A este pueblo nuestro le han contado tantos cuentos que le ha costado descubrir la esperpéntica realidad que le rodea. Cuentos infumables con finales infelices sin perdices. Cuentos de terror en los que unas barracudas ricachonas y opulentas persuaden a los pezqueñines de que acabar en sus fauces es un sacrificio necesario. Truculentos cuentos con tramas propias de Charles Dickens en los que pululan criaturas hambrientas o ancianos desvalidos, desahuciados o estudiantes, enfermos o parados y toda suerte de criaturas que el establishment considera residuales y gravosas para el Nuevo Orden.
Hasta nos endilgaron un cuento sobre la democracia que casi nos convence de no ser porque, al depredador sistema, se le está viendo algo más que la patita por debajo de la puerta. El caso es que a base de contarnos tantos cuentos se nos están estimulando las neuronas creativas. No era su intención (incitarnos a pensar, digo). Pero ahora empezamos a fabular por nuestra cuenta. Y se nos ocurre un argumento más similar a un tebeo del capitán Trueno. Una historia en la que los malos paguen por sus villanías y los inocentes se salven de un fatal destino.
Hasta nos endilgaron un cuento sobre la democracia que casi nos convence de no ser porque, al depredador sistema, se le está viendo algo más que la patita por debajo de la puerta. El caso es que a base de contarnos tantos cuentos se nos están estimulando las neuronas creativas. No era su intención (incitarnos a pensar, digo). Pero ahora empezamos a fabular por nuestra cuenta. Y se nos ocurre un argumento más similar a un tebeo del capitán Trueno. Una historia en la que los malos paguen por sus villanías y los inocentes se salven de un fatal destino. Un relato en el que las cadenas saltarán en mil pedazos y un vendaval de justicia aventará al carajo a los indignos, corruptos e insensibles gobernantes que están arruinando nuestras vidas. La marca España, por fin, resultó ser la falta de vergüenza. Su enseña: Un chorizo rampante sobre un campo sembrado de cinismo. No es de extrañar que la gente, que cada vez comemos menos embutido, estemos fantaseando con montar una gigantesca barbacoa. Por eso merodeamos por las sedes del PP. Atraídos por el delicado aroma de los selectos morcones y chorizos pata negra engordados con pedazos de personas inservibles, básicamente pobres, que constituyen una lacra para que los poderosos puedan seguir ejerciendo el latrocinio. Pero también con financiaciones ilegales, prevaricaciones, sobornos y piratería contra los ciudadanos en general. Una alimentación que les da mejor lustre que las bellotas más selectas. Sus infames lorzas porquinas excitan a un pueblo famélico de justicia. Por ello, cada vez seremos más los que, como en el cuento de Hamelin, acudiremos a las puertas de los secaderos donde planean merendarse lo que queda del estado de bienestar. Pero como sucede en los cuentos, el cazador puede acabar siendo el cazado. Yo que ellos, en su condición de embuchados , andaría con mucho ojo. Tanto contoneo chulesco de sus corruptas carnes está haciendo salivar a mucha gente. Una interminable ristra de chorizos, puede dar de comer a mucha peña (que le pregunten a Bárcenas). El Partido Popular elabora como nadie este embuchado. Nosotros pondremos las parrillas y el hambre de decencia. ¡Es que van provocando!
Ana Cuevas
Fuente: Ana Cuevas