Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

La actualidad se abre con el requerimiento del primer mandatario mexicano Sr. Obrador, tanto al Papa Francisco (hispano argentino) como al Rey de España (hispano español), para que pidan públicamente perdón a los pueblos indígenas del continente americano. Y esto se hace en fecha cercana a la del 12 de octubre, en España fiesta de la Hispanidad, en época franquista llamada de la Raza. El año que viene en México se cumplen los 500 años de la llegada de un puñado de hombres españoles que capitaneaba Cortés.

La actualidad se abre con el requerimiento del primer mandatario mexicano Sr. Obrador, tanto al Papa Francisco (hispano argentino) como al Rey de España (hispano español), para que pidan públicamente perdón a los pueblos indígenas del continente americano. Y esto se hace en fecha cercana a la del 12 de octubre, en España fiesta de la Hispanidad, en época franquista llamada de la Raza. El año que viene en México se cumplen los 500 años de la llegada de un puñado de hombres españoles que capitaneaba Cortés.

La llegada de españoles a las tierras americanas está jalonada de acontecimientos horribles, sangrientos y epidémicos que acabaron con la vida de millones de seres humanos americanos. Dicho esto, más allá de las enfermedades de las que eran portadores los recién llegados de Europa y que eran desconocidas en aquellas tierras, lo cierto es que en ningún momento la llegada de estos seres, venidos de occidente allende los mares, alteró una idílica vida pacífica inexistente entre los pueblos indígenas. Ya que, salvo raras excepciones, se relacionaban guerreando y haciéndose la pascua unos a otros. Concretamente los más poderosos, tanto Mexicas como Incas, sometían al resto de tribus a vasallaje o esclavitud. Solo las disensiones violentas entres los pueblos indígenas explica que un puñado insignificante de españoles pudieran hacerse con el poder de esos dos grandes imperios. Que mucha maldad acompañó la llamada “evangelización” de las indias, es un hecho innegable. Que toda esa maldad fuese importada desde España es harina de otro costal. Dicho esto nunca se justifica la violencia del signo que fuese.

Diversos enfoques históricos, que han sufrido variaciones con el tiempo, enfatizan aspectos negativos o positivos de la presencia española en América. Una especie de haber y debe, que a bote pronto en el haber colocan la “evangelización”, la lengua, el mestizaje, la defensa de los derechos de aquellas gentes, o la cultura… y en debe anotan el exterminio, por enfermedades, explotación, saqueos y esclavitud de pueblos indígenas enteros. Para profundizar en uno u otro sentido hay que leerse gruesos estudios que utilizan fuentes documentales extensas, más en el campo español, que en el americano, ya que un buen número de esas fuentes fueron meticulosamente destruidas por los conquistadores.

La imagen de “los españoles” sometiendo a los pueblos indígenas es de cartel propagandístico ya que poco se reflexiona sobre la explotación de las gentes humildes, gentes del pueblo, tanto en una orilla como la otra del océano atlántico . Porque no ha sido el pueblo español el agente “conquistador”, ya que este pueblo siempre ha estado sometido por las clases dirigentes que, tanto aquí en España como allá en las Españas, han explotado a todo el que han podido. Millones de españoles han dejado sus vidas también en América y sólo una minoría, la élite, ha utilizado el poder para aumentar sus riquezas a costa del sufrimiento y la muerte. Pobres gentes, aquí y allí, a las que no solo hay que pedir perdón, sino sobre todo, restituirles las enormes riquezas expoliadas. Los pueblos indígenas hispanos, de allí y de acá, después de 500 años de explotación por la Corona, la nobleza, la aristocracia (española o criolla que tan montan) y la Iglesia, se merecen ser restituidos y que a cada cual se le aporte la parte que le corresponda de la extraordinaria acumulación de plusvalía que durante cinco siglos se han acumulado para el ejercicio del inmenso poder de estas élites, aún en activo.

Rafael Fenoy Rico

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico