Evidentemente si deseas la paz prepárate para la guerra, aunque en sentido bastante diferente a como lo interpretaba el imperio Romano. Porque la guerra está aquí, es decir, no es cuestión de evitarla sino de afrontarla. La crisis económica a escala mundial (no sólo europea) requiere intervención de los gobiernos, no de las corporaciones privadas y multinacionales. No obstante éstas parecen que llevan la iniciativa, ya que mangonean a su antojo y capricho a los gobiernos que se dedican a no actuar para respetar las reglas del “gran Juego”. La única regla que saben respetar es la “ley de la selva” que siempre permite que el “grande se coma al chico”.
Mientras los gobiernos, los nuestros incluidos, se dedican a esperar que la crisis se resuelva sola, los grandes salvan sus intereses de la quema y los chicos se arruinan a millones. Y es que esperar es la consigna, para de esta forma hacer posible la acumulación de capital que se está produciendo a escala planetaria.
Mientras los gobiernos, los nuestros incluidos, se dedican a esperar que la crisis se resuelva sola, los grandes salvan sus intereses de la quema y los chicos se arruinan a millones. Y es que esperar es la consigna, para de esta forma hacer posible la acumulación de capital que se está produciendo a escala planetaria. Por esto urge que como sociedad nos movamos, y precisamente porque deseamos la “paz” nos preparemos para la “guerra”. Flota en el ambiente una, llamémosla, esperanza y es preciso confirmarla. Para ello se requiere que asumamos el protagonismo que nos corresponde como pueblo en estos graves momentos. Hay salidas, ¡Sí!, y no es compleja, ni mucho menos gravosa para las maltrechas economías familiares.
Más de una de las personas consultadas, expertas en temas fiscales, abogan por las enormes bondades de una fiscalidad mucho más trasparente. Necesitamos como pueblo conocer, saber que declara cada uno de nosotros, precisamente para recuperar una confianza asesinada por tanta corrupción, de forma que simplemente utilizando internet se pueda acceder a los datos fiscales de cada uno de nosotras y nosotros. Porque en definitiva esos datos deben ser públicos. Más de una persona se llevaría la sorpresa de conocer como un profesional independiente, al que acude para resolver asuntos y que le factura más de 300 euros la hora, declara que gana menos que un trabajador o una trabajadora mil eurista. La presión social que desencadenaría esa información actuaría como el cervantino “bálsamo de Fierabrás, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas”, extendiendo la honradez por esquinas insospechadas de nuestro maltrecho tejido social. Conocer lo que declara un “cargo de confianza” también ayudaría a situar las decisiones inmorales de tanto enchufe y tanta compra de favores.
Pero hay más, si esta transparencia fiscal permitiera deducirse absolutamente todo aquello que adquirimos pagando facturas con IVA, afloraría la economía sumergida que tanta ruina y competencia desleal está generando. Las deducciones en el IRPF se compensarían con creces por la garantía del pago de miles de millones de euros de IVA, que en estos momentos se está dejando de recaudar, y de paso animaría el consumo, porque sería mucho más rentable gastarlo a quien de momento tiene dinero. Salvaguardar la paz (ya quebrada) exige prepararnos para la “guerra”, una guerra contra el fraude a todos los niveles.
Rafael Fenoy Rico
Fuente: Rafael Fenoy Rico