El complicado viaje a través de una idea-proyecto ambiciosa pero oscura que sólo el vicepresidente Biel sabría calificar como normal. Y lo que cualquier ciudadano bien informado podría deducir al respecto.
En el principio de los tiempos (o sea, entre el 2005 y el 2006), lo que ahora se conoce como Gran Scala se llamaba "proyecto Los Monegros". Biel y Aliaga todavía no se habían encandilado con el tema. Los promotores del descarado invento no podían ni soñar con el nivel de complicidad institucional del que disfrutan actualmente.
El complicado viaje a través de una idea-proyecto ambiciosa pero oscura que sólo el vicepresidente Biel sabría calificar como normal. Y lo que cualquier ciudadano bien informado podría deducir al respecto.

En el principio de los tiempos (o sea, entre el 2005 y el 2006), lo que ahora se conoce como Gran Scala se llamaba «proyecto Los Monegros». Biel y Aliaga todavía no se habían encandilado con el tema. Los promotores del descarado invento no podían ni soñar con el nivel de complicidad institucional del que disfrutan actualmente.

El «proyecto Los Monegros» fue la invención de unos personajes a los que no es fácil clasificar. No eran ni son hombres de negocio al uso sino otra cosa más compleja. Y su epatante idea surgió en buena medida como ruta de escape y retorno al mundo feliz tras el atropellado y oscuro final de una abracadabrante aventura anterior.

Para Paul Stephan Allegrini y Christian Colus, dos de sus actuales cerebros, Gran Scala representa la continuación lógica (desde su punto de vista) de Goldenpot, un casino virtual y global que sólo funcionó en Bolivia y cuya central estuvo radicada en Barcelona hasta que vinieron los embargos.

Gran Scala, como su propio nombre indica, corre mucho más lejos y vuela mucho más alto que aquel Goldenpot. Este tinglado de ahora es absolutamente monumental, una pasada. Si hay complicidad institucional, suelos y un entorno social adecuado, el asunto podría ser una mina.

Allegrini y Colus, Riera y Carreras, Muniesa y Espadalé… el senador del PAR José María Mur. Todos ellos, juntos aunque no revueltos, fueron madurando una propuesta cuya patente original reclama Muniesa para sí. Pero fueron los cuatro primeros (dos franceses y dos catalanes) quienes han acabado pilotando una operación que siempre pareció desmesurada y quimérica y ahora malvive en medio de sucesivas revelaciones alarmantes, aferrada tan asólo a la terca voluntad su gran valedor político (eliminado Mur del reparto) : el vicepresidente del Gobierno aragonés y presidente del PAR, José Ángel Biel, el mismo hombre que estos días, cuando se revela lo que hay detrás del barullo, pide explicaciones a los demás en lugar de darlas él, como sería lo lógico.

Goldenpot nos da la pauta. También aquél fue un proyecto ambicioso, mucho más que las loterías al uso en internet. Tenía una magnífica sede (alquilada) en el World Trade Center (WTC) de Barcelona, una tecnología informática supuestamente puntera, una vocación globalizadora traducida en sucesivas sucursales de las cuales solo una (la boliviana) llegó a funcionar. Pero lo más importante era el modus operandi : una sociedad española de capital mínimo manejada por Christian Colus, tras la cual existía otra sociedad luxemburguesa desde la que actuaba Paul Stephan Allegrini. Detrás de esta pantalla iba a crearse un complejo societario más sofisticado para mover beneficios y royalties lo más lejos posible del fisco.

Si hubo beneficios e inversiones reales, nunca se supo. Cuando empezaron a llegar los acreedores solo quedaban los muebles y una cuenta vacía en la oficina del Banco de Sabadell ubicada en el mismo WTC. Era el año 2005 cuando Allegrini y Colus se fueron a Francia. En España, Goldenpot debe en estos momentos más de 300.000 solo a entidades oficiales españolas, Pero dio un recital de sus posibilidades en Bolivia : dejó un tupido rastro de impagados, empezando por los proveedores locales de hardware y acabando por los ingenuos jugadores que creyeron haber obtenido premio en el casino virtual.

En 2006, los «ex» de Goldenpot y varios conocidos suyos empezaron a imaginar nuevos negocios. Josep Carreras y Jaume Riera, que eran unos asalariados de las empresa (del sector del juego) de la familia *Sanahuja*, vieron que el proyecto podía dar mucho de sí, y acabaron montándoselo por su cuenta. De esta forma, entre codazos, conspiraciones internas y arreglos sobre la marcha, Gran Scala echó a andar.

Parece ser que Arturo Aliaga, el consejero de Industria, Comercio y Turismo de la DGA, se dejó deslumbrar fácilmente y que su jefe directo, el vicepresidente del Gobierno aragonés, José Ángel Biel, lo vio muy claro : proyectar una neociudad del ocio en la estepa monegrina podía convertirse en una oportunidad de oro. Sobre todo si la idea contaba con el apoyo entusiasta del Pignatelli (que legisla sobre planificación territorial, urbanismo y juego). Con semejante respaldo, el asunto podía ser pan comido.

¿Por qué los promotores de lo que ahora denominamos Gran Scala no amarraron previamente los suelos ? Por dos razones obvias : porque daban por sentado con muy buenas razones (solo hay que analizar el entusiasta apoyo que les brindaba el Ejecutico autónomo) la posibilidad de recibir los suelos gratis (incluso en estos momentos existe una seria duda al respecto, pues todavía el Heraldo habla de expropiaciones en La Almolda) ; o bien porque cuando intentaron «señalar» terrenos en Los Monegros (que los hay en grandes fincas fáciles de comprar de una tacada) se encontraron con propietarios puestos al día que exigían garantías de pago en efectivo. Y claro…

Allegrini le birla el negocio a Muniesa. Biel se lo arrebata a Mur. Iglesias no sabe de dónde le viene el huracán y, si lo sabe, disimula. El resultado final es un laberinto abonado en Aragón por los lugares comunes (inversión y desarrollo frente a yerma estepa y abandono) y por un respaldo gubernamental que oculta la verdad : que los supuestamente famosos promotores de Gran Scala no son sino una amalgama de subvariantes de empresas de medianas proporciones en el sector del ocio adulto (de los juegos de azar, quiero decir) y, sobre todo, que la mayoría de las participaciones en International Leisure Development (ILD) corresponden a sociedades instrumentales domiciliadas en paraísos fiscales, y algunas de ellas más opacas y blindadas que una caja fuerte.

¿Qué es esto ?, se pregunta la gente. ¿Cuál es el truco ? Caben varias posibilidades, pero la más lógica (moviéndonos siempre en el terreno de la virtualidad) es que habiendo una idea monumental (17.000 millones de inversión, 60.000 puestos de trabajo, 600 millones de impuestos, etcétera) y contando con el entusiasta respaldo de las instituciones pertinentes (cartas y protocolos), una vez amarrado el suelo e iniciadas obras de acceso se pueda convencer a inversores y operadores del sector del ocio de que aquí hay una oportunidad inmejorable. Será imposible camelar a los grandes del negocio, que van a su aire y no entran en apaños dudosos, mas tal vez se pueda obtener financiación de otras empresas, fondos colectivos, sociedades de capital riesgo o lo que salga. Después ya se verá, lo importante es que corra el dinero. En realidad, la compra de dos mil hectáreas que Biel sitúa como prueba absoluta de que esto va en serio no es sino la condición elemental para poder seguir con el tinglado. Es inaudito que la adquisición de suelo haya dado lugar a tantas idas y venidas. ¿Hará la compra ILD directamente ? ¿Pagará en efectivo o en «papelitos» ? ¿Tutelarán la operación las instituciones públicas (ayuntamientos, comarca, DGA) o se llevará a cabo según los procedimientos habituales ?

Los interrogantes han aumentado y mucho en los últimos días., No sabemos si estamos ante una «idea» o un «proyecto» (quiere decirse, ante una propuesta bien estudiada o una ocurrencia cachonda). Pero sí podemos tener claro (basta con ver la documentación al uso) que aquí, en vez de grandes empresas solventes, abundan las sociedades de «chiki-chiki». No solo ILD, sino la operativa montada en Reno por los grandes parques temáticos de Gran Scala, «Spyland» y «Aquantica», que se han establecido con un capital de menos de mil euros.

Existen además fundados indicios de que detrás de todo esto anda el comisionista internacional André Guelfi (alias «Dedé la Sardine»). Hay fantásticos (pero verosímiles) relatos sobre la forma en que el consejero de Industria, Arturo Aliaga, fue seducido en sucesivas reuniones ubicadas en lujosos entornos. Se superponen las dudas respecto de la solvencia financiera de los promotores del proyecto-idea. Ha emergido, cual si de un chiste se tratara, el efecto colateral del motor «fantástico» que los portavoces de ILD intentan colocarle al Gobierno de Aragón. En esta operación paralela a Gran Scala se ha usado en vano (al parecer) el logotipo de la DGA. ¿Alguien da más ?


Fuente: JOSÉ LUIS TRASOBARES (El Periódico de Aragón)