Artículo de opinión de Carlos de Urabá.

Un día en el Rincón del Arte Nuevo en Madrid escuchando al genial cantautor chileno León Canales interpretar el poema «El Perezoso» de Pablo Neruda comprendí hasta qué punto puede llegar la insensatez de nuestra civilización occidental. Este poema escrito en 1957 luego del lanzamiento del Sputnik por la Unión Soviética, nos alerta sobre la locura de la carrera espacial y sus consecuencias.

«Continuarán viajando cosas

de metal entre las estrellas,

subirán hombres extenuados,

violentarán al suave luna

y allí fundarán sus farmacias.

 

Un día en el Rincón del Arte Nuevo en Madrid escuchando al genial cantautor chileno León Canales interpretar el poema «El Perezoso» de Pablo Neruda comprendí hasta qué punto puede llegar la insensatez de nuestra civilización occidental. Este poema escrito en 1957 luego del lanzamiento del Sputnik por la Unión Soviética, nos alerta sobre la locura de la carrera espacial y sus consecuencias.

«Continuarán viajando cosas

de metal entre las estrellas,

subirán hombres extenuados,

violentarán al suave luna

y allí fundarán sus farmacias.

 

En este tiempo de uva llena

el vino comienza su vida

entre el mar y las cordilleras.

En Chile bailan las cerezas,

cantan las muchachas oscuras

y en las guitarras brilla el agua.

 

El sol toca todas las puertas

y hace milagros con el trigo.

El primer vino es rosado,

es dulce como un niño tierno,

el segundo vino es robusto

como la voz de un marinero,

el tercer vino es topacio,

una amapola y un incendio.

 

Mi casa tiene mar y tierra,

mi mujer tiene grandes ojos

color de avellana silvestre.

Cuando viene la noche el mar

se viste de blanco y de verde

y luego la luna en la espuma

sueña como novia marina.

 

No quiero cambiar de planeta»

Magistral poema que nos deja una moraleja aleccionadora: «no quiero cambiar de planeta» porque al parecer la tierra como tantas otras cosas es un objeto desechable y tiene fecha de caducidad. En cualquier momento hay que evacuarla y ya se están buscando otros mundos que alberguen a nuestra decadente civilización.

A nadie debe sorprender tan demenciales proyectos pues la destrucción que ha sufrido nuestro planeta en el último siglo ha sido devastadora. El capitalismo se ha ensañado sin compasión explotando los recursos naturales e imponiendo un sistema depredador que lo condena a muerte. Sin lugar a dudas en el campeonato mundial de estupideces el primer puesto lo ocupa la llegada del hombre blanco a la luna.

¿Cómo pueden vanagloriarse de tamaña profanación? Para el imperialismo no existen limites pues su irrefrenable deseo es dominar hasta la último rincón de la vía láctea. No hay más que observar como las masas alienadas por la propaganda que escupe la prensa, radio, televisión, Internet, las redes sociales, celebran el cincuenta aniversario de la llegada de esas tres cobayas yankees a la luna.

Como si fuera poco los astrónomos, es decir, los «gamonales galácticos» ya han acotado el territorio estelar a su antojo autoproclamándose descubridores de los planetas, satélites, estrellas, galaxias y constelaciones. Incluso hasta las que han bautizado a su capricho y con títulos de propiedad y todo. Aunque parezca ciencia ficción el cosmos ha sido privatizado y con unas fronteras bien definidas. Cualquier parecido con el reparto del continente africano realizado en el Congreso de Berlín de 1885 es pura coincidencia.

A partir de los años sesentas del pasado siglo la carrera espacial enfrentó en una feroz competencia a los Estados Unidos y la Unión Soviética para ver quién era el primero en enviar un un ser humano al espacio. Por supuesto, las dos superpotencias en plena guerra fría se jugaban el honor y el prestigio. Que si los Spuniks, o los Apolos, que si los Saturnos o los Soyuz, Se lanzaron un sin fin de cohetes experimentales no tripulados y otros tripulados por perros, gatos o monos hasta que por fin en el año 1961 Yuri Gagarin, un simio ruso mujeriego y amante del vodka, logró orbitar nuestro planeta a bordo del Vostok 1 « Por aquí no veo a Dios » -fue la célebre frase que pronunció el cosmonauta cuando se encontraba más allá de la estratosfera. Desde luego que no lo veía porque él se había convertido en Dios.

Los americanos envidiosos tenían que superar el listón, realmente fueron humillados y necesitaban cobrarse la revancha. Ante el tremendo reto y con las espadas en alto el presidente Kennedy prometió que antes de terminar la década de los setentas los EEUU enviarían una misión tripulada a la luna. Se gastaron millonadas y millonadas de dólares en planificar tal odisea, se dilapidó una cifra exorbitante con la cual bien se hubiera pagado el presupuesto de educación y sanidad de todos los países del Tercer Mundo durante cinco años. Lo cierto es que los americanos jugaban con ventaja pues contaban en sus filas con el mercenario nazi Wernher von Braun, genio científico creador de armas letales para Hitler, y que fue el encargado de diseñar para la NASA el cohete Saturno V con el que lograron coronar la luna en 1969.

Cuentan las leyendas que el viajar a nuestro satélite situado a 400.000 kilómetros de distancia era uno de los sueños que obsesionaba al ser humano desde la época de las cavernas. Ahora una raza superior elegida por Dios lo iba a hacer realidad.

El día 20 de julio de 1969, Neil Armstrong y Aldrin alunizaban en el módulo Eagle mientras que Collins se quedaba a bordo del Apolo 11 monitoreando el desembarco en el «mar de la tranquilidad». Armstrong a las 2:56 hora internacional fue el primero en consumar la violación «un gran paso para la humanidad» sentenció radiante el filibustero antes de pisotear la superficie lunar con sus sucias y malolientes pezuñas. Al cabo de unos minutos descendió su compinche Aldrin quien cual potro desbocado dejó tras de sí una estela de bilis y diarrea. Como no podía faltar en estas parodias yankees las dos estarlettes clavaron una banderita con las barras y estrellas y bailaron al ritmo del US anthem para festejar tan magno acontecimiento. Por último dejaron sobre la superficie una placa cuyo texto reza: «vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad», ¡en son de paz el séptimo de caballería que ha sembrado de muerte y teñido de sangre los rincones más recónditos de la tierra!

Pero lo más inquietante del caso es que algunos investigadores dereconocido prestigio aseveran que todo lo que vimos ese día a travésde televisión no fue más que un producto de un montaje hoollywoodiano, o sea, una vil parodia supervisada por Mr. Stanley Kubrick, el creador de 2001 la Odisea en el Espacio. Los piratas cósmicos sin remordimiento alguno mancillaron nuestra adorable y virginal luna, la luna de los enamorados, la luna de los poetas ultrajada por esos monstruos sifilíticos y escleróticos. ¡Qué asco!

La prensa mundial alabó la epopeya con soberbios titulares: «ha sido la más grande hazaña después del descubrimiento de América», «la historia se dividirá en antes y después del alunizaje», «dos hombres caminan en la luna». No sé qué gracia tiene caminar sobre un arenal estéril a una temperatura de 110 grados centígrados rodeados de cráteres y meteoritos. ¿Hicieron algún aporte importante al bienestar de la humanidad? ¿Tal vez descubrieron el secreto para erradicar el hambre del planeta o para luchar contra las injusticias que padecen millones de seres que no tienen agua, ni un techo donde guarecerse y mueren como moscas por culpa de las plagas y enfermedades?

Si supieran los pobres de la tierra acostumbrados a sobrevivir con un dólar diario que estos sinvergüenzas tras décadas de investigación y gastos se fueron de safari a nuestro satélite tan sólo para traernos de souvenir un montón de piedras y un puñado de arena.

Dijeron que todos esos experimentos contribuirían al desarrollo de la ciencia. Algunos argumentarán que gracias a los científicos de la NASA hoy gozamos de avances tecnológicos tales como computadores, teléfonos móviles, Internet, televisión vía satélite y otros artilugios. Pero lo cierto es que las mayores investigaciones se han concentrado en perfeccionar la industria armamentística y sus infernales métodos de destrucción masiva.

Debemos reconocer que nuestro planeta se encuentra en uno de los momentos más críticos de toda su existencia: las especies se extinguen, las selvas desaparecen arrasadas por los incendios, los ríos no son más que desagües pestilentes, los mares cementerios de plástico, la atmósfera terrestre irrespirable y el cambio climático irreversible. La tierra, que es el único sito donde a ciencia existe vida en el universo se está trasformando en un erial, en una inmunda cloaca. Nuestro planeta azul ya no es azul sino que su color se va tornando a marrón viscoso que da esa mezcla de mierda y de basura.

Mientras esos tres boy scouts de excursión por el espacio jugando a los exploradores y masturbándose mutuamente en el Apolo en un vano intento por calmar sus instintos básicos. Que más se puede esperar de unos caraduras herederos de Colón, Cortés, Pizarro, Morgan, Drake, Raleigh. Estos bastardos nos quieren hacer creer que esto es el progreso, los genocidas inventores de las bombas atómicas más poderosas capaces de borrar toda huella de vida sobre la tierra en segundos por arte de magia nos vienen con el cuento del amor y la fraternidad.

No es de extrañarse que sucedan estas cosas pues los rasgos característicos de la civilización occidental son la megalomanía y los delirios de grandeza. El llegar los primeros al Everest, al Polo Sur o al Polo Norte y grabar en letras de oro sus nombres en los anales de la historia.

Seguramente están buscando otros planetas ante el inminente apocalipsis que anuncian los profetas Con razón tantos cohetitos y transbordadores Challenger y Discovery o estaciones espaciales. Y mírenlos allí a esos en la estratosfera hacinados como pollos en esos cacharros aguantando ese olor a puerco que expelen por los sobacos. Es como vivir en un quirófano conectado a cables y mangueras alimentándose con suero, jarabes y pastillas. Nos estamos metamorfoseado en fríos autómatas carentes de sentimiento alguno cuyas funciones vitales se limitan a resolver problemas de álgebra y la geometría.

El futuro que nos espera no es otro que ser esclavos de las máquinas y la robótica. Dormiremos y cagaremos en la gravedad cero donde los meados y la mierda flotan, haremos el amor en una probeta y nuestra única distracción serán los jueguitos del PlayStation.

Nos ha poseído el espíritu maléfico de la civilización occidental cuyo único fin es devorar dólares y hamburguesas.

Como admirador de Neruda estoy totalmente de acuerdo con sus versos de protesta y también me pregunto:

¿Dónde encontraremos un planeta como el nuestro la Gaia o madre tierra que engendra la vida?

¿Cómo plantar un manzano en la luna, una viña en Júpiter, cómo bañarnos en un volcán marciano o hacer el amor en Ganímedes metidos en un traje espacial y soportando 1.000 grados de temperatura?

Ahora Europa y EEUU dicen que van a aunar esfuerzos para enviar nuevamente una expedición a la Luna y estudian la posibilidad de conquistar Marte en unas cuantas décadas. Es una promesa que hizo durante su mandato Obama y que ahora recoge Donald Trump como máximo representante del imperialismo yankee. Ambos viajecitos nos van a salir por una cifra, nunca mejor dicho, astronómica. No sé cómo les van a explicar a los parias de la tierra, a los hambreados y empobrecidos que se van otra vez de weekend a la Luna y si la jugada sale bien de hollydays a Marte. No obstante China a enviado sus primera nave a la luna, la India no se queda atrás, los israelitas también. incluso hasta Brasil ya ha lanzado algunos cohetitos al espacio y en el colmo Colombia quiere construir un centro espacial.

Es imperdonable que se continúe esta carrera a ninguna parte a la que nos arrastran estos extravagantes diosecillos que se creen el ombligo del universo cuando no son más que unas insignificantes sanguijuelas.

Carlos de Urabá 2019


Fuente: Carlos de Urabá