En la Puerta Sol-ución se está desarrollando un extraño e inédito partido en el que un bando campa a sus anchas en el espacio público bregando verbal y dialécticamente con otro que, fuera de campo, desenvolvía su desgastado y rutinario discurso electoral, sin parecer apercibirse de que, por fin, algo pasaba. El debate real estaba a los pies de la estatua de Carlos III.

Por primera vez, algo rompe con este
ritual anquilosado, y no es ni una bomba ni una catástrofe natural.
Más bien, es una bomba social: sectores excluidos o simplemente
disconformes con el “sistema” toman la palabra, al margen de los
aparatos habituales de expresión y de las instancias
“representativas”.

Por primera vez, algo rompe con este
ritual anquilosado, y no es ni una bomba ni una catástrofe natural.
Más bien, es una bomba social: sectores excluidos o simplemente
disconformes con el “sistema” toman la palabra, al margen de los
aparatos habituales de expresión y de las instancias
“representativas”. Lo hacen en acto (pacífico: una ocupación) y
en discurso (asambleario y gráfico): una proliferación de
comisiones y subcomisiones (más de 10), un alarde de eslóganes y
dibujos que cuelgan de las lonas que apenas los protegen, cubren la
vidriera del metro a modo de dazibao
sesentero.

Pero ¡ojo! señores (y señorías), no son
los comisarios políticos que adoctrinaron a nuestros padres en los
50, ni los jóvenes y fanáticos guardias rojos de Mao, ni los
obcecados y dogmáticos militantes de los grupúsculos del 68… Son
gente de a pie, no profesionales de la política, no integrados
socialmente (aunque muchos profesionalmente formados), no futuribles
estables, al margen todos del sistema.

“De repente –dice una de las pancartas
espontáneas- tengo una razón para levantarme por la mañana”…

Frente a la crisis de credibilidad que
padece la clase política, a la degradación que afecta al discurso
televisivo y a la información en general, a la no-representatividad
de los sectores económicos, que tanta presión ejercen sobre la
política sin tener la menor legitimidad institucional, ellos son la
credibilidad de la crisis,
la prueba fehaciente de que el sistema no beneficia a todos por
igual, de que incluso falla y –cosa peor- falla en sus propias
bases.

La dimensión discursiva y simbólica es
fundamental en esta rebelión. Los sin representación (política) ni
presencia (social) han tomado la palabra y no quieren que se la
diluyan ni manipulen desde fuera. La gestión asamblearia funcionó a
la perfección durante estos días, rompió con la retórica hueca de
los mítines, las profesiones de fe de los ideólogos (si es que
quedan), las arengas de los militantes. Intervenciones cortas,
ordenadas, que el público podía aprobar o interrumpir mediante
gestos mudos, sin gritos ni consignas (uno, muy gráfico, para
impedir la verborrea inútil de algunos oradores). Con la misma
eficacia, funcionaron las comisiones de limpieza, abastecimiento,
relación con el exterior, etc.

Pero lo más llamativo tal vez sea el
espíritu que presidió todo esto y el verbo que lo acompañó: el
espíritu de mayo del 68 estaba en el aire, no sólo en algunas
frases emblemáticas como: “Sed realistas, pedid lo imposible”,
sino en la manera de darle la vuelta al discurso dominante, de
retomar conceptos y lemas y de vaciar o desviar su sentido,
sacándolos de los contextos retóricos en los que se habían
fosilizado o desvirtuado, como una manera de volver a lo original y
esencial. Es interesante, a este respecto, el uso renovado de
palabras como violencia, miedo, respeto, presente, paro,
recontextualizándolas en su justo entorno: el social.

  • “Violencia= 600 euros al mes”: la
    violencia no es sólo la más visible, la del terrorismo. Hay
    violencias simbólicas (Pierre Bourdieu), “Horror económico”
    (como reza el título del libro de Viviane Forrester, 1996).
  • “Estoy cansado de ser el futuro, soy el
    presente”: frente a la presentación de la juventud como “futuro
    de la nación”, está la juventud del presente, desempleada, o mal
    empleada (a base de contratos-basura y de puestos que no corresponden
    a su cualificación).
  • “Si no nos vais a dejar soñar, no os
    vamos a dejar dormir”. A más de un político en campaña, le habrá
    dado insomnios…
  • Aparte de subvertir el orden (impuesto) de
    las cosas, este discurso las vuelve a colocar en su sitio
    real
    : “Paro técnico para políticos y
    banqueros”…

Ocupación del espacio público y toma del
discurso público van parejas. Hay en esta ocupación del lenguaje
–lo mismo que en las propuestas “programáticas”- más
imaginación, creatividad y dignidad que en el debate político
institucional donde hoy dominan la crispación, el descrédito del
otro y la invectiva… Los sociólogos dicen que era imprevisible.
Inesperado, no es, social y económicamente hablando; nuevo sí, en
cuanto a naturaleza y expresión:

  • Primero es un grupo informe,
    sin cabeza visible ni organización vertical, ni oradores exclusivos,
    a imagen del medio que ha permitido aglutinar a tanta gente (las
    redes sociales).
  • Expresa el “cabreo” (lo que Hessel
    llama la indignación), pero lo hacen de forma pacífica.
  • Habla de miedo pero no es para referirse
    al que podrían sentir determinados sectores políticos y sociales,
    sino para expresar el miedo al futuro, el rechazo al presente.
  • Ofrecen un caos de “jaimas” y
    puestos, pero todo funciona dentro de un orden sorprendente.
  • Son la generación ni
    ni
    , (ni estudian, ni trabajan, ni PSOE ni
    PP), pero incitan a la reflexión en profundidad, tienen más
    capacidad dialéctica que los políticos al uso y se atreven a
    plantear soluciones (y, para colmo, pequeñas soluciones, bastante
    pragmáticas).
  • Son soñadores pero despiertos.
  • Son radicales pero usan palabras tan
    olvidadas como ternura (“Hay que endurecerse sin perder la
    ternura”) o desgastadas como respeto…

En fin, que tienen que aprender de ellos
los políticos y asustarse un poco los banqueros.

Informe –y, en eso, es un fenómeno
posmoderno- quiere decir que: No
tiene límites claros: se puede extender de manera viral a otros sectores de la población.

  • No
    es un grupo cerrado, con conciencia de clase, de ahí su carácter profundamente apolítico (entiéndase al
    margen de la política, no porque la ignora sino porque la rechaza
    tal y como funciona).

  • Es
    antisistema ¿por qué no? –como si esta palabra representara el
    anticristo para algunos políticos rancios que la
    asocian con violencia-, pero no al modo sectario sino reflexivo, como
    un rechazo de los efectos perversos del sistema.

  • Son antisistemas como lo fuimos en el 68,
    pero más pacíficos y más realistas, más volcados en el presente –el
    de la “democracia real”- que en un utópico y más que hipotético
    futuro.

  • Informe,
    por fin, es lo que evoluciona en el tiempo, no está adscrito a una identidad irreversible, a unos roles
    inamovibles: un presente posible…

  • Como dicen: “No hay antisistemas, el
    sistema es anti-yo”.

Son más que creíbles, son
imprescindibles.

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Gérard Imbert, catedrático de
Comunicación Audiovisual, acaba de publicar:

“La sociedad informe”. Icaria, 2010. – http://gerardimbert.blogspot.com