe”.
Es decir, desde la perspectiva rousseauniana, aunque discutible
también en muchos aspectos, ya no se considera el hombre como un ser
egoísta y violento por naturaleza, sino que es su propio contexto
sociocultural (probablemente como le ocurrió al propio Hobbes) el
que lo convierte en competitivo y desconfiado.
Como Rousseau,
otros muchos pensadores rebatieron hasta la saciedad esa idea de “El
hombre es un lobo para el hombre”,
una sentencia lapidaria en cuanto a la naturaleza humana. Destacamos,
por ejemplo, a Piotr
Kropotkin, pensador
anarquista ruso y padre de la teoría sobre el apoyo mutuo, una
teoría, basada de forma amplia en el darwinismo, donde se defiende
la necesidad de la colaboración y ayuda entre los seres humanos como
alternativa más viable de supervivencia y mejora social.
Sin
embargo, volviendo de nuevo a Hobbes, lo que mucha gente no sabe es
que la frase original “Homo homini
lupus” no es de este autor inglés,
sino que éste la tomó del autor latino Tito
Macio Plauto, concretamente de
su obra cómica Asinaria o
la comedia de los asnos, cuyo texto exacto dice: “Lupus
est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”
que significa: “Lobo es el hombre
para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”,
expresión que sin duda merece la pena recordar.
De esta forma,
Hobbes no toma literalmente la locución latina de Plauto, sino que
la adapta a su propio pensamiento y obvia la última parte que
evidencia la incertidumbre y la ignorancia de aquel hombre que,
efectivamente, es lobo con el hombre. En otras palabras, la moraleja
de la frase original no es que el hombre sea lobo para el hombre,
sino que el hombre ignorante es lobo para el hombre, así, la gran
enseña hobbesiana, es tirada ya por tierra por su autor original dos
mil años antes de que el propio Hobbes naciera.
Como hemos
comprobado, el egoísmo y el miedo se mezclan en el pensamiento de
Hobbes, un temor probablemente basado en la propia ignorancia hacia
el otro, pero que continua siendo un importante recurso, tal y como
podemos comprobar en la actualidad, para todos aquellos que desean la
predominancia de los valores conservadores, reaccionarios y el
continuismo del estatus quo social y político.
El miedo se
combate con el conocimiento, la ignorancia con el intercambio y la
construcción conjunta de la realidad. Negar las posibilidades
racionales y de autoorganización del ser humano es probablemente
negar nuestra propia esencia social. Hobbes hizo una teoría a la que
se han agarrado históricamente con uñas y dientes una casta de
dirigentes déspotas que pretenden seguir convenciéndonos de que el
sistema de represión y manipulación que les sustenta es por nuestro
propio bien.
—
Nota:
(1)
Puelles, M. (2004). Elementos de política de la educación. UNED:
Madrid
Koopiloto G.R.
Http://koopiloto.blogspot.com/
Fuente: Koopiloto G.R.