Artículo de opinión de Rafael Cid
Acaba de celebrarse en la ciudad coruñesa de Ferrol un congreso sobre la figura de Hildegart Rodríguez Carballeria con motivo del centenario del nacimiento de la joven revolucionaria feminista.
Acaba de celebrarse en la ciudad coruñesa de Ferrol un congreso sobre la figura de Hildegart Rodríguez Carballeria con motivo del centenario del nacimiento de la joven revolucionaria feminista. En el interesantísimo encuentro de tres días de duración, espléndidamente organizado por el Ateneo Ferrolano que preside Eliseo Fernández, se han leído ponencias y celebrado conferencias y mesas redondas a cargo de historiadores, escritores e investigadores para glosar la legendaria personalidad de la adolescente que con solo 18 años de edad se convirtió en una referencia mundial en la lucha por la plenitud de derechos de la mujer.
Para quien no lo sepa, hay que decir que la historia de Hildegart es a la vez la historia de una tragedia griega en la España de principios del siglo XX. Hildegart fue el proyecto vital de una madre, Aurora Rodríguez Carballeria, para traer al mundo una hija que, por su superior inteligencia y tesón, liderara a las mujeres y a las capas más humildes de la sociedad hacia su completa emancipación. Con ese objetivo planificó hasta los menores detalles; desde la elección del nombre, Hildegart, que significa “jardín de la sabiduría”, hasta la elección de su colaborador sexual (que no padre ni marido) en una persona que tuviera las características físicas, morales e intelectuales que permitiera abrigar el alumbramiento ambicionado.
El resultado, gracias a la pertinaz y a menudo asfixiante tutela de la madre, fue una muchacha que la los 3 años sabía escribir; a los 8 hablaba 6 seis idiomas; con 13 había terminado el bachillerato y recién cumplidos los 17 la carrera de Derecho. Amén de haber dado decenas de conferencias, tener publicados centenares de artículos en las publicaciones más prestigiosas de la época; editado 14 libros y mantener fluida relación epistolar con personalidades mundiales como el famoso sexólogo Havelock Ellis y el escritor H.G.Wells, que la consideraban una de las mujeres más avanzadas y talentosas de su tiempo. Tragedia en fin, porque recién cumplidos los 18 años su madre le quito la vida de varios disparos mientras dormía, al considerar ambas mujeres que el ideal que buscaban estaba a punto de fracasar por injerencias que lo podían desvirtuar.
Como fácilmente se comprenderá un hecho de esta naturaleza (“un infanticidio”, según el canon) no podía ser admitido ni comprendido por una sociedad anclada en el culto a la única religión verdadera, el coactivo disciplinamiento al Estado y sus leyes y la supeditación reverencial al macho, versión padre de familia o marido. El “crimen Hildegart” era tan antinatural, tan odioso, para aquella mentalidad que no fueron pocos los que buscaron la explicación salvadora en la supuesta “locura” de la madre o incluso sacando a relucir inexistentes conflictos ocultos de tipo lésbico. Cuando en 1914 nacía Hildegart, con la obsesión de Aurora de convertirla en una heroína de la rebelión de los abajo frente a los de arriba, había estallado la Primera Guerra Mundial y los trabajadores de las principales potencias europeas, que apenas cincuenta años atrás proclamaban “ser hermanos”, se mataban entre sí en los campos de batalla por mandato de sus respectivos gobiernos. Una masacre que casi nadie tildó de antinatural ni odiosa. Era la civilización occidental.
Lo que ocurre es que parecida categorización persiste hoy en día. Pasado un siglo del fenómeno Hildegart la perplejidad de las personas de bien ante ese particular “asalto a los cielos” protagonizado por una madre y una hija se mantiene. Y durante las citadas jornadas se manifestaron opiniones (con toda legitimidad) que denotaban reservas, malestar y rechazo ante la falta del menor sentimiento de culpabilidad y plena responsabilidad con que Aurora asumió siempre el final pactado con su hija. Seguramente muchas de las personas que así juzgaron habrán visto la película “Amor” de Michael Haneke, pero también casi con idéntica seguridad que no encontraron similitudes. Y en cualquier caso, posiblemente el juicio sobre ese parangón se bifurcaría entre la terminante sanción moral por la anomalía de ser el “caso Hildegart” un hecho real, con personajes de sangre y hueso, y la apacible diletantismo respecto “Amor”, una simple ficción cinematográfica.
Sin embargo el alegato de “irracionalidad” esgrimido contra el tándem Aurora-Hildegart, que reposaba sobre una más primaria segmentación del orden mental y social entre lo “normal y lo anormal”, “la bueno y los malo”, “lo establecido y los desviado” que flotaba en el ambiente de los debates del Ateneo Ferrolano, alcanza niveles de esperpento al tener en cuenta el contexto en que tenían lugar. En vísperas de la fiesta nacional de la “Inmaculada Concepción”, oxímoron religioso y cultural que certifica la superstición cognitiva dominante a través del dogma de la “antimadre” Que una madre quitara la vida a su hija sin ningún remordimiento, en pleno dominio de sus facultades y como ejercicio de suprema autoafirmación ante la teología heteronómica del “Dios creador”, era un crimen repugnante. Por el contario, lo normal, lo bien visto, lo racional y lo justo es que toda una sociedad reverencie a “la madre de Dios” como “Inmaculada Concepción”. Una idolatría que conlleva el desprecio a las mujeres reales que paren con mácula. ¡Por guarras y pecadoras!
Sirva lo dicho hasta aquí para poner de manifiesto que la lucha contra el patriarcado es la madre de todas las batallas que compete a hombres y mujeres en la necesaria marcha hacia la emancipación integral. Por encima de otras reivindicaciones, sociales, políticas o económicas, solo la refutación argumentada del patriarcado nos hará verdaderamente libres e iguales. Como afirma la investigadora en Historia Social y movimientos feministas, Ana Muiña, en la introducción del libro “Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart”, del viejo periodista libertario Eduardo de Guzmán”: “Si entendemos que el patriarcado es el pilar donde se sustentan todos los otros sistemas de opresión, y está basado en la jerarquía de género que da primacía al varón –y a las estructuras de Poder que lo representan y legitiman en cada momento histórico- con la complicidad de muchas mujeres colonizadas por los mecanismos de dominio ocultos y cotidianos, podemos afirmar que el género es la forma primaria de las relaciones de poder y de sus articulación”.
La caza de brujas era feminicidio.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid