Muchos pensaban que el 15-M había sido un fenómeno pasajero, una catarsis efímera desaparecida tan misteriosamente como emergió. Sin embargo, los historiadores somos conscientes de que a menudo las cosas más relevantes son las menos públicas, las presentes de manera latente y discreta, manifestadas en pequeños detalles y eventos anónimos, y que, sin embargo, pueden catalizar de forma violenta e inesperada.
El 15-M, contrariamente a lo que algunos medios adictos a las teorías conspirativas aseguraban, no es ningún movimiento institucionalizado ni instrumentalizado, sino más bien una especie de espíritu transversal, más o menos espontáneo, en el que convergen grupos de militantes de larga trayectoria, indignación difusa, ciudadanos apolíticos que se acercan episódicamente, personas de adscripciones diversas y contradictorias y que, sin embargo, coinciden en presentar una enmienda a la totalidad a la imperante democracia liberal de partidos, cautiva de los grandes intereses financieros y empresa
El 15-M, contrariamente a lo que algunos medios adictos a las teorías conspirativas aseguraban, no es ningún movimiento institucionalizado ni instrumentalizado, sino más bien una especie de espíritu transversal, más o menos espontáneo, en el que convergen grupos de militantes de larga trayectoria, indignación difusa, ciudadanos apolíticos que se acercan episódicamente, personas de adscripciones diversas y contradictorias y que, sin embargo, coinciden en presentar una enmienda a la totalidad a la imperante democracia liberal de partidos, cautiva de los grandes intereses financieros y empresariales.
Lo que podríamos denominar, con etiqueta fácil, movimiento 15-M o indignados no se disolvió, sino que, como algunos de sus portavoces indicaban, se retiró a los cuarteles de invierno. Y dada su forma difusa, maleable y adaptativa, que recuerda la del vapor, han ido haciendo y ocupando espacios cada vez más amplios de la disidencia. Porque, efectivamente, en nuestro país hay disidentes silenciados, excluidos de tribunas mediáticas y apartados de las instituciones académicas. Y al margen de un sistema que excluye contingentes cada vez mayores de ciudadanía está incubando un proyecto y un anhelo revolucionarios.
Es decir, las filas del anticapitalismo y los detractores del sistema de democracia representativa son cada vez más amplias y plurales. Un pequeño ejemplo es el prestigio adquirido por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), colectivo de activistas sociales capaces de organizarse para retar la cara más satánica del capitalismo actual: los bancos! A partir de la simplicidad de sus mensajes – «gente sin casa y casas sin gente» – están atacando el principio más sagrado que condiciona la organización social vigente: el de la propiedad. Algunas de las intervenciones de la PAH, compuesta mayoritariamente por víctimas de la rapacidad de la dictadura financiera, han llegado a poner contra las cuerdas al gobierno, porque la moralidad de sus mensajes ha hecho que la inmensa mayoría de la opinión pública los apoye .
La PAH, como el 15-M, también es una pequeña cara visible de un movimiento difuso, de amplio espectro y poliédrico que tiene como objetivo primordial la eliminación del capitalismo y la asunción de una economía fundamentada en una dimensión moral, radicalmente igualitaria y que tendría en la democracia directa, sin intermediarios, el principal medio para alcanzarla y mantenerla. En un momento en que la indisimulada influencia de Troika, CEOE, FAES y financieros internacionales dictan a nuestros representantes la agenda política, el sistema democrático en su configuración actual profundiza su descrédito entre sectores más extensos y transversales de la sociedad. Y precisamente esta nebulosa disidente está articulando un discurso cada vez más claro y tangible.
Una de las principales constataciones, es el creciente interés por la revolución catalana de 1936, la autogestión empresarial y cooperativa, las colectivizaciones en la industria y los servicios, los tribunales populares o, muy especialmente, la olvidada huelga de alquileres que tuvo lugar en Cataluña en la década de los treinta, precursora de buena parte del movimiento ocupa y que a menudo inspira la actuación de la PAH. Los libros y las conferencias sobre estos episodios en los que Cataluña fue el epicentro de la experiencia revolucionaria más espectacular del siglo XX son detalles que pasan desapercibidos ante el ruido de las movilizaciones del 2011 o el ingenio de las consignas. No sólo articula un relato propio, fundamentado en la tradición libertaria y rehecho desde la innovación de las redes sociales, también la niebla revolucionaria se extiende en una articulación política. La cara más visible podría ser la forma como las silenciadas CUP han irrumpido en las instituciones.
Sin embargo, en cada ciudad importante se generan plataformas críticas en que se incuba un activismo tan preocupante para el poder que no duda en utilizar la represión preventiva típica de las dictaduras. Las detenciones indiscriminadas en las últimas huelgas generales o la criminalización de los activistas en determinados medios indican la preocupación del poder por la extensión de este magma candente que es el odio en expansión contra las crecientes desigualdades con que se administra lo convencionalmente descrito como en crisis.
Lo cierto es que el rumor de indignación de la creciente legión de afectados por la economía abducida por los mercados se va alzándo como un proyecto político en el que la no aceptación de la deuda financiera, la creación de tribunales populares contra políticos corruptos y banqueros , la colectivización de la economía, la igualación de los recursos económicos, el reparto del trabajo y la riqueza acaban convirtiéndose en la agenda de un movimiento que se acerca hacia los postulados revolucionarios, hacia una revolución que tiene como referente la silenciada colectivización catalana del 1936, historiográficamente escondida tras las víctimas mortales de la violencia revolucionaria.
Lo cierto es que, en un momento en que buena parte de los catalanes han asumido el derecho a decidir el color del pasaporte, cada vez son más los que consideran que también tenemos el derecho a decidir sobre la asignación de los recursos o sobre la administración de las desigualdades sociales. Técnicamente, esto se llama efervescencia revolucionaria.
* Xavier Díez, historiador
http://blocs.mesvilaweb.cat/node/view/id/237445
http://cgtcatalunya.cat/spip.php?article8478
Fuente: Xavier Díez