Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

Cuando un grupo de personas reivindican algún derecho que entiende se les vulnera, no falta quien afee la protesta al relacionarla con un fin político inconfesable, enunciando algo así: – ¡Claro! Arremeten contra un gobierno del partido tal o cual.  O esta otra: – ¡Si fueran los vuestros quienes gobernaran estaríais más callados que en misa!

Y es que quienes así critican que las personas manifiesten públicamente su malestar porque se ningunean sus derechos, confunden la “velocidad con el tocino”. Ejemplos a miles en estos 40 años largos de transición hacia la democracia. Entre el conjunto de mentes críticas con cualquier manifestación pública hay dos tipos muy señalados. El primero, al que hay que reconocerle su coherencia, entiende que si quien gobierna lo hace con la “legitimidad” de las urnas, pues toca fastidiarse si, cuando gobierna, no le viene bien a alguien. Este tipo de “anti manifestaciones”, “anti- protestas”, hace abstracción de que quien gobierna puede no comportarse como prometió en ese programa electoral que se supone le hizo obtener el apoyo mayoritario de los votantes. Además tampoco contempla que se llega a gobernar en ocasiones mediante pactos o componendas con otras fuerzas, en bastantes ocasiones muy minoritarias, que a pesar del exiguo número de escaños obtenido se hacen imprescindible para que gobierne tal o cual partido, aunque en ese “pacto” haya utilizado el programa electoral como papel higiénico. También es posible que a ese tipo de personas anti manifestaciones le vaya la marcha fascista y que asuma que quien gobierna, ¡el líder!, con independencia de los medios que haya usado para encumbrarse o encaramarse hasta el poder, está legitimado simple y llanamente porque para eso es el “líder”. Entonará con cierto orgullo aquello de ¡Hei, Líder!

El otro tipo de “anti manifestaciones” es mucho menos coherente y sólo esgrime sus críticas cuando los que se manifiestan son “los otros”, los adversarios o los enemigos políticos, a los que no se les debe dar “ni agua”. Porque si es simpatizante del partido X, acudirá a las manifestaciones contra el partido Z cuando gobierna, y criticará con rabia a quienes se manifiesten contra el gobierno del tipo que sea cuando esté ocupado por su partido X. Piensan estas personas en su candidez que el partido X nunca se equivoca y que todo, absolutamente todo, lo hace por el bien estar del pueblo y la mayor gloria de la nación. Este tipo de personas son de las que se manifiestan contra la subida de la luz, por ejemplo, cuando es el gobierno del color contrario al suyo el que protagoniza la subida. Porque si su partido ha subido la luz ¡por algo será! Y estará “justificada la subida”, aunque no sepa el porqué.

Dentro del conjunto de la ciudadanía que se manifiesta están aquellas personas que les da igual el color del partido X o del partido Z. Que miran a su casa, a sus familias, a su presupuesto familiar o al interés colectivo sobre cualquier asunto que se trate y si entiende que se ponen en riesgo los derechos ciudadanos que se supone la Constitución otorga, se manifiestan. Y piden a Rojos o Azules, o Morados o Naranjas, lo que creen que es justo. Y quienes gobiernan en lugar de “pasar” olímpicamente de sus reivindicaciones deberían mostrar el fundamento de las medidas que se han tomado y que afectan negativamente a esos derechos ciudadanos. Mostrar significa dar todas las explicaciones, ofrecer todos los datos, ser TRANSPARENTES, para que la ciudadanía pueda primero comprender y luego, si así se concluye, compartir la responsabilidad de las acciones impopulares del gobierno de turno. Pero para llegar a eso es preciso un nivel de “democracia” al que aún en este país no se ha llegado. Por ello, cada vez con mayor prodigalidad se corea con mayor fuerza este slogan: Gobierne quien gobierne los derechos se defienden.


Fuente: Rafael Fenoy Rico