Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado
Esta crisis pasará, pero no porque lo diga el presidente o el rey, sino porque antes la humanidad ha pasado otras; algunas incluso más graves que la del coronavirus, pero entonces no había televisión ni redes sociales. Detrás de la pandemia quedarán miles de muertes, millones de seres más empobrecidos, más paro, más recortes, menos libertad, más vigilancia y más miedo; a las epidemias y a los que vigilan.
Esta crisis pasará, pero no porque lo diga el presidente o el rey, sino porque antes la humanidad ha pasado otras; algunas incluso más graves que la del coronavirus, pero entonces no había televisión ni redes sociales. Detrás de la pandemia quedarán miles de muertes, millones de seres más empobrecidos, más paro, más recortes, menos libertad, más vigilancia y más miedo; a las epidemias y a los que vigilan.
Estos días de forzoso encierro en nuestras casas (quienes la tengan) nos dejan mucho tiempo para meditar, para la reflexión. Desde mi exilio interior a mí también me ha dado por pensar -una de las pocas cosas que no recorta el estado de alarma, quizás porque no hace falta- y sin compartir enteramente los vaticinios que hablan de una crisis de tal calado que pondría fin al capitalismo, no por ello dejo de ver posibilidades de que algunas cosas ya no vuelvan a ser como antes.
No tengo dudas de que mucha gente, por no decir la mayoría, saldrá de este largo y dramático paréntesis con más ganas de comprar compulsivamente, de viajar en avión, de consumir productos exóticos, de cambiar de coche y hasta de seguir contaminando. Ya hay mentes con un cierto peso en la escena política que hablan de una reindustrialización del país. Como si la falta de personal sanitario, de hospitales y hasta la de mascarillas y guantes fuera culpa del insuficiente tejido industrial español y no de los recortes que los gobiernos han infligido a la sanidad y al resto de servicios públicos. En todo caso, si la industria nacional ha perdido competitividad es porque la EU impuso (y nuestros políticos aceptaron) que en este país el futuro fuese para sectores como la construcción o el turismo.
Pero para otro segmento de nuestra sociedad, sobre todo de las generaciones jóvenes, que apenas han participado en el proceso de renuncias y derrotas que hemos vivido quienes estábamos autoconvocados a revolucionar el país tras los 40 años de dictadura, es muy probable que esta crisis suponga la ratificación de la vía de rechazo al modelo social dominante que ya estaba mostrando gran parte de la juventud con sus movilizaciones contra el cambio climático, el racismo, la represión, la precariedad laboral o la carestía de la vivienda.
Lo que parece evidente es que la crisis va a ser aprovechada por el sistema para profundizar en la línea de recorte de derechos y libertades iniciada hace ya unas décadas. La pandemia del coronavirus será una buena excusa para justificar la aceleración de tal proceso, aunque tampoco necesitan más pretexto que la santa voluntad del mercado.
El capital, ante la constatación de que el crecimiento y los beneficios no pueden ser infinitos, recapitula y encuentra en los recortes y privatizaciones la fórmula -aunque sólo sea temporal- de que sus ganancias sigan aumentando a medida que la clase trabajadora es empobrecida. Por eso han decidido que se acabó la etapa dorada del estado de bienestar, durante la que creímos que lo normal para una familia era tener un buen piso y un apartamento en la playa, un televisor en cada habitación, un coche por miembro mayor de 18 años y un teléfono móvil -de los caros- a los seis, viajar tres veces al año (más algún puente) y comprar cosas innecesarias en la rebajas y empeñarse hasta las cejas con letras y préstamos.
Pero de forma inesperada un simple virus (aunque desgraciadamente este no se mata si se cae, como decía un ministro respecto al de la colza) ha venido ha despertarnos de este sueño, pasajero como todos los sueños, y nos pone ante la cruda realidad de un modelo construido con frágiles ideas de progreso, competitividad, triunfo, modernidad y desarrollo. Lo admirable del caso es que, a pesar de los mensajes que recibimos para ser individualistas e insolidarios, el pueblo ha respondido mucho mejor que sus autoridades. Y lo ha hecho, como siempre, con generosidad, con imaginación, con entrega. Las redes de ayuda y apoyo mutuo en barrios y pueblos, los equipos para coser mascarillas o diseñar respiradores, el ofrecimiento del vecindario para cuidar criaturas y hacer la compra a mayores, etc. demuestran que lo humano, lo solidario, lo común, siguen presentes en nuestra individualidad y pueden ser despertados; por una tragedia colectiva o por una toma personal de conciencia.
Para quienes en todos estos años hemos estado en el bando de los perdedores, pero no de los vencidos. Para esa gente que nunca dejamos pasar una ocasión para protestar contra recortes sociales y reformas laborales; para defender sanidad, educación y pensiones públicas; para denunciar el racismo, los desahucios y la precariedad; para exigir el cierre de nucleares y CIE. Para todos nosotros y nosotras es el momento de no desfallecer, de recargarnos de ilusiones, de ofrecer nuestra experiencia y nuestros proyectos de autogestión, de lucha, de participación. El viejo mundo se desmorona, nuestro reto es volver a intentar construir uno nuevo; más justo, solidario y ecológico. Porque, como decía Eduardo Galeano, la utopía sirve para caminar, para perseguirla siempre
Antonio Pérez Collado
Fuente: Antonio Pérez Collado